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jueves, 31 de mayo de 2012

Bailando samba


El lunes por la tarde me tocó. Fue una situación como en aquella película de Jerry Lewis en la que el tipo es el último mono de la oficialidad en la tripulación de un submarino y por una sucesión de vacaciones el capitán pasa el mando al segundo, este al que viene después y así hasta llegar a Jerry quien, con ser el último de la cadena, se tiene que quedar con el mando en cuestión. Pues algo así me pasó a mí, “el doctor” – nuestro amo y señor – tenía una reunión en Brasilia a la que no le era posible asistir así es que le endilgó el marrón a mi jefe quien a su vez tenía otros huevos que freír en Madrid así es que me pasó la patata caliente a mí y como no era cuestión de cedérsela a la becaria que es el único ente bípedo que queda por debajo de mi jerarquía en esta precaria cadena de mando, no me quedó otra que marchar al país de la samba. Eso sí, conseguí que al menos me facturasen en business lo cual ha sido de gran unción por, aparte de las razones obvias, el episodio que más adelante relataré.

El viaje de ida lo hice con TAP (Transportes Aereos de Portugal), una compañía pequeña pero aseada que me ha sorprendido gratamente por su puntualidad que por cierto, ha estado en un tris de costarme un disgusto. Salí de Madrid para hacer transbordo en Lisboa. El aeropuerto de Lisboa tiene las indicaciones a juego con las carreteras del país, es decir, vagas, erróneas y caóticas de manera que para ir de un lugar a otro hay que echar mano de la estadística. Esto consiste en ver varias indicaciones, estimar la moda y proceder con el camino elegido. Con esta técnica y no sin evitar una vueltecilla por la terminal, conseguí llegar al avionaco que me tenía que transportar al otro lado del Atlántico. Después de 9 horas que me parecieron un suspiro acostumbrado como estoy a volar a Buenos Aires en el vagón del ganado, llegué a la lamentable Brasilia, esa ciudad pretendidamente de diseño que se planificó y empezó a construir en los años 60 y que algunas películas del tardofranquismo presentaban como el copón de la baraja.

Ya en la maniobra de aproximación al aeropuerto me fijé que las pedanías de la ciudad están ocupadas por una suerte de barriadas en las que se ven casas con tejados de uralita sin rastro de asfalto entre ellas lo cual no inspira precisamente tranquilidad. Una vez en el aeropuerto pude comprobar que Brasil reúne todas las taras de los portugueses enriquecidas con los aspectos nefandos de América Latina, a saber, desigualdad social brutal, poco o ningún respeto hacia la vida humana, corrupción galopante y demás tipismos latinos. El cruce de la frontera fue la primera en la frente. Mira que es una cosa tonta pasar tu pasaporte por el aparatito ese que los lee y le cuenta al aduanero si eres delincuente o no y, todo lo más, preguntarte por el motivo del viaje. Pues no, a mí me tocó contar el motivo del viaje, para quien trabajo, enseñar el billete de ida, el de vuelta, el resguardo de la reserva del hotel y dar una tarjeta de visita, la hostia. No fue a mí sólo, se lo hacían a todos los extranjeros que entrábamos en ese momento en el país, doy fe. Con ello se consigue en pocos minuto generar una cola espectacular para cruzar la inmigración que te puede tener retenido como poco una hora. Ni que decir tiene que el ritmo con que os brasileros trabajan es el propio de latitudes tropicales: en general mucha prisa no tienen.

