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martes, 28 de febrero de 2012

De cama en cama

Dicho así suena sugerente ¿a que sí? Pues esa es últimamente mi vida, de cama en cama. Concretamente de cama de hotel en cama de hotel. La de esta noche es repe, el hotel Meliá Recoleta, de Buenos Aires, donde he llegado esta mañana básicamente a trompicones. La secuencia de acontecimientos no tiene desperdicio. Resulta que esta semana tenía yo unos quehaceres en la capital federal, que es como la llaman los argentinos pero concurre la circunstancia de que hoy es festivo en BA, celebran no sé que leches de la bandera así que le pedí a la secretaria de mi departamento, representante en la Tierra, a la sazón, del Departamento de Viajes, que me organizase las cosas para viajar a Argentina el lunes por la noche, no sé, me hacía ilusión a mí ver que se siente despertándote un lunes en Madrid. Pues oye, dicho y hecho, me sacó un billete para el lunes a la 1:05, que era lunes como su propio nombre indica y estaba oscuro como boca de lobo, doy fe. Lo mejor es cómo me enteré del negocio. Se me ocurre abrir el correo a eso de las siete y media de la tarde del domingo y me encuentro una invitación de Iberia para que haga el checking. Me puse más contento... En fin, a media noche al aeropuerto, donde me dejó P, ya con un cierto deje rutinario y un poco pasao, y me llegué a la puerta de embarque S-44, frente a la que una horda de argentinos cargadísimos de equipaje de mano pugnaban por entrar primero para poder obtener esa ventaja a la hora de colonizar el espacio. Intento baladí porque aunque con más voluntad que oficio, Iberia hace entrar primero a la gente con los asientos del fondo así que la lucha descarnada por el espacio vital en los maleteros tiene lugar inevitablemente, quedando al final unos cuantos desheredados que no tienen espacio donde albergar su pequeño piano de cola portátil y la mecedora de la abuela. Las azafatas en estos casos se desentienden bastante y sólo cuando el personal se pone difícil se avienen a solucionarte el problema. Debe ser algún código de azafatas.

Tras 12 horas de vuelo, unas cuantas dormido gracias al uso de esas substancia maravillosa que me descubrió J y que se llama "Dormidina" aparecí por la Capital del Plata. La vez anterior no, pero en esta ocasión sí que me han empezado a demostrar los argentinos que el hecho de ser mitad españoles y mitad italianos tiene las consecuencias nefandas que cabría esperar. Me ha costado dos horas, dos, salir del aeropuerto con ocasión de la patética organización del control de pasaportes. Un dolor.

A la salida al aeropuerto me esperaba el remesero, nombre que dan aquí a los conductores de esa especie de taxis privados que nos llevan a los de las empresas y que son más baratos que un taxi normal, que con todo y GPS tuvo serios problemas para llevarme del aeropuerto a Recoleta, el recoleto barrio a semejanza del de Salamanca de Madrid, en el que los extranjeros somos alojados y por donde podemos circular sin temor a ser desbarrigados al objeto de hurtar nuestros bienes por parte de los componentes de los estratos más menesterosos de la sociedad argentina. Decidido a hacer una vida lo más normal posible he colocado mi ropa en el armario, me he vestido para la ocasión y he salido a correr. No contaba yo con varios elementos que jugaban en mi contra, a saber:

- Ayer estuve de tomas con F y J y para variar me excedí.
- Había dormido unas cuatro horas en posición sentado.
- La diferencia horaria de 4 horas con Europa, mi habitat natural (lamentablemente).
- 33 °C y un 90% de humedad relativa.

Todo esto ha hecho que la carrera, pese a transcurrir por una planicie, se me hiciera un poco cuesta arriba. He llamado a P para contarle mis proezas y a cambio de eso me ha echado una bronca de reglamento por inconsciente que me ha provocado una reflexión que mejor me la callo por lo que pueda pasar.

