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jueves, 30 de mayo de 2013

Asterix y los romanos

A estas alturas de la película he sido tan afortunado de poder vivir en la patria de Asterix, y además en Bretaña, que es la "patria chica" y en Roma, que es de donde salían Julio César y sus legiones. Hoy, que he tenido una bronca de las que hacen afición con un italiano que lleva todas las de perder en este conflicto, me he dado cuenta de que una actitud relativamente común en mi entorno es la de "pues ahora aguanto la respiración hasta que me pase algo". Quien sea como yo, aficionado a las historias de Asterix, recordará que este era el recurso del pequeño Pericles (que se llamaba así porque tenía antepasados griegos pero a quien todos llamaban Pepe), para conseguir que los romanos que le custodiaban hiciesen lo que a él se le antojaba. El pequeño Pepe era hijo de Soplajo de Arriérez y Torrezno, un orgulloso y resistente jefe íbero que amenazaba a Julio César con freirlo en aceite de oliva. Un soñador en el fondo. Los romanos de Asterix eran tipos metódicos, perseverantes, inasequibles al desaliento y dispuestos a conseguir su empeño o morir en el intento, por más absurdo que pudiese resultar el objetivo. Creo que los romanos de verdad también eran así. Sin embargo ahora resulta que los cabezones obsesivos, perseverantes y metódicos son los galos-franceses y que los romanos se han convertido en una panda de volubles pasionales. Ver para creer.

Hace unos días estuve en Roma. He decidido que Roma es la capital mundial de la megalomanía. Cuando paseéis por Roma iréis al foro y veréis que es enorme. No es para menos si se piensa que una parte importante de la población mundial vivía en Roma en el siglo I; cerca de un millón de habitantes creo haber leído en alguna parte. Los tipos que levantaron aquello estaban lógicamente convencidos de que era para siempre, que nada ni nadie acabaría jamás con aquello. Ya ves...

Un poco más arriba, al otro lado del Tiber, está el Vaticano, con su plaza de San Pedro, sus guardias suizos, sus peregrinos, su papa... Si tenéis suerte y conseguís entrar en la basílica quizás compartáis mi impresión de la primera vez: "Si Dios existe sin duda tiene aquí el domicilio". Los papas soberbios que mandaron construir aquello pensaban sin duda que eran representantes de Dios y que su poder era absoluto y eterno. Que se lo digan a los chinos.

Al sur de la ciudad está una zona de grandes edificios de piedras blancas y gordas, Eur la llaman. Es un ensanche construido en tiempos de Mussolini que tiene toda la cutre-grandiosidad de la arquitectura dictatorial de la época, monolito incluido. Mussolini era un tipo que decidió que su imperio iba a durar mil años y un día, por quedar por encima de un colega alemán que tenía. El pobre Benito, que así le llamaban en casa, acabó colgando cabeza abajo con el cuerpo lleno de plomo, ya ves, ni mil años ni nada.

¿Y los romanos? Pues los romanos van y vienen, hacen su vida, pasan de todo, no respetan reglas escritas y miran desde la distancia al tarado de turno que se piensa que lo suyo es para siempre, sabedores de que, antes o después, se estrellará.

Hoy he comido con Giovanna, una italiana que habla bastante bien el español y que además es una tía inteligente y con carácter. Me ha contado muchas cosas interesantes. Me ha dicho que hasta hace poco en Italia se veía a España como el modelo a seguir, la receta triunfadora, el ejemplo. Luego se descubrió que todo era mentira. En fin, que sólo nos ha faltado levantar una barriada en Roma para entrar en el parnaso de los idiotas. También me ha contado un dicho romano: "Españoles o franceses, ¿qué más da quien mande? Lo importante es que haya comida en el plato". Pues así es como piensan y así como actúan los romanos.

Molan los romanos aunque sin duda están bastante locos.

Pepe aguantando la respiración a ver si le pasa algo.




viernes, 24 de mayo de 2013

La vida en la caja

Aparte de ser yo mismo, soy una cara en una caja. De lunes a jueves soy el hombre de la caja. Al caer la tarde, o empezar la noche, depende, me aparezco en una pantalla, ora de un teléfono, ora de un iPad y hablo. También me hablan. Al principio era una cosa muy maravillosa y todo eran "oes" y "aes" pero transcurrido un tiempo se acaba uno por acostumbrar y ya parece como que aparecer en la caja es normal. El domingo pasado me despedí de los mios con los correspondientes besos y abrazos a eso de las dos de la tarde y a las siete ya estaba otra vez metido en la caja. También podía yo decir que meto en la caja a familiares y amigos pero no, no es esa la sensación que tengo. Lo que siento es que soy yo quien entra en la caja.