Brasilia, la legendaria capital do país da samba es un bodrio. Hace un calor que te cagas y no hay cuatro estaciones sino dos, la seca, que es ahora, y la de lluvias. Aparte los selectos suburbios que ya he mencionado, Brasilia tiene forma de avión. Tal cual. Las indicaciones te mandan al ala norte o al ala sur, todo está organizado por zonas: zona de hoteles, zona comercial, zona de ministerios… El cuerpo del avión comienza en el morro con la zona administrativa que alberga al gobierno federal con todos sus departamentos. En el cuerpo del avión, que por cierto tiene un tráfico de mierda, se encuentran una serie de edificios que en su día fueron considerados de lo más chic pero que a fecha de hoy me han parecido un bodrio. Especial mención merece la catedral, una especie de alcachofa medio abierta de color blanco ennegrecido por la acumulación de roña. No pocos edificios me han recordado a nuestras desarrollistas colmenas de la M-30, debe ser por el ladrillo visto de color naranja elegantemente salpimentado por detalles en verde. Delicioso todo, muy recomendable. Por si esto fuera poco, el país me ha parecido caro, posiblemente un 50% más que España.

Mi reunión estaba convocada inicialmente a las nueve de la mañana pero la sobrecargada agenda del excelentísimo señor secretario de estado de salud, tecnología y no sé que más, ha motivado un cambio de horario a las tres de la tarde con la subsiguiente alteración en mis vuelos, en lugar del directo Brasilia – Lisboa, me ha tocado ir de Brasilia a Sao Paulo, de allí a Lisboa y por último de Lisboa a Madrid, ¿verdad que suena divertido? Se lo leí a Reverte, es costumbre del soldado viejo mirar por donde escapar antes de meterse en faena. Yo no he pegado un tiro en mi vida, ni ganas, pero sí que tengo esa costumbre y la modificación de trayecto me ha dado un mal rollo…

En el aeropuerto de Brasilia el check-in es complejo. Los mostradores son de difícil identificación y no puede uno ir directamente como en el resto del mundo, primero hay que contarle la vida a una amable pareja – señorita despampanante y caballero corriente- para que te permitan acceder al mostrador. Nadie habla inglés, ni la perica, ni el pavo que la acompaña ni por supuesto la joven de facturación, para qué. Tras una curiosa conversación en portuñol con algunas palabrejas en inglés, consigo mi tarjeta de embarque para Sao Paulo pero no la de Lisboa. Bien, me digo, voy al mostrador de TAP y listo pero ¡ah sorpresa! No hay mostradores de TAP ni nadie en la información de TAP ni rastro de TAP por ningún lado. Me empiezo a preocupar porque tengo una hora escasa para el cambio y eso sin tarjeta de embarque es chungo. Los sudores se anuncian. Previamente he discutido con un gañán que, en lugar de decirme que los de TAP estaban en clase de samba, me explica que no es posible hacer el check-in allí. Cansado de explicarle que actualmente el check-in lo puede hacer uno sentado en el wáter de su casa, decido buscarme la vida, lo que viene a consistir en conectar el ordenador y, tras interminable espera porque la velocidad de la red en Brasil es también tropical, consigo hacer el chek-in electrónico. Obviamente no puedo imprimir nada pero al menos gano el argumento de que saben que existo en mi vuelo.

Sube la calor y la amenaza de sudores se va materializando tímidamente. La cosa empeora porque, pese a ser la estación seca, alguien no se ha debido enterar y empieza a llover auténticamente a mares lo que eleva de manera considerable la humedad ambiental. Como no podía ser de otra manera voy vestido de traje lo cual contribuye a que los efectos de los sudores incipientes sean más demoledores si cabe.

Mi avión sale con retraso, la clase de samba del piloto, que se ha prolongado hoy un poco más de lo habitual. Llegando a Sao Paulo me doy cuenta de que llevo el tiempo pegado al culo, tanto más considerando que necesito una tarjeta de embarque y que lo más probable es que los empleados de TAP hayan cerrado el garito y se hayan marchado a la sesión de samba. En estas cavilaciones voy discutiendo conmigo mismo para hacerme entender que soy un cretino y que lo más que puede ocurrir es que tenga que hacer noche en la simpática villa de Sao Paulo y salir a la mañana siguiente. Estos razonamientos se ven truncadas por el pensamiento que me provoca ver las casas que sobrevolamos a poca altura: “La esperanza de supervivencia de un tipo como yo en un vecindario como el que se ve ahí abajo debe ser de unos 32 minutos”. No en vano Sao Paulo es una de las ciudades con más delincuencia del mundo. Encantador todo.