Siendo como es día feriado, me he decidido por feriar yo también así es que tras adecentarme después de la carrera me he ido a recorrer un poco Buenos Aires. Calculo que habré caminado unos 10 Km más pero eso sí, bien chulo, sin una puta guía ni un miserable plano de la ciudad, mirando con suficiencia y atendiendo solicitudes de direcciones de los paisanos con un "mi no comprrrende" que con las gafas de sol y las playeras Green Coast que me compré para escándalo de mi hija adolescente, me queda muy convincente. He estado en la famosa Plaza de Mayo donde las famosas madres y más tarde famosas abuelas clamaban por sus familiares vilmente asesinados por los militares golpistas (esos gobiernos de derechas que le gustan tanto a alguno que yo me sé), que ahora han sido reemplazadas por los veteranos de la Guerra de las Malvinas, un asunto muy de actualidad por estos lares. Parece ser que a los veteranos en cuestión los tienen olvidados y muertos de asco y necesidad, algo por lo demás, bastante corriente en el país y que no sé si estará relacionado con el 50% italiano pero seguro que el 50% español tiene mucho que ver.

En fin que he caminado mucho pero he cenado divinamente así que os voy a dejar. La semana pasada hice un tour de ciudades horrorosas. Estuve en Glasgow, que es feo como el culo de un mandril, y en Copenhague, que es una ciudad insulsa, donde los restaurantes son carísimos, la gasolina va a 2 leuros y encima hace un frio que pela. Por cierto que también estuve correteando por aquellas calles, seguro que mi madre lo encuentra súper-exótico, tanta carrera internacional.

La Casa Rosada, que tanto había visto yo en la tele. La Kirschner no vive aquí. No me extraña.

domingo, 5 de febrero de 2012

iFoto

Harto de escuchar lo de iTunes, iPod, iPad, iPhone, etcétera, le pregunté al doctor Orlac que de todo sabe porque para eso es doctor, qué venía a significar la "i". Orlac, con ese aire displicente que adopta cada vez que se dispone a explicarte alguna obviedad referente a los inventos de Apple que sólo los infra-humanos desconocemos me dijo "la i significa intelligent" y se quedó tan ancho. Así pues concluí que iTunes son "melodías inteligentes", iPod viene a ser un "envoltorio inteligente" (calculo que envoltorio de la música que carga), iPad un "bloc de notas inteligente", iPhone un "teléfono inteligente", etcétera. Está claro que en tanto Apple no empiece a comercializar el iCar los talleres de reparaciones seguirán teniendo trabajo con los coches de Orlac. Mientras llega ese día, disfrutemos de las otra ies.

Como digan lo que digan los maledicentes, yo no soy ajeno a las novedades tecnológicas, confieso que hace algún tiempo que soy iPod-dependiente. Particularmente desde que descubrí como descargarme los programas de radio de Fedeguico y de Francino. Mi iPod, que siendo inteligentísimo no lo es tanto como los de Orlac, J en el mundo de los vivos, hace multitud de cosas, entre ellas iFotos. Yo hago muchísimas iFotos porque me viene muy a mano. Algunas las publicaba en mi blog anterior, "Lo que me gusta y lo que no me gusta". Pues bien, estaba hace un par de semanas con mis bros, J y F, tomando unas birras domingueras para mitigar los efectos de la overdose de deporte del fin de semana cuando encontré a mis amigos en una buena pose, con un aspecto envidiable. Pasando por alto el hecho de que a los hombres nos suele tratar el tiempo mejor que a las mujeres, lo cierto es que F y J siempre fueron dos tipos guapos, bien parecidos, con encanto y atractivo. F se nos ha deteriorado un poco más pero J se mantiene muy bien, alto, delgado y lozano y encima conserva todo el pelo. En pleno pronto de orgullo de amigo cogí mi iPod dispuesto a hacer una iFoto que inmortalizase la iBelleza madura de mis dos amigos y así lo hice, apunté el dichoso iAparato y iDisparé. Pero ¡ah dolor! cuando miré el resultado encontré a mis amigos mucho más viejos y butrinos que en el natural. Ahora ya no sé si el iPod es un listo o sí está emparentado con el que pintó el retrato de Dorian Gray. Os dejo la foto y juzgais vosotros mismos, sobre todo aquellos que conozcáis a los individuos en persona.

