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sábado, 22 de septiembre de 2012

Cosificación

El otro día estaba de whatsapp con mis amigos, intentando explicar que una parte de mi trabajo pasa por hacer bisnes lo cual me aporta penosidad y gusto en partes alícuotas y mira tú por donde, va F y me suelta "los bisnes cosifican" y ya me jodió. ¿Qué pasa? ¿Convierto a las personas en cosas con la varita mágica del bisnes o es la insensibilidad del bisnes la que me transforma a mi en cosa? El caso es que desde la antedicha conversación he decidido considerarme un ente cosificado. Hoy la discusión era si el fin de semana me convierto en persona o si continúo manteniendo mi condición de cosa. Y estando en estas profundas reflexiones se me ha venido una cuenta a la cabeza:
  • Mi santa la pobre lleva una temporada en el paro. Sale gratis no obstante porque no recibe prestación alguna, cosas de la vida.
  • Mi padre jubileta, clase pasiva, lo mismo que mi suegro.
  • Mis hermanas carnales trabajan para la sanidad pública, sus sueldos salen del estado.
  • De mis hermanos postizos, el doctor J que se dedica a hacer ciencia, perdón, quiero decir Ciencia, recibe su soldada del erario público y que decir de F que es funcionario de los de oposición.
  • Mi cuñada, la de las fotos, igual que F, funcionaria de carrera pero en distinta especialidad.
  • El hermano de esta, cuñado mío a la sazón, militar.
  • El otro cuñado es como yo, curra para una empresa privada que hace bisnes y que por lo tanto crea riqueza pero su chica trabaja también para la cosa pública.
¡Cómo no voy a sentirme cosa! Concretamente cosa rara, por lo infrecuente. Me he dado cuenta de que los que generamos entrada neta de pasta en el sistema somos poquísimos. Y ojo que no quiero hacer de menos a nadie, los jubiletas se lo han currado, los funcionarios hacen su buen servicio, mis hermanas hacen que la gente se muera menos, J entretiene a la Princesa de Asturias (otra que también cobra del estado) y mi cuñao mantiene a raya al enemigo (véase aquello tan hermoso que decía Dame Moorl en "Algunos hombres buenos" sobre los chicos que montan guardia mientras los demás dormimos a pierna suelta) pero el caso es que al final no me sale la cuenta. ¿Cómo se mantiene el tinglado este? ¿Cuánto tiempo nos queda? ¿A qué esperamos los cosificados para montar una asociación cívica para hacernos valer?



En otro orden de cosas mi cuñada, la de las fotos, me ha enviado hoy una información interesante. Parece ser que el hijo de Esperanza Aguirre, esa insigne política paradigma del liberalismo y defensora a ultranza de reducir la cosa pública, tiene un hijo de veintipocos, abogado, trabajando de asesor económico de un secretario de estado y a su hermanina de asesora de prensa en, cágate lorito, la junta municipal de Hortaleza (un barrio de Madrid). Estos también cobran de fondos públicos, no han hecho oposición aunque cobran bastante más que muchos de los que la han hecho y para colmo yo es que no veo para qué quiere la junta de Hortaleza una asesora de prensa y pienso que si el secretario de estado ese necesita un asesor, que se busque un funcionario de carrera que habrá unos cuantos por ahí bastante puestos en economía. Lo curioso es que doña Espe, sus voceros y pelotas y mucho tertuliano iluminado que protestan por el gasto de los liberados sindicales con mucha razón, este tipo de cosas las ignoran y no las mencionan. Qué cara más dura ¿no?

Dame Moorl de marinerita, dando su speech sobre lo bueno que es tener marines aunque cobren del erario público