Salir del avión un triunfo porque voy en la fila 21. Llegar a la terminal dos porque no hay fingers en Sao Paulo sino los putos autobusitos. Por fin en la terminal echo a correr, que lo jodan al traje y a los sudores. Le pregunto a un individuo por los mostradores de TAP y juraría que me envía a la zona B – estoy en la C. Corro hasta la zona B. Ni rastro de TAP. Pregunto a una amable señorita que me envía a la zona D. Corro a la zona D y los sudores empiezan a resbalar por mi espalda y a empapar mi camisa blanca de gemelos y mi bonita corbata de Roberto Verino amenazando con dejar el traje de Carolina Herrera reducido a un uniforme de mendigo. Me da igual, necesito coger ese avión o no sobreviviré más de 32 minutos en esta selva. Por supuesto los de TAP se han ido a la escuela de samba pero no todos, uno se ha despistado y ronda por el puesto de venta de billetes. Me abalanzo sobre él que, afortunadamente sí habla inglés (colijo que debe ser portugués, que son los que hablan idiomas) y le cuento mi patética historia. “Es que el embarque ya está cerrado”. “Por favor, por favor, por favor, tengo que coger ese avión, tengo el check-in hecho y además voy en business class En fin, no sé si fue lo del bisnes o mi cara de angustia y mi patética presencia de traje sudado y camisa arrugada lo que ablandó al individuo que cogió la radio y contactó con el avión para que vinieran a buscarme. Al cabo de un rato apareció un fulano con paso tropical que tras varios intentos fallidos de conseguirme una tarjeta me hizo acompañarle a la carrera (le habían espoleado por el walkie) hasta el control de acceso. Tras una discusión con los guardias consiguió franquearme el paso. Se incorporó a la comitiva una bella señorita que se coaligó con el tipo que he mencionado para abreviar trámites y hacerme correr arrastrando la maleta. ¡Y venga sudores! Paso el control de seguridad donde me hacen sacar el ordenador de la bolsa, quitarme el cinturón y todo el show completo. Carrera hasta el control de inmigración que debió resultar frustrante para la funcionaria porque no le dejaron hacerme ninguna pregunta surreal ni pedirme ningún documento anodino. Finalmente franqueo la puerta de embarque y, acompañado en todo momento por la amable señorita que agita la fusta para urgirme, me meto en una furgoneta que me lleva al pie del avión.

Sudado pero contento me he derrumbado en el asiento, me he desecho de la chaqueta, de la corbata y de los zapatos y aquí estoy, escribiendo mis aventuras para solaz y regocijo de familiares, amigos y conocidos, alguno de los cuales entornará los ojos y se reirá de mi sudor fácil y de mi cara de angustia. Es bueno viajar en business.
Este es el principio y el fin de Brasil, a la que rascas un poco se acabó el brillo. Si esto son los "BRICS" que nadie se sorprenda el día que el edificio se venga abajo con gran estrépito.

martes, 22 de mayo de 2012

Cómo ligar en Buenos Aires


Hasta ahora no había querido comentar nada para no ser tildado de cerdo machista pero la verdad es que me importa un pito que se me clasifique como tal cosa así que ahí va eso: Hay una cantidad de tías buenas en Buenos Aires que no se puede uno hacer idea, sobre todo por mi barrio pijo de Recoleta. Es espectacular el cuidado que ponen en su físico las mujeres de este país y es algo además que no distingue ni de clase social ni de edad. Tengo para mí que poner un gimnasio, un centro de belleza o una fábrica de silicona médica debe ser un negocio gozoso aquí. Para muestra vale un botón, basta con echarle una mirada somera a la señora presidenta para darse cuenta de lo que hay, la tipa parece un flotador de la pura turgencia que le provocan el votox y la silicona. Con tanta maciza suelta por las calles, la siempre penosa situación de salir a correr se convierte por obra y gracia de las muchas corredoras en un simpático paseo por el jardín de las huríes esas de Mahoma. Es como si pusieran un catálogo de tías buenas por la calle. Para mis queridas lectoras que calculo que a estas alturas estén en indignación grado 7 de la escala de Richter les diré, para que suban dos o tres niveles más, que los argentinos (machos) para nada se cuidan como ellas.