Lo que más me preocupa de este desconocimiento de la realidad es dónde quedaré yo, si en el bello que sólo lo es en la imaginación o en lafotografía patética, a estos dos que les den morcilla.


De verdad que en persona valen mucho más


viernes, 3 de febrero de 2012

Cenando con el doctor

Tercer día en Buenos Aires y tercer día de buenos propósitos frustrados. Como el lunes y el martes, hoy me había propuesto ir a correr. Hoy sí, a disfrutar del veranito, ya he hecho lo que tenía que hacer y ya he dado una vuelta por la ciudad lo suficientemente amplia como para satisfacer lo más apremiante de mi curiosidad por este nuevo mundo sobre el que he caído tan de sopetón. Definitivamente la tarde del miércoles me la habían puesto para que saliese a correr. No salí, claro. Como siempre había una buena razón. Mauricio S, uno de los socios propietarios de pharmADN, la empresa que he venido a visitar y de la que represento (por delegación de mis amos) el 75% de las acciones, me ha ofrecido tomar una cerveza después del trabajo. Considerando que A) el tipo me cae bastante bien, B) en líneas generales me subyuga la confraternización con los nativos cualquiera que sea el lugar en el que me encuentro y C) he recibido instrucciones precisas de llevarme bien con el personal en Argentina, no me ha quedado otra que aceptar. A todo esto, también había recibido instrucciones precisas para ponerme en contacto con “el doctor” al objeto de concertar una cita con él porque quiere conocerme. “El doctor” es el propietario de la compañía para la que trabajo entre otras muchas, un tipo que gana en una hora más dinero que el que todos los lectores de este blog y su autor juntos podrían atesorar en un año. Un tanto azorado y un mucho intrigado porque una persona tan notable tuviese interés en un ser ínfimo como yo, y también porque soy un niño obediente y un pelota rastrero (de todo hay) me puse, efectivamente, en contacto con el doctor. Mientras hablábamos por teléfono me puso en espera y me mantuvo un buen rato en el limbo telefónico; después se disculpó y me explicó que es que tenía una llamada de Felipe González – sí, ese Felipe González- por la otra línea a lo cual contesté que yo, por Felipe González, espero lo que haga falta. Esto lo cuento para que os hagáis una idea de quién es el personaje que por lo demás no sé si será o no doctor pero sí sé que es psiquiatra y aquí lo dejo por no entrar en la tonta polémica de si los médicos son doctores por definición o no. El caso es que en Argentina, como en Italia, a la mínima te llaman doctor. Bueno pues el doctor me invitó a cenar y me hizo llegar un restaurante y una hora: las nueve de la noche del miércoles en el restaurante Nectarine, calle Vicente López 1661, Buenos Aires.
Cuando salimos del trabajo caían sobre Buenos Aires unos 38 grados uno encima del otro y la humedad relativa era como de Pontevedra o cosa similar. Sol radiante. Mauricio me llevó a su casa, un lugar peculiar consistente en una urbanización cerrada con una piscina y un bar en la zona baja que fue donde estábamos tomando la cerveza cuando empezó a llover. Una tormenta de verano, sin duda. Son recias las tormentas de verano en este país. Si ya lo digo yo, la civilización se fundó en Europa porque allí todo es más liviano. Llovía. Y llovía. Y llovía más. De hecho, parecía que estaban regando con una manguera cósmica. Yo no había visto llover así en la vida. A las seis y media Mauricio consideró prudente ir pidiendo un taxi que me llevase a mi hotel, trámite inexcusable para ir maqueado a mi cita con el doctor. No había respuesta de los taxis. Las risillas y bromas se congelaron cuando el local comenzó a inundarse. En un rápido reflejo me despojé de zapatos y calcetines para mantenerlos secos y me remangué los pantalones. Sabia acción porque el agua alcanzó un nivel por encima de los tobillos en cuestión de un minuto.
Visto el panorama, Mauricio se ofreció a acercarme en su coche, oferta que yo acepté. A las siete y veinte salíamos de su garaje que milagrosamente había drenado bien la riada. No es difícil imaginar la situación de la ciudad sometida a aquella lluvia brutal que según supe más tarde golpeó con especial fuerza en el barrio en que nos encontrábamos, Palermo-Belgrano. Los minutos corrían, el agua caía, los coches se atascaban, mi preocupación iba en aumento y mis zapatos en una bolsa de plástico. ¿Sería capaz de dar plantón al tipo más poderoso con el que había hablado en mi vida? Intenté contactar con él para dejarle un mensaje de apercibimiento sobre la miseria de mi situación pero no hubo manera. Se lo hice saber a mi conexión argentina por ver si alguien podía llegar hasta él. De camino al hotel les llamé (al hotel) por ver si me podían conseguir un coche para llegar al restaurante. Negativo.