viernes, 14 de septiembre de 2012

Carne


China es un país donde hay muchísima carne. Siempre sobró aquí la carne. Lo malo es que la carne que abunda aquí es la carne humana, la carne de chino y como lo que abunda es barato, pronto se corrió la voz y el hombre blanco vino a ver qué era eso de la carne de chino. Y el hombre blanco vio que los chinos eran listos, que tenían una cultura antigua y una civilización superior pero, bobos de ellos, ni eran expansivos ni respetaban a los individuos, así que viendo esto, el hombre blanco se sirvió y entre lo que se sirvió de aquí y lo que sacó de América, el hombre blanco construyó una civilización superior, poderosa como nunca había sido antes ninguna, que dominó el mundo y lo ordeñó y que no paró hasta que los blancos se mataron unos a otros por millones compitiendo por la tierra para explotarla más y más. Y aún más allá, el hombre blanco siguió estrujando la tierra y dominando sobre los demás y los imperios de los blancos se sucedieron pero siempre eran el mismo. Y los blancos subyugaron a los negros y a los latinos y vejaron a los chinos y redujeron a los japoneses al vasallaje. Y la carne humana seguía siendo barata en China y en todo oriente y los blancos la compraban para fabricar cosas más baratas. Y así, poco a poco y sufriendo mucho, la carne de chino, que también incluía cerebro, aprendió. Aprendió lo que querían los blancos y como hacer las cosas a su gusto. Y los blancos degustaron la carne de chino a paladas, la engullían, China se convirtió en el paraíso del Rey Midas caníbal. Y cuando los blancos se hicieron adictos a la carne de chino y ya no pudieron vivir sin ella, entonces los chinos empezaron a poner condiciones para que se pudiera degustar su carne. Y las condiciones para adquirir carne de chino fueron cada vez más estrictas y al final los blancos tuvieron que hipotecar su casa y abaratar su propia carne para pagar la deuda enorme que tenían con los chinos que ahora ya no querían ser chinos sino blancos. Y así los chinos se convirtieron en los nuevos blancos, dominaron a los antiguos blancos y después les compraron sus casas y sus tierras y sus industrias y los blancos no podían parar de consumir carne de chino a precio de beluga y siguieron vendiendo y vendieron su futuro y a sus hijos y su decencia. Y dejaron de hablar de democracia y de tolerancia y de respeto cuando se trataba de los mandarines, que así se llamaban los jefes de los chinos. Y es que los mandarines despreciaban a las personas, sus derechos, su vida misma porque para los mandarines, la gente sólo es carne. Eso sí, a diferencia de los antiguos blancos, ellos no disciernen entre chinos, negros o blancos, para ellos toda la carne es igual, en eso consiste para ellos la democracia.

He tenido que escribir esta entrada en un documento de Word para después copiarla en el blog. Esto lo tendré que hacer cuando regrese a Europa porque en China está prohibido acceder a Blogspot. También a Youtube y a no sé cuantas cosas más. La bandera china tiene una estrella grande rodeada por cuatro pequeñas en semicírculo, como contemplándola. Las estrellas pequeñas son los trabajadores, los estudiantes, los campesinos y los soldados, que son la carne de china, y la estrella central, la grande, a la que las otras contemplan con toda su atención, esa es el partido comunista, el que fundó Mao Tse Tung y donde se encuentran los mandarines. Esa es la que pone la censura, las limitaciones y los horrores, come carne de chino y se fertiliza con el consentimiento y la indolencia de los blancos y esa es de la que nos tenemos que acordar el día que se nos coma a todos tras habernos convertido en chinos.
 

El símbolo de la patria china refundada por Mao

Catai


Estoy en China, en Shanghai concretamente. He venido por un mandado de mi señorito. Al principio no me apetecía un carajo pero he de reconocer que estoy disfrutando. Además tengo una sensación que hacía mucho tiempo que no notaba: me siento lejos. Lo cierto es que como distancia, está un poco más cerca de mi casa que Buenos Aires pero como todo es tan diferente, realmente tienes la impresión de estar en otro planeta. Iba a decir que tengo el orgullo de ser la primera generación de Martínez que se deja caer por estos lares pero me he acordado de que mi tía Ana María salió de viaje para acá el otro día así que como es algo mayor que yo y técnicamente corresponde a una generación anterior, he perdido el título.

Como decía he venido por la cosa del bisnes, precedido por una anunciación de gran experto mundial de la hostia puta que trabaja para la compañía. Como puede verse, imaginación no falta en mi empresa. Como pagaban los chinos, me sacaron un billete de business class lo cual me ha reportado no pocas alegrías porque son unas cuantas horas de vuelo. A la ida cené con “Los hombres de negro 3”, después me ensilé una dormidina con la intención de despertarme a tiempo de ver el Desierto de Gobi por la ventanilla y lo que pasó en realidad es que me quedé tieso con “Blancanieves” y me despertaron cuando servían el desayuno. Debí hasta roncar porque soñar, recuerdo que soñaba.

E, la amiga de P, que se había encontrado con la antedicha la mañana del día de mi salida y que tiene experiencia de un viaje a China, me había transmitido unas advertencias. A destacar la de no utilizar ni loco los servicios del aeropuerto, que básicamente consistían en un agujero en el suelo. Como quiera que llegué al aeropuerto de Pu-Dong, que es como se llama el aeropuerto de Shanghai, con mucha necesidad decidí hacer uso de ese servicio pese a recordar la advertencia de E; total lo del agujero el suelo es menos traumático para mí que para una fémina. Lo cierto es que de agujero nada, un aseo estupendo, lujosísimo y tan, tan limpio que no tuve más remedio que extender mis desahogos obrando, no fuese que me retuviesen en inmigración más tiempo del imprescindible. Tampoco fue así, en inmigración me atendió una chinita jovencita y sonriente que debía estar en prácticas y que tardó dos minutitos en sellarme el pasaporte. Lo mismito que el quilombo de Buenos Aires donde te tiras una hora hasta que pasas el puto control.