Meterse en la caja es un proceso complejo que lleva muchos condicionantes y requiere mucho esfuerzo. Salir un poco menos de condiciones pero esfuerzo el mismo o aveces más. Lo primero que te hace falta es "la caja" en sí misma pero no vale cualquier cosa. Tiene que ser un artilugio Apple porque los otros no chutan. Luego necesitas una conexión a internet buena, que viene siendo lo más complicado de aparejar. Yo tengo una que es una mierda, va más lenta que los aviones de la Iberia y me provoca continuas congelaciones de imagen. Mismamente hoy he tenido que dejar la emisión en directo de TVE porque las continuas paradas con la consecuente ruptura del ritmo narrativo me estaban poniendo de los nervios así que me he quedado sin saber que se hacía de Carlos Alcántara. Ya lo veré en Madrid que allí si que tengo una conexión decente. Es que los italianos y la tecnología no parece que encajen bien. Finalmente está el hecho de entrar en la caja y esto es lo más chungo porque yo, para ser cajaocupante, tengo que hacer un viaje en avión y eso para mi siempre arroja grandes dosis de incertidumbre y un elevado riesgo como bien conocen los seguidores de este mi humilde blog. Después del viaje en avión me suele tocar un viaje en coche de alquiler con conductor. Este es el nombre formal pero yo lo identifico con la cuádriga de Ben Hur. ¿Habéis visto Ben Hur? ¿Os acordais de la carrera de cuádrigas en la que Ben Hur y el tribuno Masala se hacen gestos y cosas feas? Bueno pues aquí los taxis son como la cuádriga de estos pollos sólo que en lugar de cuatro hermosos jamelgos me colocan un motor BMW con doscientos cincuenta. Para colmo Masala y Ben corrían por un circuito cerrado pero a mi me llevan por la Vía Pontina, una carretera llena de curvas, agujeros y conductores locos a la que le han cambiado los arcenes (quién los necesita) por unos hermosos pinos piñoneros que tienen la virtud de evitar, llegado el caso, que haya supervivientes si la cuádriga abandona inopinadamente el natural trazado de la vía. La última vez, para animarlo más aún si cabe, mi Ben Hur particular manejaba el volante con una mano (la izquierda) y mandaba mensajes de Wahtsapp con la otra. Oye, una risa que te cagas. El tipo a 140 y yo mandándole mensajes a mi mujer "di a los niños que los quiero", "despídeme de mi madre" y cosas así. Lo curioso es que al final llegué y rápidamente me metí en la caja para confirmar que seguía con vida. Bueno, hoy ha sido la pera. Volvía yo de Roma por la Pontina, que de noche es todavía más graciosa porque en algunos tramos ya ni tiene rayas, cuando me ha pasado un coche de policía a toda leche. Al cabo de unos kilómetros me encuentro al coche de policía a la derecha, a 15 Km/h, organizando un peligro de la leche porque la gente aquí no se corta, se echa a la izquierda sin mirar y ahí me las den todas. Cuando he podido rebasar a la pasma resulta que les había dado por escoltar a un tarado que no ha tenido mejor idea que hacerse a la vía Pontina en bicicleta por la noche. En fin, no sé como nunca nadie pudo calificar a los italianos de cobardes ¡si están todos pirados!

Decía al principio que a todo se acostumbra uno y que lo de la caja ha perdido mucho tirón. Hoy cuando me he asomado como cada noche, apenas me han atendido porque estaban pendientes del "Cuéntame". Claro, yo ya no sé si es que he perdido encanto o es que mi caja de aficionado no puede hacer la competencia a una caja llena de profesionales. Eso sí, la caja de los profesionales es tonta pero la mia es listísima.