Por fin, a las ocho y cuarto, con la lluvia ya en un caudal razonable, como de ducha generosa, conseguí llegar al hotel. Allí cambié vaquero remangado y camisa mojada por mi elegante traje de Carolina Herrera, el mismo que llevé a la boda del Josu y la Aurora, que rematado con los zapatos que había conseguido preservar de la riada y sin corbata me confería un aire de arreglao pero informal que me pareció muy adecuado para conocer a un amigo de Felipe González. Gracias a la intelnés pude descubrir que el restaurante no se encontraba muy lejos de allí así que armado de mi microparaguas, que tuve la precaución de poner en el equipaje, me dirigí al Nectarine saltando de charco en charco, evitando ser atropellado y encomendándome a San Martín Fierro cada vez que me tocaba cruzar una zona de apagón para que no me eventraran con la facona por arramblar con la plata que shevaba ensima el gashego. A todo esto el teléfono empezó a sonar en mi bolsillo. Sabía que era el doctor por lo de “número oculto” que aparecía en la pantalla pero no podía contestar porque el aparatito había dejado de responder al teclado. Y la lluvia venga a caer y con la humedad, el calor y el estrés yo a punto de iniciar una de mis legendarias sudadas.
A las nueve menos diez, increíble pero cierto, llegué al 1661 de la calle Vicente López. Pregunté por el restaurante y me indicaron un pasaje que de normal debía estar muy agradable pero que en aquel momento estaba oscuro como la cueva del Cíclope y, según me dijeron, inundado como canal veneciano. Cojonudo – me dije - pues vamos a esperar a que pase algo. Como no pasaba nada salvo el tiempo me decidí a ser proactivo y reavivé el teléfono mediante el viejo truco de apagar y encender y me puse a escuchar mensajes a ver si encontraba alguna pista del doctor. La perseverancia suele tener premio, descubrí entre mis mensajes uno en el que había un número de teléfono. Sí, era el del doctor. Ahora soy uno de los individuos que disponen del número directo del doctor, lo que es la vida. Le llamé, me contó que me estaba llamando porque le habían avisado de lo del restaurante inmersionado y me reorganizó la cita, esta vez en la puerta de mi hotel. Cuanto mejor si hubiésemos empezado por ahí. Minutos más tarde esperaba en la puerta de mi hotel, con los sudores más o menos controlados y con el traje de Carolina Herrera que más bien parecía de Catalina Herrada debido a la evolución del sudor de mi cuerpo ascendiendo por capilaridad a través del tejido y el agua de lluvia descendiendo por gravedad a través del mismo medio. Los zapatos algo húmedos pero sin hacer “chof-chof”. Así estaba yo, cagándome en el dios de la lluvia, cuando aparecieron el doctor y señora en la puerta del hotel a bordo de un coche grande de cristales tintados.
El doctor resultó ser un tipo pausado, de apariencia normal. Su santa, la doctora me pareció una señora contenida y de hechuras un tanto extrañas. Entre grandes amabilidades, sonrisas y usando toda la buena educación y maneras que mis padres consiguieron inculcarme durante mi infancia y mocedad temprana, mantuve con ellos una charla que sin duda hubiese aprobado Felipe. El único patinazo fue cuando dije que no entendía que la gente tuviese perro y contratase un paseador de perros (un oficio muy en alza en Buenos Aires) y la doctora comentó que ella tuvo contratados los servicios de uno. En fin, en esos casos nada como hacer que no has oído.
La cosa terminó temprano, ellos se fueron en su coche de pudientes y yo caminé los diez pasos que me separaban de mi hotel. En aquel momento me hubiese tomado un copazo para recuperar el ritmo cardiaco pero no encontré un bar a mano así que me senté a navegar un poco por la red para reposarme el cerebro. Ay qué joderse, una cita de copete y me tiene que coincidir con una tempestad.
Todavía no he recibido ni notificación de despido, ni un traje nuevo, ni tan siquiera una llamadita de Felipe González. Va a ser que después de todo el traje no se había mojado tanto.