A la salida me esperaba un chino amabilísimo con mi nombre y el de la compañía en un cartel que me llevó en una furgona de esas de lujo hasta un hotel de la gran puta, más bonito que un San Luís y más lujoso que el wáter de Letizia Ortiz.

La primera noche me mandaron a un comercial chino de la empresa que me sacó a cenar a un auténtico restaurante chino, de una cadena de restaurantes chinos auténticos que es muy popular en China y en el que comí por primera vez en mi vida auténtica comida china. La auténtica comida china recuerda a la comida china de los restaurantes chinos de Europa y América por su apariencia y algo también por su sabor pero la realidad es que los chinos parecen tender a comerse cualquier cosa que no se espabile y se los coma antes a ellos. Eso sí, muy cocinadito y muy condimentado y si no preguntas lo que es mejor para ti.

Los días los he pasado currando así que me los voy a ahorrar. Las noches fueron más divertidas. Eso sí, todos los desplazamientos fueron en unos pedazo de coches que te mueres, sentadito atrás cual Marqués de Santofloro y con un aguerrido chófer chino al volante. A mí esto no me había pasado nunca.

El primer día laboral, segundo de mi estancia, el director de la compañía en China, un belga de Gante que lleva 10 años viviendo aquí (no me extraña viendo cómo vive y comparándolo con el tipo de vida en Flandes que conozco bien), nos ofreció una cena en el restaurante más chic de Shanghai. Se trata de un restaurante entre italiano y francés – por aquí lo europeo lo parte- que se encuentra en una planta elevada de un edificio en el centro, en el barrio que fuese en tiempos la “Concesión Británica”, con unas estupendas vistas al río y al skyline de Shanghai que no es moco de pavo. En la cena estuvimos él y yo y dos chinos a los que despachamos después del postre. Me resultó muy gracioso ver la relación de los chinos con nuestra comida. Para empezar pidieron muchísimas cosas, todas ellas compartidas. Lo más exótico, una pizza que aquí es el copón de la baraja de raro porque la harina de trigo no se estila y el queso y las anchoas en salazón ni te cuento. Descubrí también que los chinos, cuando beben alcohol, en este caso era vino, cada vez que beben tienen que brindar. Yo levanté la copa la primero vez, dijimos un “to the Project and its success” como es debido y bebí pero al poco me percate de que el señor Zhou, que tiene bastante buen saque, cada vez que se trasegaba un copazo tenía que chocar su vaso con los nuestros. Después estuve disfrutando del paisaje urbano y bebiendo margaritas con el untuoso director belga.

No he comentado el tráfico de Shangai, aunque creo que es igual en toda China. Es la cosa más asilvestrada que he visto, peor todavía que en Buenos Aires. Shangai tiene, me dice el señor Zhou, 28 millones de habitantes a lo cual yo contesté “y todos tienen coche, claro”. Sorprendentemente el señor Zhou captó la ironía – sorprendentemente porque su inglés es bastante justito y me llama “misar Arfrera”- y me dijo que no, que sólo el 20% de las familias disponen de ese lujo. Eso significa que en la ciudad se deben mover como un millón y medio de automóviles y más del doble de bicicletas, ciclomotores, patinetes y cualquier medio de transporte con ruedas que pueda uno imaginarse o no. Las rayas del pavimento y las señales de tráfico son algo superfluo y la preferencia de tráfico la marcan el tamaño de tu vehículo y tu desapego a la vida, algo de lo que los chinos parecen ir sobrados. Además a esta gente les gustan los coches grandes y lujosos, cuantos más metros y más caballos mejor. Chrisler, BMW, Audi, Mercedes, Wolkswagen… todos fabrican en Shanghai y los venden como churros. El caso es que la gasolina cuesta como en España pero nada disuade al chino de ir en su haiga. El tráfico rodado se ve asistido por una especie de agentes de tráfico, unos individuos que visten un uniforme caqui, con un silbato como único instrumento disuasorio y a los que conductores  toman por el pito del sereno, nunca mejor dicho; eso sí, los guardias en cuestión completan su labor profiriendo lo que creo, por el tono de voz y la gesticulación, que deben ser insultos atroces a los conductores que hacen lindezas tales como cambios de sentido en avenidas transitadas, ejercicios de marcha atrás con giro en un cruce o salto olímpico de semáforo.