La simpática vía Pontina. Atentos a la generosidad de los arcenes y lo oportuno de la maniobra

viernes, 17 de mayo de 2013

Constantes vitales


Algunas cosas en la vida se resisten a cambiar. Cada uno tenemos las nuestras y con nuestro consentimiento o sin él terminan por ser características que nos definen a los ojos de los demás y por las que en algún momento acabamos por ser reconocidos o recordados. Siendo así no nos extraña oír hablar del hombre que susurraba a los caballos, el ponente que aburría a las ovejas o el pringao aquel que no tenía más que líos en los aviones. Efectivamente, el pringao en cuestión soy yo. Sigo viajando en avión con frecuencia. Ahora la distancia cubierta es menor pero la frecuencia hasta el momento viene siendo mayor: en lugar de dos veces al mes a Buenos Aires, una vez a la semana a Roma. Hoy estoy en ello, en este preciso momento estoy en ello, en el IB3237 de Roma-Fiumicino con destino a Madrid-Barajas. Lo primero de todo quiero dar las gracias públicamente al dios de la tecnología que me permite aislarme del entorno cual ostra en su concha mediante la introducción en las orejas de los auriculares de mi iPod que me preserva del ruido ambiental (ahora mismo suena una canción preciosisma que se titula "Bang on the ear", de The Waterboys" – click sobre el título y te mando al Youtube para que la escuches si quieres) y la inserción de mis neuronas en mi súper-ordenador MacBook Air que me permite ignorar cualquier otra cosa incluidos mi compañero de asiento o la vacaburra de delante que ya me ha intentado espachurrar echando el respaldo hacia atrás.

Dicho esto paso a una segunda reflexión antes de entrar en faena: Hay herencias que son una putada. Me refiero a herencias genéticas, concretamente a la de los argentinos. Poner a parir a los argentinos es una costumbre extendida, especialmente en Latinoamérica y diría yo que bien fundamentada. Es normal porque los actuales argentinos son genéticamente descendientes de los españistanos y de los italianos, es decir, de lo peor. Si tú coges una tierra virgen, únicamente habitada por tribus indígenas y la inoculas con una mezcla de ingleses y alemanes el resultado es un país grande, poderoso, organizado, rico, disciplinado y educado, con los indígenas debidamente exterminados o reducidos al alcoholismo o al absurdo que se llama Estados Unidos. Si la tierra virgen la inoculas con una mezcla de españistanos e italianos a partes iguales lo que consigues en una porción inenarrable de caos y desbarajuste en la que se exterminó brutalmente a los indígenas pero no se cuenta, en la que la chulería, la ineficacia y la autosuficiencia rebosan por todos lados y en la que no se puede uno fiar de nadie y eso se llama Argentina. Si la Argentina hubiese sido construida por digamos, una combinación de luxemburgueses y portugueses probablemente no se pareciese en nada a lo que es en la actualidad y la conoceríamos como Acelgolandia o Puerroland muy probablemente y sería un país tristísimo y sosísimo.

Pues esta reflexión viene al hilo de que viajo en un avión gestionado (es un decir) por la compañía española “de bandera” – de bandera a media asta- y procedente de un aeropuerto gestionado (otro decir) por la autoridad aeroportuaria italiana. El avión tenía que haber salido a las siete y diez de la tarde pero ya en el mostrador me avisaron de que llevaba “un poco de retraso”, que estaba previsto a las 19:35. En fin, me pondré al día con la prensa en la sala busines a la que tengo acceso franco gracias a mi bendita tarjeta oro de Iberia Plus a la que en unos meses empezaré a echar de menos terriblemente. Tras estudiarme El País y analizar en profundidad El Mundo – el ABC lo he dejado sin tocar, no tenía la tarde para comics- y visto que los paneles desinformadores no decían ni “mu” he decidido lanzarme a la aventura y acercarme yo solito a la puerta de embarque, la C-10 concretamente. La he reconocido enseguida, sin necesidad de mirar el número, gracias al tumulto vociferante que asediaba el punto de control y las caras de “pa la mierda que me pagan” del personal de tierra que se parapetaba como buenamente podía tras los lectores de códigos de barras para resistir a la horda enardecida que pugnaba por acceder al avión. Por algún motivo me vino a la cabeza la dichosa frase de Máximo Décimo Merodio (el prota de “Gladiator”) “Hay que saber cuando se es conquistado”.

