Parece ser que Repsol se hizo en su día con YPF gracias a
Menem, al que algunos en el país designan como “el innombrable”, que les hizo
un precio. Nada nuevo bajo el sol, eso lo habíamos hecho en España con alguna
que otra compañía cuyos trabajadores tuvieron que acampar durante meses en el
Paseo de la Castellana para ver reconocidos sus derechos. Repsol asegura haber
metido pasta en YPF hasta convertirla en una empresa competitiva capaz de sacar
petróleo a mansalva otra vez. Cifran la compañía en 8.000 milloncetes. El
gobierno de “la señora”, respetuoso apelativo con el que se refieren a Cristina
Fernández sus esforzados adláteres, dice que solo vale la mitad. Por otra parte
hay una petrolera china que no tengo idea de cómo se llama y a la que me
referiré como Petrochín, por abreviar, que lleva un tiempo ofreciéndole a
Repsol 11.000 honorables millones de honorables, es un decir, euros. Viendo
cómo se las gastan la señora y sus honorables, es un decir también, acólitos,
no hay que ser un genio para sumar dos más dos… Lo que me incomoda de todo esto
es que, a ambos lados del océano, creo que con más fuerza en Argentina, se está
convirtiendo en una causa de reafirmación patria. En ambos casos con el mismo
afán, que sigamos tragando sin protestar. A mí me parece bien que nuestro
gobierno haga lo que tenga que hacer, que para eso recibe impuestos y cuenta
entre sus obligaciones la de defender los derechos de sus ciudadanos. De ahí a
que intenten convencerme de que los argentinos son mala gente va un trecho. Por
otra parte me resulta un tanto indignante que la gente que busca entre los
montones de basura del elegante barrio de Recoleta en Buenos Aires, porque esos
son los más beligerantes, sea capaz de otorgar semejante relevancia a un hecho
que no les va a reportar absolutamente nada. Si acaso un poquito más de
miseria. El único que tiene derecho a quejarse es el director de YPF, no me
sale ahora su nombre, que dicen, era amante de la señora. Y digo “era” porque
desde luego si a mí me quitan un pedazo de despacho en una torre de Puerto
Madero y tengo que dejar un pedazo de apartamento en un barrio fino de la
capital federal, desde luego a la señora la mando a que “le rompan el orto”.
Hoy en el aeropuerto de Buenos Aires me he comprado un
periódico, La Nación, sin saber de qué pie cojeaba, porque me ha llamado la
atención un titular sobre el tema. Lo que he leído sumado a lo que vivo y sufro
en relación al trabajo, dan una imagen penosa, patética e incierta a más no
poder de la economía argentina y este numerito de la nacionalización, muy
aplaudido según creo por Fidel Castro, sólo contribuye a echar más mierda
encima de los pobres argentinos. Pobres e inconscientes.
Argentina tiene una inflación anual del 25%. Viniendo de
España, las cosas son más bien caras, excepto los restaurantes he de decir. El
gobierno juega continuamente con las importaciones. Los argentinos que llegan
en avión a Buenos Aires son forzados a un registro de sus equipajes. Si les
encuentran algún aparato electrónico y no pueden demostrar que lo han sacado de
Argentina, son forzados a pagar un arancel del 50% del valor que, según la
aduana, tenga el objeto en cuestión. En Argentina no se puede importar
absolutamente nada que se produzca en el país. Se supone que esto es una medida
destinada a favorecer la industrialización del país pero a nadie se le ha
ocurrido que en realidad lo que consigue es la obsolescencia de la industria
nacional por anulación de la competencia. Los trámites para traer algo del
exterior son interminables, requieren convencer a una miríada de funcionarios
estultos que en muchos casos buscan sacar un sobresueldo y para colmo, en estos
días, el gobierno ha cerrado repentinamente las fronteras a toda importación
sin que la ciudadanía sepa por qué. Las consecuencias no son buenas: Incremento
de aranceles para los productos argentinos, Brasil bloqueando la importación de
productos argentinos en reciprocidad, el puerto de Buenos Aires bloqueado por
la protesta de los trabajadores… Esto es lo que viene a ser la realidad de la
Argentina. La nacionalización de YPF y las veladas amenazas a Telefónica, BBVA
y Santander no van precisamente a favorecer la inversión extranjera así que se
dibuja un panorama más bien oscuro para el país y sus habitantes.
Bueno, no todo va a ser escribir tonterías, algo serio de
vez en cuando no está mal.