La segunda noche se hizo cargo de mí la chinita Veronique, que es nacida en Hong-Kong y criada en Francia y que habla perfectamente Cantonés, Mandarín, Francés, Inglés y Español, ahí es nada. La chinita Veronique me llevó a un mercadillo al que yo quería ir para comprar algún objeto chino, a ser posible falso. Creo que lo he conseguido porque le compré a la siniestra de mi hija unas zapatillas Converse a euros 10 el par. La chinita Veronique me acompañó por el laberinto aquel, regateó en mi nombre y para colmo pagó los souvenirs (no ella, en nombre de la empresa). Después fuimos a cenar con el señor Zhou y la señora (o señorita, nunca llegué a enterarme) Susan, que eran justamente los chinos con los que había cenado la noche anterior en el restaurante cool del centro. Esta vez no estaba el belga. El señor Zhou me anunció que íbamos a tomar una auténtica cena china y a fe que fue así.

Para empezar, el restaurante era un edificio de cuatro plantas, cada una de las cuales daba para albergar una boda real. A nosotros nos metieron en un reservado de la cuarta. Pidieron para cenar una cantidad interminable de cosas variadísimas y rarísimas, en general menos apetecibles a la  vista que lo que ponen en los chinos de España. De hecho lo único reconocible era un pescado que resultó muy suave y grato de sabor, que bien podría pasar por merluza. Los chinos lo mezclan todo, dulce con salado, platos de pescado con platos de carne y mucho tofu. Entre otras cosas sirvieron un plato de medusa. En la vida se me ocurrió que la medusa fuese comestible y la verdad es que muy comestible no me pareció, no. Para beber me sirvieron té, té verde muy suave y por supuesto sin azúcar. A mí el té es una cosa que me da un poco de repeluco pero no estaba dispuesto a dar la nota, así es que me tragué taza y media sin rechistar. Sin embargo el señor Zhou quería halagarme y me sorprendió pidiendo una botella de vino chino. Pensé que sería un tintorro tipo El tío de la bota pero qué va, sin ser para tirar cohetes era razonablemente digno, un cabernet-sauvignon 100% fabricado en china, con su etiqueta en chino. Los putos chinos han aprendido a fabricar vino ¡Dios en qué nos estamos quedando los europeos!

Una gracieta china es solazarse con la torpeza de los occidentales a la hora de manejar los palillos y siempre te piden unos cubiertos occidentales para el forastero. Yo sin embargo no me despeiné y comí con palillos como un señor, algo más torpe que ellos pero no tiré de cubiertos ni una vez. Analizando el tema he llegado a la conclusión de que una de las grandes dificultades que tenemos para utilizar los palillos con soltura, una vez superada la obvia de coger aquella cosa con una mínima coherencia, es que como occidentales insistimos en mantener una cierta etiqueta en la mesa y en china no es así. Por ejemplo, has conseguido coger con tus palillos una escurridiza lámina de seta china pero la muy cabrona se te está escapando. Si te comportas como un bobo occidental la seta se escurrirá de los palillos y volverá al plato o cuenco del que con tanto esfuerzo conseguiste sacarla. Sin embargo, si eres chino, acercarás la boca a los palillos – y no al revés- hasta prácticamente meter la cara en el plato o cuenco y aplicarás una sonora succión que provoque el vacío suficiente como para contrarrestar el efecto de la pérfida fuerza de gravedad que intenta devolver la seta al cuenco. Los chinos al comer sorben, derraman, hacen ruido e incluso no se privan de soltar algún provechito ocasional. A la agradable chinita Veronique, que tiene doble nacionalidad, le vi hacer todo esto con la afortunada excepción del eructo porque de haber sido así en lugar de referirme a ella como la chinita Veronique la nombraría la “guarra aquella”. Es que no soporto los eructos. Con todo, conseguí comerme la comida con los palillos sin sorber, sin apenas derramar nada, por supuesto sin eructar e incluso fui capaz de tragarme dos pedacitos de medusa conteniendo las arcadas que me estaban entrando merced a la degustación de manjar tan exquisito y selecto.

Ya me estoy marchando de china y no creo que vuelva, por lo menos este año. Imagino que la próxima vez no será tan divertido porque nos tendremos más vistos y se habrá pasado la novedad pero bueno, no me quejo.
 
El Skyline de Shanghai visto desde el restaurante chic.