Como suele ocurrir en estos casos el acceso es doble, uno rápido para los capullos a los que les pagan Business y para los felices poseedores de la tarjetita dichosa y otro para la chusma. Ni que decir tiene que, rota la primera línea de defensa precariamente organizada por los empleados de Iberia, la turba se colaba por cualquier hueco disponible con ánimo de precipitarse por el mágico pasillo conducente al ingenio volador que habría de obrar la magia de dejarnos en nuestro destino al cabo de un par de horas. La ansiedad provocada por el retraso del vuelo incentivaba el ingenio de los sitiadores. Una de las habilidades que retengo de mis tiempos de esquiador es la de trazar el camino más corto hacia un acceso congestionado, en aquel tiempo el remonte, hoy el control de acceso al que he llegado blandiendo mi tarjeta de embarque con la parte que dice “PRIORITY” bien visible junto a mi pasaporte. La joven despeluznada y con cara de angustia que guardaba el acceso me ha dado entrada rápidamente y me he precipitado por el pasillo para descubrir - ¡oh dolor! – que al final en lugar de avión había unos malditos autobusitos en uno de los cuales me he introducido, luego adocenado y finalmente hacinado, a medida que más y más viajeros conseguían cruzar esa Puerta de Tanhausser que era el control.

Era una tarde de primavera en el Lacio. Durante la mañana había llovido copiosamente e incluso había hecho fresco pero a medio día el panorama cambió, el sol asomó tímidamente al principio y con más decisión después de manera que la temperatura subió y el agua de los espectaculares charcos se evaporaba con ahínco y determinación creando una atmósfera que de no ser porque en lugar de plantas carnívoras la vegetación la protagoniza el pino piñonero, te haría pensar que estás en el Mato-Grosso. Un autobús cargado de seres humanos espera la orden de partida para dirigirse al pie de un avión. Dentro del autobús un tipo grande, con aspecto de pijo-chulo, vistiendo una chupacuero marrón y escondido tras unas gafas de sol, espera sin realizar el más mínimo gesto la salida del autobús. Junto a él una pareja le comprime contra una barra, ella le pisa. Enfrente hay un niño pequeño haciendo monerías en los brazos de su madre a la que parece dispuesto a despojar de la blusa. Entre ella y la ventanilla el padre de la criatura habla sin cesar por el móvil, un tipo que lo ves e inmediatamente te preguntas como un tío tan feo puede tener un hijo tan mono. La gente le ríe las gracias al niño, el tipo grande con chupa de cuero y gafas de sol no; es un rancio y un desagradable. O quizás está disecado porque el carrito del niño le aprieta el costillar y le pasa por encima del pie sin que cambie el gesto. Hace calor. El tipo siente como el sudor se condensa en su frente y en sus parietales hasta formar gotas que le resbalan por la cara. La temperatura sobrepasa sin duda los 26 grados y la humedad el muchos por ciento. El motor está parado y el aire acondicionado también. El tipo se acuerda de aquella película en la que Schilinder hace que los soldados de las SS rieguen un tren cargado de judíos como si fuera una gracia. El tipo grande es que ha visto muchas películas.

Finalmente el primer autobús recibe autorización para salir. Tras unos interminables minutos el nuestro arranca el motor, cierra las puertas y… no enciende el aire o sí lo enciende pero como si no porque no llega ni una leve brisa. El autobús se pone en marcha y comienza un largo recorrido por Fiumicino. Tan largo que en algún momento llego a pensar si no será que me han dado un billete de autobús y no de avión. Llegados a la altura del avión de Iberia el conductor no encuentra hueco para aparcar, algo bastante corriente en Roma con lo que decide darnos una vuelta que dispara el ingenio de los pasajeros. Una mujer argentina, al ver que enfilamos una recta próxima a las pistas de despegue se empieza a reír y grita “¡abróchense los cinturones que despegamos!”. El padre del niño, españistano de pura cepa, grita unos exabruptos convenientemente salpimentados con unas palabras malsonantes reclamando el aire acondicionado. Completada la segunda vuelta el conductor decide aparcar en segunda fila gracias a lo cual consigo bajar y recuperar el resuello. Me subo por la puerta trasera, tengo el asiento 27A, y en el camino me devuelven la chulería del acceso prioritario una manada de argentinos e italianos que me pasan por encima para subirse al avión antes que yo y tomar así ventaja en la despiadada lucha por el espacio en el maletero que ya se ha iniciado a bordo. En realidad me importa un carajo, viajo con una mochila mínima y agradezco el aire fresco.

