Como se que este mi humilde blog es seguido por algún que otro polaco/a veo necesario hacer una pequeña introducción aclaratoria.
El 15 de mayo celebramos en el pueblo a nuestro santo patrón, San Isidro, tambien llamado San Isidro labrador. Parece ser que el tal San Isidro era un fulano que se dedicaba a la agricultura extensiva en la ribera del Manzanares, un río que nunca llevó mucha agua pero que al parecer hace 1000 años era algo más caudaloso que hoy en día, que debe básicamente su aparente abundancia de agua al embalsado del cauce. Como buen madrileño, estaba Isidro estresado y como no había entonces atascos de tráfico en la ciudad, se estresaba por el curro y la sequía. Es que entonces en Madrid, al revés que ahora que lo que estresa es la lluvia porque a la que caen cuatro gotas se organiza la de dios es Cristo y ya si nieva ni te cuento, entonces la angustia vital procedía de la ausencia de lluvias en otoño y primavera. Para quitarse el estrés Isidro y su señora María de la Cabeza rezaban mucho, mucho y con mucha devoción a Dios Nuestro Señor para que tuviese un poquito de misericordia y les enviase esas lluvias anheladas. Dios que es un tipo que se lo pasa como los indios refocilándose con la angustia de sus menguadas criaturas, parece que decidió en un momento dado que ya estaba bien de apretarle los huevos a Isidro facilitándole una abundante lluvia al parecer procedente de uno de los bueyes de la yunta al que pinchó en el sotolomo el antedicho para motivarle a tirar del arado con brio. El caso es que yo lo pienso y esta historia me confunde enormemente. Si andaba a vueltas con el arado sería septiembre, y digo yo que para que coño tenía esa urgencia de lluvias en septiembre. Si por contra la angustia era en primavera y el agua se requería para que el trigo creciese un poquito conjurando así la hambruna, entonces que leches hacía a vueltas con el arado. Muy confuso, ya digo. Luego he oído no sé que rollos de San Isidro echándose unas siestas espectaculares a la sombra de una encina mientras que los angelitos del señor se ocupaban de la labranza, como en el cuento ese de los duendecillos que le hacían el trabajo al zapatero. No sé cual será la buena, la que me enseñaron a mi en la escuela tardofranquista a la que acudí es la del buey pinchado así que con esa me quedo.
El 15 de mayo, decía, se conmemora San Isidro Labrador y con tan notable motivo se celebran en el pueblo fiestas mayores (las menores las celebramos en agosto que tiene su aquel calzarse un traje de chulapo/a en Madrid durante esas fechas con 35 grados a media noche). Las fiestas de Madrid tenían su gracia durante el siglo XIX, cuando los madrileños se endomingaban y montaban unos atascos horrorosos de carros en la ribera dedicándose a la profusión de insultos y amenazas siempre incumplidas porque de toda la vida de Dios salir de Madrid hacia el sur y hacia el oeste ha sido una cruz. Lo más de nuestra tradición festiva parece ser que se centra en la época de las zarzuelas, es decir, desde los años 70 del siglo XIX hasta la inauguración de La Gran Vía a principios del siglo XX. Aquello era el colmo porque además del tradicional atasco de carros y carromatos tenías la opción de volverte loco intentando encontrar un hueco para atar la burra alrededor de la nueva plaza de toros de Carabanchel. Para colmo de la felicidad circulaban en la época unos fantásticos tranvías de mulas que si bien no liberaban los gases tóxicos y el ruido que hacen nuestros actuales autobuses, dejaban a cambio un simpático rastro de bostas de mula en el que los habitantes de la villa y corte podían meterse hasta los tobillos literalmente; considerando que entonces se calzaban alpargatas es fácil imaginar el nivel de cabreo e indignación de la ciudadanía. Los madrileños es que siempre andamos muy dignos y muy indignados y ya con eso nos basta, no sentimos necesidad de cambiar nada. Será que nos va la marcha. Después de esto las fiestas vinieron a menos y ya después de la guerra civil de 1936 se quedaron en nada, para fiestas andaba la ciudad. Con el retorno de la democracia (?) se recuperaron las tradiciones locales que por algún motivo que se me escapa se consideran algo muy valioso y muy enrollado y hasta muy de izquierdas así que desde 1978 se intentaron montar unos festejos que nos volviesen a reunir a los madrileños, como antaño, entorno a la pradera, los barquillos y el chotis. En estas fiestas se gasta el ayuntamiento un dinerito de los madrileños repartido en pregón, actuaciones musicales gratuitas, fuegos de artificio y eventualmente un desfile de carrozas. Sospechamos que algo se va en alguna comisión que otra pero eso es difícil de demostrar, aquí todo legal, ya se sabe.