Se dice por aquí que el acento de los españoles (aquí incluye a las españolas, es que lo uso genérico porque no me gusta hablar como político del PNV o de IU) tiene un poderoso atractivo sexual, que las “zetas” de nuestro castellano les encantan y que un “me gusta esta canción” dicho por una española en el lugar adecuado suena a un “hasme tusha gaucho”. Hace un par de días me reí muchísimo con un anuncio de la radio. La historia es que un padre le dice a su hijo que le va a “dehar su legado”, “te voy a dar algo a vos que te será muy útil” y tras las protestas del hijo referentes a la pesadez intrínseca del padre este contesta elevando la voz “TE VOY A DEJAR MI ACENTO ESPAÑOL, JODER, PARA QUE LIGUES CON TODAS LAS MUJERES”. En fin, que con estas premisas salimos mi amigo JC y yo a quemar la noche bonaerense y a arrasar con nuestro acento español.

JC tiene por costumbre asesorarse bien antes de hacer las cosas así es que se estuvo informando de los lugares en los que podría encontrar restaurantes de moda. Nos presentamos en uno que por lo abarrotado, estaba sin duda de moda. Nos recibió una camarera de esas que alteraban el ánimo de C (antes J) cuando era mocito que nos sentó en una mesa francamente incómoda. Allí le tomó el relevo otra camarera menos atómica pero igualmente agradable. El público femenino no nos prestó la más mínima atención pero eso sí cenamos un maki bastante bueno (ya vale de carne). Pienso yo que sería el elevado volumen del local que ocultaba nuestro seductor acento. El hecho de que la concurrencia cercana tuviese 25 o 30 años menos que nosotros quizás también jugaba un papel.

Tras el restaurante de moda, con el maki, una botella de vino argentino y sendas caipiñas en nuestros cuerpos serranos nos encaminamos hacia un local de moda. Los locales de moda tienen varios machacas en la puerta por si los habitantes de la Villa 21 deciden cambiar de ambiente. A los españoles chetos con nuestro seductor acento casteshano nos dejan pasar sin más. El tal local se componía de varias plantas, todas con mesitas, en las que se podía comer o beber o las dos cosas. Como quiera que las mesitas estaban todas llenas nos fuimos a la planta más alta con ánimo de acodarnos en la barra y seguir el célebre protocolo de otear, conversar, intimar, dando por hecho que esto último sería fácil gracias a la dicción que nuestros ancestros nos legaron. Gran frustración, en la barra sólo había libre un espacio de tres centímetros donde no cabe ni el codo de un niño y además te pedían que sacases primero un ticket para pedir la bebida después. Esto que a mí me pareció más propio de una heladería que de un bar de copas fue suficiente para que JC propusiera ir a otro local que nos habían recomendado y que estaba un poco alejado, en el barrio que aquí llaman Palermo.

El taxi nos dejó en la puerta de un local de aspecto un poco siniestro que sin embargo nos habían recomendado muchíssssimo. Un sitio tan moderno y con nuestro besho asento ha de ser el lugar, nos dijimos, y con paso decidido entramos en otro lugar pseudoabarrotado, digo pseudo porque abarrotado como en Madrid no estaba pero todas las mesas estaban llenas lo que confería tal imagen. Tampoco parecía el local adecuado para hacer amistades, música alta, sin espacio donde acomodarse, calor… En fin, que yo no le vi la puta gracia, claro que a mí me sacas del Honky Tonk de la calle Covarrubias de Madrid y no le veo la puta gracia a casi ningún bar de copas y al Honky porque voy bien poco que si no ni eso. Nos trasegamos eso sí, otra caipiriña por el qué dirán y por alegrar un poco la velada que se nos estaba quedando un tanto mortecina.

