Vistas de página en total

jueves, 29 de agosto de 2013

Melocotones traigo

Vengo de Alemania y vengo deprimido. He estado allí haciendo un mandado que básicamente consistía en visitar la fábrica de Boheringer-Ingelheim en un villorrio que se llama Biberach, ubicado en mitad de la campiña de Baden, un Landen de esos que tienen los alemanes que son como nuestras comunidades autónomas pero sin robar ni despilfarrar la pasta. Pues eso, que he visto una industria alemana por dentro, la inversión, el cuidado, la ciencia y también y muy importante, el marketing que tienen. Me he deprimido mucho. Son muy, muy pero que muy buenos. Me cuesta pensar que podamos alcanzarlos en algún momento, antes al contrario, veo mucho más factible que toda la industria del sur, la poca que va quedando, se vaya para allá y que nosotros mejor nos especialicemos en poner copas, una tecnología que conocemos bien y que con tanto gracejo y estilo ilustraba el vomitivo Salvador Sostres en su deliciosa columna de El Mundo el lunes pasado.

En fin que para combatir la depresión he dado en escribir y es que el otro día me paso algo que no nos ocurre todos los días a la gente corriente: Conocí a un rico. Uno de verdad, de los de avión privado, palacete y servicio. Fue en un avión, claro, a mi las cosas me pasan en los aviones. Si fuera limpiador de retretes seguramente me ocurrirían las cosas en los retretes pero como soy viajante me pasan en los aviones. Pues el caso es que regresaba yo a mi dominio romano después del fin de semana madrileño cuando la Iberia tuvo a bien sorprenderme con una mejora de categoría, eso que ellos llaman “upgrade” y que es lo que hacen cuando, el billete que te han vendido, se lo venden a alguien más y tú tienes la tarjeta de viajero frecuente con más brillos y oropeles, cual era mi caso. De esta manera me cambiaron mi asiento de turista (con ventanilla, eso sí, que yo pobrete pero con estilo) por uno de Business Class en el que me acomodé con toda naturalidad y me puse a estirar las piernas para celebrarlo.

Una cosa que me gusta de la primera de los aviones es que todavía una parte de sus usuarios conserva aquel regusto de exclusividad, extravagancia y pretendido poderío que en los años setenta se veía en los aeropuertos, cuando viajar en avión era cosa de gente pudiente y sofisticada o de los que como era mi caso, teníamos familia en Tenerife. En aquel tiempo tú te sentabas en un aeropuerto y te ponías a mirar al ganao y oye, echabas el rato la mar de entretenido. Ahora ya no, ahora todos los mindundis viajan en avión y desde que hay low-cost es todavía peor; a estas alturas la diferencia entre un avión y un autobús es que cuando se accidentan uno se cae del cielo y el otro se precipita por un barranco pero más allá de eso, nada. Me ha contado un amigo que en Ryan Air hacen como unas rifas lo cual me lleva directamente a mis tiempos de usuario habitual de los trenes de cercanías en los cuales había un fulano que se dedicaba a hacer rifas. Lo que ocurre es que aquel del tren hacía la rifa para sobrevivir mientras que el personal de vuelo de Ryan Air lo hace por encargo del capullo ese de señorito que tienen, un miserable que no deja escapar un duro a ganar ni un culo de azafata a repasar.

Bueno, decía que me senté en mi asiento y eché un ojo alrededor. A mi izquierda una pareja de enamorados, tan enamorados que ella se acurrucaba sobre él y olvidaba ponerse el cinturón y eso en un avión es muy chungo porque luego hay que andar buscando los trozos en caso de accidente y es muy desagradable. A mi derecha él, el rico. Aunque si digo la verdad a primera vista sólo me pareció un hortera. El tipo calzaba un pelucón rubio (suyo según todos los indicios) y vestía un polo de Ralf Laurent, de color verde, de esos en los que la imagen de marca del jugador de polo ocupa media pechera. Cuando el avión andaba en vuelo el tipo sacó un ipad y ahí andaba, a lo suyo. Yo no le prestaba mayor atención hasta que la azafata le interpeló interesándose por la electrónica. Resulta que el tipo llevaba una aplicación que le indicaba la altitud del avión y le marcaba la ruta lo cual mosqueó a la azafata por si acaso interfería con los equipos de navegación del avión. Ahí fue cuando me cosqué del pelaje del individuo: que si yo tengo un millón de puntos de Iberia y nunca me han dicho que no lo pueda usar, que si yo lo llevo en mi avión y no pasa nada… El fulano hablaba español con un acento chileno relativamente suave pero inconfundible. Después el tipo me empezó a comentar cosas y yo me fui interesando y preguntándole. Así pude saber que era hijo de un antiguo embajador de Chile en lugares diversos, que vivía en Roma desde hace 18 años, que si pasaba temporadas en Lanzarote pero que ya no aguantaba más y se iba un rato a casa… Entre las perlas más memorables que soltó quiero compartir unas cuantas, a saber:

  •       “El tráfico en Roma es terrible. Yo hace meses que tengo el ferrari en el garaje y es que no me entran ganas de sacarlo”
  •         “Mire esta fotografía. Mi hijo, que estaba en la Costa Azul y estuvo comiendo con unos amigos y va y me manda la foto de la cuenta. ¿No pretenderás que te la pague? le dije. Claro es que se ponen a pedir Champagne Rose de 20.000 € la botella que luego ni se lo beben” – La cuenta era de 107.000 €. Yo con la educación y la prudencia que me caracterizan no le dije lo que pienso de alguien capaz de gastar semejante cantidad de dinero en una comida.
  •          “Pues mi hijo que gana más de 200.000 al año quiere que le pague yo los impuestos”
  •         “Me quiero ir de Italia porque la presión fiscal empieza a ser excesiva”
  •         “Mi hijo tuvo de novia a la princesa de Leinchestain. Muy guapa pero muy sosa y muy aburrida, las alemanas es lo que tienen”
  •         “Estos de acá son rusos pobres, de los que no tienen más de treinta millones”


También habló de sus yates y otras fruslerías por el estilo. Yo le escuchaba con atención porque pensaba que la gente así no existía en el mundo real. Al llegar me dijo que ahora nos faltaba lo peor del viaje. “Y qué es” – inquirí yo. “Recoger la maleta en la cinta” me dijo él. “Yo es que procuro no facturar, estoy muy escarmentado”. En este punto me sentí tentado de ofrecerle un melocotón de los que llevaba en mi bolsa de viaje para que aliviase la espera pero una vocecilla interior me dijo que mejor lo dejase, que el señor rico no lo iba a apreciar.

Cuando salimos del avión me dirigí a él y le tendí la mano diciéndole mi nombre “Alfredo Martínez”. Él pareció sorprendido, no sé si porque reparó en que tenía que darle la mano a un pobre o porque estaba preocupado en sacar al perro de la bolsa de viaje. Me dio una mano semi-blanda y me dijo algo así como “Fulco”. Más tarde lo vi en la sala de recogida de equipajes, ya no iba solo, lo seguía un individuo de aspecto latino que acarreaba su bolsa de viaje mientras él se hacía cargo del Yorkshire.


En fin, no creo que lo vuelva a ver. Ni ganas. Para una vez que conozco a un rico me sale un bobo sin sustancia.

Y bien ricos que estaban

4 comentarios:

  1. ¿Y podría ser que en la comodidad que disfrutabas en 1a, te dejaras abrazar por Morfeo y tuvieras un sueño de lo más rarito?
    Gina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Rarito y complejo, recuerdo que cené. Además yo no duermo en los aviones y menos sin mi dosis de dormidina. No, definitivamente descartado. El tipo podía ser un actor pero imaginario seguro que no.

      Eliminar
  2. My dear,

    FYI : Boehringer Ingelheim has received a warning letter in May 2013 regarding manufacturing of API... see link below

    son muy buenos?

    http://www.fda.gov/ICECI/EnforcementActions/WarningLetters/2013/ucm352325.htm

    A

    ResponderEliminar
  3. I understand the warning letter is referred to the API and final product manufacturing site at Ingelheim. The place I was visiting was the Biotech facility at Biberach but certainly the problem in one site may be burdening the other. What I saw was very impressive but it was certainly designed to impress potential customers, far from a quality audit. Thanks for the information, I will take it into account.

    A

    ResponderEliminar