Y aquí estoy, descendiendo hacia Madrid, en mi burbuja de música y escritura, contando mis tontas peripecias a quien me quiera leer. El piloto nos ha dicho que hemos salido tarde porque ha habido un problema con el camión del fuel. Mejor no saber…

Obsérvese lo que le hace a uno tanto avión

domingo, 12 de mayo de 2013

Orgullo nacional

Como se que este mi humilde blog es seguido por algún que otro polaco/a veo necesario hacer una pequeña introducción aclaratoria.

El 15 de mayo celebramos en el pueblo a nuestro santo patrón, San Isidro, tambien llamado San Isidro labrador. Parece ser que el tal San Isidro era un fulano que se dedicaba a la agricultura extensiva en la ribera del Manzanares, un río que nunca llevó mucha agua pero que al parecer hace 1000 años era algo más caudaloso que hoy en día, que debe básicamente su aparente abundancia de agua al embalsado del cauce. Como buen madrileño, estaba Isidro estresado y como no había entonces atascos de tráfico en la ciudad, se estresaba por el curro y la sequía. Es que entonces en Madrid, al revés que ahora que lo que estresa es la lluvia porque a la que caen cuatro gotas se organiza la de dios es Cristo y ya si nieva ni te cuento, entonces la angustia vital procedía de la ausencia de lluvias en otoño y primavera. Para quitarse el estrés Isidro y su señora María de la Cabeza rezaban mucho, mucho y con mucha devoción a Dios Nuestro Señor para que tuviese un poquito de misericordia y les enviase esas lluvias anheladas. Dios que es un tipo que se lo pasa como los indios refocilándose con la angustia de sus menguadas criaturas, parece que decidió en un momento dado que ya estaba bien de apretarle los huevos a Isidro facilitándole una abundante lluvia al parecer procedente de uno de los bueyes de la yunta al que pinchó en el sotolomo el antedicho para motivarle a tirar del arado con brio. El caso es que yo lo pienso y esta historia me confunde enormemente. Si andaba a vueltas con el arado sería septiembre, y digo yo que para que coño tenía esa urgencia de lluvias en septiembre. Si por contra la angustia era en primavera y el agua se requería para que el trigo creciese un poquito conjurando así la hambruna, entonces que leches hacía a vueltas con el arado. Muy confuso, ya digo. Luego he oído no sé que rollos de San Isidro echándose unas siestas espectaculares a la sombra de una encina mientras que los angelitos del señor se ocupaban de la labranza, como en el cuento ese de los duendecillos que le hacían el trabajo al zapatero. No sé cual será la buena, la que me enseñaron a mi en la escuela tardofranquista a la que acudí es la del buey pinchado así que con esa me quedo.

El 15 de mayo, decía, se conmemora San Isidro Labrador y con tan notable motivo se celebran en el pueblo fiestas mayores (las menores las celebramos en agosto que tiene su aquel calzarse un traje de chulapo/a en Madrid durante esas fechas con 35 grados a media noche). Las fiestas de Madrid tenían su gracia durante el siglo XIX, cuando los madrileños se endomingaban y montaban unos atascos horrorosos de carros en la ribera dedicándose a la profusión de insultos y amenazas siempre incumplidas porque de toda la vida de Dios salir de Madrid hacia el sur y hacia el oeste ha sido una cruz. Lo más de nuestra tradición festiva parece ser que se centra en la época de las zarzuelas, es decir, desde los años 70 del siglo XIX hasta la inauguración de La Gran Vía a principios del siglo XX. Aquello era el colmo porque además del tradicional atasco de carros y carromatos tenías la opción de volverte loco intentando encontrar un hueco para atar la burra alrededor de la nueva plaza de toros de Carabanchel. Para colmo de la felicidad circulaban en la época unos fantásticos tranvías de mulas que si bien no liberaban los gases tóxicos y el ruido que hacen nuestros actuales autobuses, dejaban a cambio un simpático rastro de bostas de mula en el que los habitantes de la villa y corte podían meterse hasta los tobillos literalmente; considerando que entonces se calzaban alpargatas es fácil imaginar el nivel de cabreo e indignación de la ciudadanía. Los madrileños es que siempre andamos muy dignos y muy indignados y ya con eso nos basta, no sentimos necesidad de cambiar nada. Será que nos va la marcha. Después de esto las fiestas vinieron a menos y ya después de la guerra civil de 1936 se quedaron en nada, para fiestas andaba la ciudad. Con el retorno de la democracia (?) se recuperaron las tradiciones locales que por algún motivo que se me escapa se consideran algo muy valioso y muy enrollado y hasta muy de izquierdas así que desde 1978 se intentaron montar unos festejos que nos volviesen a reunir a los madrileños, como antaño, entorno a la pradera, los barquillos y el chotis. En estas fiestas se gasta el ayuntamiento un dinerito de los madrileños repartido en pregón, actuaciones musicales gratuitas, fuegos de artificio y eventualmente un desfile de carrozas. Sospechamos que algo se va en alguna comisión que otra pero eso es difícil de demostrar, aquí todo legal, ya se sabe.