El País

He salido a la calle y he percibido ese olor característico del verano en zonas de vacaciones. Un olor que sugiere agua, playa, fiesta… He respirado hondo para llenarme bien de ese aroma que hacía tanto tiempo que no disfrutaba. Después he comenzado a caminar calle arriba, por una avenida anchísima, magnífica que se llama Calle Cerritos. Camino sin plano de la ciudad pero en la mirada hacia las alturas se me nota mi condición de forastero aunque siempre hay alguno que te pregunta por una dirección. Caminando por Cerritos veo gente que no es muy diferente de la de Madrid, veo edificios altos y elegantes, se respira el poderío de la ciudad. Estoy en un lugar que podría ser la Castellana, el Paseo de Gracia, Park Avenue o la Avenida Míchigan de Chicago. De vez en cuando se ven montones de bolsas de basura y gente buscando algo aprovechable entre ellos. La búsqueda de “tesoros” entre la basura de los ricos parece lamentablemente una profesión muy extendida en este lugar.
Al cabo de un rato alcanzo la Plaza de la República, un cruce de dos calles principales en cuyo centro se encuentra un imponente monolito blanco que, sin ser tan grande como el de Washington, parece estar claramente inspirado en este. Giro hacia la derecha y camino por la Calle Corrientes. A falta de guía voy buscando los lugares por referencias de tangos Corrientes 348, el Parque Japonés… Daniel, mi conductor, no sabe nada de tangos. A él quien de verdad le gusta es Joaquín Sabina, tiene todas sus canciones y me las pone en la radio de su coche cuando me lleva por las mañanas al laboratorio y por las tardes de regreso al hotel. Al mismo tiempo me educa sobre usos y costumbres del país y yo, sin decirlo, me doy cuenta de la suerte que tengo por venir de donde vengo y vivir como vivo y deseo que le vaya muy bien a Daniel porque es un tipo tan bravo como honrado.
Camino por Corrientes, hacia la derecha primero y hacia la izquierda después hasta que el cansancio y la hora sugieren una cena antes de regresar al hotel. En Corrientes hay muchos cines, multitud de teatros e infinidad de tiendas de libros y discos nuevos y usados. También hay quioscos de prensa, la mayoría montados con cuatro chapas soportadas unas sobre las otras con gran precariedad. En uno de ellos he comprado uno de esos pines de bandera para la colección de P, para que vea que me acuerdo de ella. En otro he comprado un ejemplar de El País del día, edición América, para que me acompañe durante la cena solitaria que me espera.
Buenos Aires es muy diferente y a la vez muy parecido pero desde luego es un lugar en el que no te sientes extraño.