Inasequibles al desaliento, sobre todo JC porque yo me habría ido a la cama tiempo atrás, dirigimos nuestros pasos hacia la movida bonaerense, centrada en Palermo Hollywood y Palermo Soho (así los llaman, no es culpa mía). La verdad es que la mayoría de los locales eran de comer y alguno quedaba con formato discoteca pero nada ni remotamente parecido al Honky. Finalmente nos ubicamos en un garito de la Plaza de Serrano donde en una especie de azotea calló una caipiriña más. Absolutamente ningún ambiente de relaciones con extraños por ningún lado, como cabía esperar.

Habiendo triunfado de esa manera y con las tres caipiriñas jugando a la brisca con el vinaco de la cena y los rollitos de maki optamos por volver a nuestros respectivos cubículos. Yo coroné la noche con una jugosísima dormidina para no pasármela en un viaje de la cama al baño y viceversa. Cuando he abierto el ojo al día siguiente he sido consciente de mi intenso dolor de cabeza y de la pastosidad de mi boca y he dicho “joder qué resaca” y después me he ido a correr 10 Km para quitarme la jaqueca. Oye, ni he vomitado ni nada.

NOTA BENE: Por lo que nos cuentan los taxistas que son quienes verdaderamente saben de la vida y conocen laciudad, en BsAs se liga pagando a señoritas de compañía.
Un muestrario de argentinas



domingo, 20 de mayo de 2012

La vida fuera del tiesto

Estoy en Buenos Aires, lugar que se está convirtiendo en una especie de ciudad adoptiva para mi porque me paso en ella buena parte de mi tiempo. En esta ocasión vengo con una modalidad nueva: En lugar de hacer dos viajes de a semana por mes, he decidido hacer uno pero más largo. No sé si repetiré o si volveré a la modalidad anterior, tengo que decidir qué me resulta menos agotador. El caso es que mi panorama bonaerense a cambiado un tanto, ahora es otoño con lo cual me libro de la enojosa alergia que padezco en esta época del año y que me colma de estornudos y de un intenso picor de ojos que siempre acaba por despertar la piedad de mi madre y el cachondeo de amigos y esposa. Además he escapado de los calores agobiantes de Madrid que según cuenta el telediario ya han cesado. Por si esto fuera poco, con esta distancia, la película de terror en que se está convirtiendo la economía de España parece una aventura de Sponge Bob. Pero lo que más, lo que más ha cambiado en mi entorno es que mi amigo JC se ha instalado en la ciudad y está un tanto solo porque recientemente ha consumado su divorcio y no ha encontrado mejor trabajo que este que tiene ahora, a 11.000 Km de Madrid.

JC es un señor ejecutivo, de esos que ganan pasta a espuertas. Tiene un pedazo de trabajo en una multinacional americana y disfruta aquí de un apartamento en el señorial barrio de Recoleta y un coche japonés bastante lujoso. El problema de JC es que no sabe estar solo. Los que por circunstancias de la vida nos hemos visto en condición de pasar periodos de tiempo de relativa duración en tierra extraña sabemos lo que es eso. La cosa se agrava cuando tienes cinco horas de diferencia con tu país porque los tuyos están en el mundo de los sueños precisamente a esas horas en que te sientes más solo y no te queda ni el consuelo de una llamada de teléfono. Normalmente uno se aguanta, hace deporte, lee o se va al cine y de esto no se ha muerto nadie. Eso le explico yo a JC que pasa el hombre sus crisis de ansiedad. El hecho de que yo esté viajando aquí con tanta frecuencia le anima bastante y ha retomado conmigo una intensa vida social que en realidad nunca tuvimos porque antes para mi JC era fundamentalmente el marido de I, con quien sí tenía más relación. JC es un tipo que se afana en exprimir las cosas a su alrededor pero como gran consumidor que es, las exprime para tomar un poquito del jugo y marchar a por la siguiente. No sé si se me entiende la metáfora. Digamos que es como pedir una cena de 14 platos, probar un poco de dos o tres y encargar 18 postres sin más. Esto es lo que viene a ser comportarse como un pijo, una situación que muchos alcanzan cuando desde su más tierna infancia han ido sobrados de recursos. Ojo porque aparte de todo esto, JC es un tío inteligente, buen profesional y buena persona, las cosas como son.