El problema es que en Madrid vivimos algo más de tres millones de lo que viene siendo la M-40 hacia el interior y si sumas los municipios adyacentes que parecen Madrid pero que tienen sus corporaciones municipales con sus coches oficiales y sus gabinetes de prensa y protocolo y sus asesores, la cosa sube hasta casi cinco. Y a cinco millones de individuos humanos o casi, moviéndose en un espacio reducido, San Isidro, el buey llovedor, la verbena y todo lo demás les importa un carajo. No se me malinterprete, si uno se intenta acercar a los centros de celebración se encontrará unos tumultos notables y grandes dificultades para aparcar el vehículo sin que sea presa de nuestros agentes municipales, siempre ávidos de multas frescas. Pero el caso es que es una cosa que no te la encuentras, hay que ir a buscarla y hay que hacerse el propósito de alcanzarla. Las celebraciones en Madrid no resultan obvias como en otros lugares de España.
A mi particularmente me incomodan estos festejos. De joven sí, de joven me gustaban más porque me parecían una cosa valiosa, enrollada y de izquierdas. Ahora no, ahora prefiero quedarme en mi casa o alejarme de la ciudad cuanto sea posible y como yo por lo menos otros dos millones que así se pone la Costa Blanca como se pone. Además los barquillos, si no van acompañados de un helado de sabores exóticos, son una cosa insulsa que te reseca la boca, el chotis es un coñazo, los trajes de chulapa/o carecen de gracia ninguna y las rosquillas del santo, además de carísimas, son una mierda. Para colmo no me gustan los toros que si me gustasen al menos podría disfrutar de la "feria" más importante del mundo pero me parecen una salvajada, un anacronísmo y a efectos del tráfico, un horror absoluto. No veas lo que es cruzar Ventas en época de feria.
En fin, el caso es que nuestros munícipes tienen mucha envidia de los sanjordis, los sanfermines, los sanceledones y demás coñazos de fiestas locales y pretenden que aquí tengamos la nuestra y la pasta que bien harían en emplear en tapar los agujeros de nuestras calzadas, por ejemplo, se la gastan en pagar fuegos artificiales y actuaciones de Kiko Veneno entre otras fruslerías. Es una estupidez porque en Madrid cada uno es de su pueblo y los que llevamos tres generaciones o más somos muy poquitos y claro, a celebrar las fiestas patronales se van a su pueblo. Así no hay quien construya sentimiento nacional ni nada y claro, estos polacos nos ganan por la mano.
He hablado de las fiestas de san Isidro porque es la temporada pero debo recordar que esos desfiles de carnaval, en febrero, a 3 ºC, con su desfile con sus mulatas ligeritas de ropa, tiene un puntazo. No, Madrid está tan bien para salir de fiesta como mal está para fiestas populares, ya os lo digo yo.
Otro día hablo de Roma.
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Las cosas de los pueblos, ya se sabe.
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Aviso: Los polacos son los catalanes, en Madrid los llamamos así y ellos lo saben. En el resto del país esta nomenclatura no es conocida. ¿Por qué llamamos polacos a los catalanes? Ni puta idea. Una vez me dijeron que porque la capital es Barcelovia pero no me acaba de convencer.