El problema es que en Madrid vivimos algo más de tres millones de lo que viene siendo la M-40 hacia el interior y si sumas los municipios adyacentes que parecen Madrid pero que tienen sus corporaciones municipales con sus coches oficiales y sus gabinetes de prensa y protocolo y sus asesores, la cosa sube hasta casi cinco. Y a cinco millones de individuos humanos o casi, moviéndose en un espacio reducido, San Isidro, el buey llovedor, la verbena y todo lo demás les importa un carajo. No se me malinterprete, si uno se intenta acercar a los centros de celebración se encontrará unos tumultos notables y grandes dificultades para aparcar el vehículo sin que sea presa de nuestros agentes municipales, siempre ávidos de multas frescas. Pero el caso es que es una cosa que no te la encuentras, hay que ir a buscarla y hay que hacerse el propósito de alcanzarla. Las celebraciones en Madrid no resultan obvias como en otros lugares de España.

A mi particularmente me incomodan estos festejos. De joven sí, de joven me gustaban más porque me parecían una cosa valiosa, enrollada y de izquierdas. Ahora no, ahora prefiero quedarme en mi casa o alejarme de la ciudad cuanto sea posible y como yo por lo menos otros dos millones que así se pone la Costa Blanca como se pone. Además los barquillos, si no van acompañados de un helado de sabores exóticos, son una cosa insulsa que te reseca la boca, el chotis es un coñazo, los trajes de chulapa/o carecen de gracia ninguna y las rosquillas del santo, además de carísimas, son una mierda. Para colmo no me gustan los toros que si me gustasen al menos podría disfrutar de la "feria" más importante del mundo pero me parecen una salvajada, un anacronísmo y a efectos del tráfico, un horror absoluto. No veas lo que es cruzar Ventas en época de feria.

En fin, el caso es que nuestros munícipes tienen mucha envidia de los sanjordis, los sanfermines, los sanceledones y demás coñazos de fiestas locales y pretenden que aquí tengamos la nuestra y la pasta que bien harían en emplear en tapar los agujeros de nuestras calzadas, por ejemplo, se la gastan en pagar fuegos artificiales y actuaciones de Kiko Veneno entre otras fruslerías. Es una estupidez porque en Madrid cada uno es de su pueblo y los que llevamos tres generaciones o más somos muy poquitos y claro, a celebrar las fiestas patronales se van a su pueblo. Así no hay quien construya sentimiento nacional ni nada y claro, estos polacos nos ganan por la mano.

He hablado de las fiestas de san Isidro porque es la temporada pero debo recordar que esos desfiles de carnaval, en febrero, a 3 ºC, con su desfile con sus mulatas ligeritas de ropa, tiene un puntazo. No, Madrid está tan bien para salir de fiesta como mal está para fiestas populares, ya os lo digo yo.

Otro día hablo de Roma.


Las cosas de los pueblos, ya se sabe.

Aviso: Los polacos son los catalanes, en Madrid los llamamos así y ellos lo saben. En el resto del país esta nomenclatura no es conocida. ¿Por qué llamamos polacos a los catalanes? Ni puta idea. Una vez me dijeron que porque la capital es Barcelovia pero no me acaba de convencer.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Estado de shock