Con tales antecedentes, cuando he llegado este miércoles a la Capital del Plata, me he encontrado con un amplio programa de festejos y actividades sociales, a saber: miércoles cena, jueves carrera por la Avenida del Libertador (San Martín) y cena con Cristóbal y Ana (a ver si hablo de Cristóbal y Ana porque se merecen unas líneas), viernes cena y copas y hoy sábado llevo 10 Km de carrera Libertador arriba, Libertador abajo, visita al El Tigre, simpático municipio sito en el delta del Paraná, y el programa de actividades todavía incluye visionado de "El elefante blanco", última película protagonizada por Ricardo Darín en la que creo que no se menciona al Rey de España por más que el título lo sugiera, cena y más copas.

La cena del miércoles fue algo más o menos moderado, pedazo de carne que procuré que fuese pequeñito porque a mi tanta carne no... y después nos saltamos las copas porque yo acababa de llegar y estaba para poca fiesta. Eso sí, un vino muy rico. El jueves peor. 8 Km de carrera y después a conocer a Cristóbal y Ana que entre vino y vino acabamos íntimos. Cristóbal es un tipo que fue entre otras cosas directivo del PP, algo de contabilidad o no sé qué, y que en un momento dado, hastiado de la política y de la vida en general, se hizo hippy y se dedicó a viajar. Al parecer allá por Tahilandia conoció a Ana, una argentina alta y delgada (casi de 1.80 diría yo), con hechuras de hippy y con inquietudes artísticas y esotéricas. Viven los dos en Buenos Aires y se dedican a la vida contemplativa, exposiciones, fiestas, copas, cenas... Así da gusto. Él creo que está imputado en algo del Gürtel y la semana próxima va a declarar a Madrid. La cena fue en un local enormemente moderrrno del barrio de Palermo y hablamos poco de política -una pena- y mucho de esoterismo. Parece ser que estos le han recomendado a JC dos profesionales de interés, una adivinadora y una psicoanalista. En realidad son la misma cosa pero con distinto formato. JC que se pirra por ambas cosas se ha puesto en manos de las mentadas profesionales y está profundamente impresionado por los resultados. Ana defendía con mucha vehemencia las dos cosas, adivinación y psicoanálisis y yo, en un momento dado, no pudiendo aguantar más (el vino argentino está muy bueno y entra muy bien), solté aquello de que yo es que soy un científico y sólo me creo las cosas comprobables y con base racional que para mí no es el caso ni de la astrología ni del psicoanálisis. No hubo violencia, al contrario, creo que la pareja anfitriona celebró encontrar un opositor, alguien que no necesita ashuda profesional para aseptarse y convivir con los agujeros del alma. La esotérica Ana defendía la importancia y la dificultad de aceptarse uno a sí mismo y lo bueno que es tener un psicoanalista que te ayude en tarea tan ardua. Cristóbal asentía y apostillaba y salpimentaba con loas a la adivinadora que al parecer es un crack. Ganitas me daban de ir yo a consultarla. Lo del psicoanálisis sin embargo no lo entendí muy bien. El caso es que cuanto más trato con argentinos más sentido le veo a que tengan que psicoanalizarse, si yo fuera argentino estaría todo el día en el diván hablando de los agujeros de mi alma. Menos mal que como soy español los agujeros, cuando los veo, me los zurzo yo mismo en un rato pequeño. Dos botellas de vino más tarde nos fuimos cada uno a nuestro redil describiendo una simpática trayectoria sigmoide.