Atención sanitaria

Probablemente lo haya dicho ya alguna vez pero es que a mi edad uno ya se repite. Es normal, hay que tener paciencia con los mayores. Yo me crié entre socialistas. Es más, durante algún tiempo yo me sentí también socialista, mucho. Incluso realicé algún intento fallido de leer "El capital" pero la densidad del escrito me persuadió de conformarme con las interpretaciones que otros hacían. Aunque ya de más mayor esto de ser socialista se me ha pasado, a nadie sorprenderá que en mi entorno haya muchos. No socialistas de carné sino personas bienintencionadas que creen de buena fe que el bien común y la justicia social vienen de la mano de unas siglas o de unos determinados individuos asociados en forma de partido político. En realidad mis allegados socialistas, así con cursiva para diferenciarlos de los oficiales, son mucho más de la cuerda de Rosseau que de la de Marx pero eso ellos no lo saben. Bueno, pues todo esto viene a cuento de que este socialismo rosseauniano fue el motor de lo que me vino a ocurrir ayer (me refiero al pasado viernes 7, que he tardado en publicar esto).

Resulta que mi niña ha tenido a bien adoptar un simpático bichito, dizque microrganismo, que le ha puesto la amígdala derecha que parece un balón de rugby lo cual le viene provocando un notorio malestar. En un súbito arranque de paternidad decidí que era yo y no su madre a quien correspondía llevarla al ambulatorio y con esa intención me presenté en mi casa tras la jornada laboral. Hasta aquí todo bien. Por razones que no me apetece ahora discutir, yo soy usuario de la medicina privada. Dispongo de un seguro que nos cubre a toda la familia y esas cosas, así es que ayer me dispuse a ir con la niña y los carneses del seguro a la clínica Nuestra Señora de América (lamentablemente la medicina privada no parece estar preparada para el laicismo, qué se le va a hacer), con ánimo de que le recetasen a mi nena un poco de clamoxil o cualquier otro antibiótico para que deje de sufrir la criatura. Y aquí es donde interviene Rosseau. Antes de salir de casa su madre nos indicó que fuésemos al centro de urgencias de la seguridad social. Yo protesté aduciendo que no iban a querer recetarle antibióticos, que en la SS hay mucho purista de los de sin dolor no hay recompensa pero nada, que si os van a hacer esperar, que si eso se lo miran enseguida en la urgencia del ambulatorio... Total que nos metimos en el coche y pusimos proa a la presunta atención de urgencia en la calle García Noblejas. Al llegar allí nos encontramos un gran cartel hecho a mano que rezaba "ESTO NO ES UN CENTRO DE URGENCIAS. DE 8 DE LA MAÑANA A 9 DE LA NOCHE DIRÍJASE A SU AMBULATORIO" y luego añadía algo más de unas urgencias del SUMMA que a mí se me antojaba con la atención a desbarrigados y toxicómanos y claro, tampoco quería yo que la amígdala de la niña privase de la adecuada atención a un desbarrigado o un toxicómano en apuros.

Visto lo visto me dirigí al ambulatorio que tenemos asignado, un curioso lugar ubicado en un local más adecuado para la restauración o los juegos de azar que para la atención sanitaria pero bueno... Entramos al lugar que estaba vacío de clientela. "Al final va a tener razón la sociata" - pensé - pero las cosas no son siempre lo que parecen. En llegándome a la ventanilla de recepción fui interpelado con un "¿Qué quieren?" emitido por una funcionaria de tipo administrativo. "Buenas tardes, que le miren la garganta a la niña que parece que tiene una infección". Durante mi explicación se sumó al bando contrario otra funcionaria, esta de caracter sanitario que me explicó que es que ya no me atendían porque cerraban a las nueve. Por supuesto miré el reloj de inmediato para comprobar que eran las nueve... menos veinte. Habría sido el momento de montar un pollo y decirles que qué coño esperan de la vida con semejante actitud pero me sentía muy pacífico y en ese preciso instante decidí hacer lo que había pensado desde un primer momento antes de que me cortase el paso la sociata: ir a mi privado. Di las gracias, me llevé a la criatura a la clínica y allí me atendieron con la mejor sonrisa y absoluta corrección sin regatearme nada y donde le recetaron una amplísima colección de medicamentos, antibiótico incluido.

Y así es como los funcionarios de la sanidad pública colaboran con Espeonza Aguirre a potenciar la privada. Y colorín colorado, este cuento no ha  hecho más que empezar.

La criaturita enferma. El giro de 90 º respecto de la posición original es cortesía del maravilloso Apple, esos que lo hacen todo tan bien.