Es 30 de abril y termino mi jornada laboral francamente tarde para una fábrica europea-no española y sin turno de noche: salgo a las 20:35. Paso por recepción a recoger las llaves de un Fiat Croma que tengo asignado, un coche significativamente menos asqueroso que el Fiat Multipla del último día. Consigo arrancar el coche (no es obvio) y me dirijo a conocer el pueblo en el que habito y en el que no he puesto un pie más allá del hotel, el restaurante chino y el Carrefour - pese a no serlo, hago vida de inglés al igual que los restantes directivos de la compañía, ingleses todos ellos. He aprendido a pasar los cruces a la italiana, no voy a explicar en qué consiste, baste decir que no es muy recomendable para quien padezca problemas cardiacos, con lo que consigo llegar a una zona que interpreto como "el centro" del pueblo. Aparco el coche y salgo a dar un paseo. Digamos que Pomezia hace de Vicálvaro un lugar hermoso. Ahíto de tanta belleza y tan sugestivo ambiente vuelvo al coche y de allí al apartamento. Tras un rato de comunicación con familiares y amigos gracias a la bendita internet, echo de menos mi iPod-touch, un cacharrito que siempre me acompaña y en el que guardo unas cuantas cosas de interés en mi vida, y entonces... ¿Dónde está? ¿En el bolsillo? No ¿Sobre el sofá? No ¿En un recoveco? No ¿Sobre la mesa? No ¿Debajo del periódico del mes pasado? No ¿Bajo la almohada? No seas absurdo, no has entrado al dormitorio. ¿En el baño? Ahí tampoco, memo. ¡Qué angustia! ¿Dónde está mi iPod? ¡Lo he perdido! ¡No puede ser! No, no, no, vamos a razonar. Está en el despacho. Sí, seguro que está en el despacho. ¿Y si no está? Si no está ahí se me ha caído del bolsillo, probablemente en el coche. Bueno, mañana lo busco...

¡Qué coño mañana! Agarro la llave del coche y busco:

Asiento ................................. No
Bajo el asiento ...................... No
En el asiento de atrás ............ No
En el asiento del copiloto ...... No
En el maletero ....................... Ya estamos con los absurdos otra vez

Arranco y me dirijo descompuesto a la fábrica. Entro hasta mi oficina como una exhalación. No está sobre la mesa, ni bajo la mesa, ni en los cajones, ni en la papelera. No está. ¡Dios mio, no está!

Una infructuosa vuelta por Pomezia me conduce de regreso a mi apartamento. Derrotado por la pérdida irreparable me derrumbo sobre el sofá. Mis canciones, mis fotos, mis notas, mis cositas... Todo en manos de algún desaprensivo. Y con esa clave tan tonta que tenía, seguro que me la destripan... Y es la segunda que pierdo, cómo me van a poner de idiota. Mi mujer me va a pegar una bronca del quince, mi hijo me va a decir que para perderlas por la calle se la podía haber regalado a él, mis amigos... ¡Mis amigos! Eso es, voy a empezar con mis amigos:

F
Hay alguien por ahí?

A
Calla que tengo un disgusto

F
Que te pasa?

A
Creo que he vuelto a perder el ipod

F
?????????
Joooder

A
Se me ha debido caer del bolsillo

F
Vaya panda perdularios estamos hechos

A
Sí no no me lo e plico

F
Pos vaya
Menos mal que tienes tu flamante Mac

A
Joder que rabia me da

[...]


J
Joder y luego tenéis el cuajo de llamarme desastre.

F
Mira el otro, te hacía dormido ya

A
Ya salió el otro

[...]


J
Eres un desastre

F
Eres un perdulario

A
Y tú un cretino
Veros a la mierda


Tras esta consoladora charla me fui a la cama, me ensilé una dormidina y me puse a ver películas y videos, no todos recomendables para un entorno familiar, con ánimo de olvidar mi desgracia y de recuperar fuerzas para resistir incólume la avalancha de lindezas que me esperan al día siguiente cuando confiese mi desgracia al resto de la humanidad.

He conseguido ligar un número respetable de horas de sueño y tras el desayuno he optado por buscar bien, pero bien bien, bajo los cojines del sofá. ¡Qué aparato odioso el iPod! ¡Allí estaba el capullo de él! En un rinconcito casi invisible en el que se había deslizado. Me lo saqué del bolsillo al llegar y entre la gravedad y el sofá se confabularon para hacer el resto. Alegría y felicidad. Mi vida recuperada.

Creo que me voy a ir a la playa a seguir leyendo a Tolstoi. Ahora con música de fondo y muchísimo más tranquilo, donde va a parar.


La imagen de mi espíritu (alma no tengo) antes y después de recibir el consuelo de mis amigos