El viernes que dormí sin recurrir a la química (dormidina) me levanté con pocas ganas de comerme el mundo. Con pocas ganas en general. El hecho de que me recogiese a la puerta del hotel el remesero loco, contribuyó a devolverme la cordura y a evaporar los efectos de la resaca. El remesero loco es un conductor que me lleva del hotel al trabajo y viceversa. Un tío del estado de Misiones (allá por la selva) que se ganó la vida de camionero y que ahora conduce un remís con sus hermanos. Me comentó el angelito que él había llegado a poner un camión a 180 Km/h y me justificaba la lógica de tal atrocidad con que claro, el camión cargaba 40 toneladas y la carretera era cuesta abajo. Con tales antecedentes es fácil imaginar cómo conduce la criatura, es como un videojuego pero con el game over chungo total. Este es el malo, al hermano, que es el bueno, le pegué una voz conminándole a parar el coche en el paso a nivel en el momento en que se bajaba la barrera porque el tipo estaba acelerando para pasar antes que el tren.

En fin, estoy teniendo una estancia muy intensa. Ahora me toca hablar de mis aventuras ligando por Buenos Aires pero se me va a hacer muy larga la historia así que de momento lo dejo aquí y luego sigo. Ahora voy a aprovechar esta mañanita de domingo, antes de que me enganche JC, para dar una vuelta por el mercadisho de artesanías que he visto por aquí cerca yo solito, que a mi sí que me gusta estar solo de vez en cuando.

Tot ziens


viernes, 11 de mayo de 2012

El doctor Frankenstein era suizo


He estado en Suiza. De hecho, escribo esta notita durante mi vuelo de regreso en la nueva ruta Madrid-Ginebra abierta por Air Europa, que habrá que aprovechar antes de que la compañía quiebre estrepitosamente dejando 2000 empleados en el paro y ni se sabe los millones impagados. No es que sepa nada en particular, simplemente tengo visto que es la jugada habitual de las compañías aéreas. Si por el motivo que sea queréis viajar a Ginebra aprovechad ahora porque la ruta es nueva y la están popularizando a base de poner los billetes tirados de precio; seguro que luego los suben.
Suiza es un país al que por razones de índole laboral siempre he estado bastante ligado. En mis orígenes biotecnológicos yo trabajaba para la rama española de una compañía suiza lo que me supuso un elevado número de viajes y estancias en el país de Heidi, incluida una de cuatro meses seguidos y sin respirar. Tuve ocasión de conocer aquello razonablemente bien. De hecho yo diría que Suiza es un país que conozco bastante. Para los que no, paso a contar.
Suiza es un lugar bonito donde los haya. El país entero es una postal. Todo es limpio, perfecto, armónico… Se diría que todo es sintético, que las montañas y el lago están puestos de encargo. Impresionante, de verdad. En cuanto a limpio os diré que la ciudad más limpia que podéis recordar es una auténtica pocilga comparada con las ciudades suizas.
Aparte del escenario, todo en suiza funciona con la más absoluta perfección. Todo está medido, indicado y previsto. Los servicios públicos están organizados de manera que atienden a los ciudadanos fuera de su horario laboral para que no tengan que faltar al trabajo por sus gestiones, la telefonía móvil es de alta fidelidad y la güifi funciona como un tiro. El país entero está comunicado por una impresionante red de autopistas  que te permiten viajar a 120 Km por hora entre montañas y barrancos, sin escatimar un túnel ni un viaducto, todo perfecto, todo indicado. En Suiza apenas hay accidentes de tráfico porque los suizos son una gente increíblemente disciplinada que tiene los coches a punto y que jamás comete una infracción de tráfico. Entre otras razones porque la autoridad te exige un mantenimiento como nuestra ITV pero mucho más, te controla que lleves los neumáticos de invierno o de verano según corresponda y a la que haces la mínima, te meten una multa que te doblan. He visto un radar del que colgaba un cartel que decía "13 permisos de conducir retirados". En España habría perdido la cuenta.
En las casas suizas se recoge la basura en cuatro o cinco contenedores diferentes para reciclarla, se cuida del campo y la naturaleza como si fuera la casa de uno, las superautopistas están integradas en el entorno para que no se vean, las escombreras y los vertederos no existen y el agua de lagos y ríos se puede beber. Es más, yo diría que si te das unas friegas con agua de un lago suizo casi que se te rejuvenece el cutis.
Los aborígenes, además de disciplinados son una panda de depresivos y unos chivatos de mierda. Si no reciclas bien, si dejas tu coche mal aparcado, si haces algo de ruido, enseguida aparecerá un modélico ciudadano dispuesto a avisar a la policía para que te corrijan por vía de la billetera tu falta de urbanidad. Además son de naturaleza desconfiada y miran con recelo al que viene de fuera. Hacer amistad con un suizo en Suiza es una misión imposible. Para colmo todos los que conocí son sosos como una coliflor hervida. Esta falta de habilidades sociales sumada al extremado orden y la gran organización del país en el que absolutamente todo está previsto es probablemente la causa del elevado número de suicidios que allí tienen lugar. Otra característica de los suizos es que son extremadamente limpios Tan extremadamente limpios son que te gestionan un suicidio si quieres acabar con tu vida por el motivo que sea e incluso hay una empresa, al menos una, que convierte las cenizas procedentes de tus difuntos en un bonito cristal azulado que tallado como un diamante se convierte en una joya para que puedas lucir a mamá en una gargantilla, a papá en un anillaco y al esposo en una diadema.
El caso es que en este viaje iba comparando mentalmente la situación de Suiza con la de Españistán. Claro que hay crisis en Suiza pero su crisis es mejor que la mejor de nuestras prosperidades. En este país no existe el desempleo, tan es así que en algunas regiones la población extranjera alcanza el 50%. Se les distingue fácilmente de los aborígenes porque los no-suizos salen a la calle sin motivo (pasean) y hacen en general más ruido. Se tiende a pensar que la prosperidad de Suiza procede de sus bancos, con esas cámaras acorazadas llenas de dinero de origen dudoso y esa opacidad fiscal que ofrecen y sin duda algo de eso hay pero no debemos olvidar los Bokassa, los Obiang, los Buteflika y demás gentuza que se dedica a robar a sus países, que tienen dinero y propiedades en Francia o España, ni que la city londinense es el primer centro mundial de blanqueo de capitales. A todos nos toca. No, no, la prosperidad suiza se puede deber  en parte a la banca pero mayoritariamente se centra en un tejido industrial extensísimo, en una capacidad emprendedora bastante notable y sin duda en que Suiza es un país donde la política pinta poco, se consulta muchísimo a los ciudadanos sobre temas que les afectan (subida de la gasolina, duración de los periodos de vacaciones…) y sobre todo, es un lugar en el que se trabaja a largo plazo. Los acuerdos se hacen para años, se exigen tasas para la protección del medio ambiente, se valoran las cosas no sólo en función de lo que cuestan en dinero sino de cómo influyen en la calidad de vida y tonterías de ese estilo. Para colmo, los malparidos de los suizos son además de disciplinados y chivatos, gente laboriosa y trabajadora. Suiza era un país bastante pobre hace 100 años. Al contrario que en Españistán, allí nunca tuvieron prisa en llegar a ricos con lo que sospecho que tardarán mucho en dejar de serlo.
Ayer viajaba yo por carretera desde Basilea a Montreux. Un viaje muy bonito que cruza por lugares verdaderamente hermosos y pintorescos. Ya cerca del lago Leman, hay pendientes pronunciadas y en un momento dado se abre el paisaje y ves los Alpes centrales, Mont Blanc incluido, formando una impresionante muralla de roca con el lago a sus pies. Todo era tan bonito y tan perfecto que aproveché que estaba solo para echarme unos lagrimones conmovido por aquella belleza tan grande. Pude comprender así el por qué de tanto suicidio y es que con algo tan bello delante qué más puede uno esperar de la vida, si hasta Freddy Mercury decidió que aquel era el lugar más adecuado para salir del padrón. A punto estuve de tirar todo adelante, saltarme la defensa de la autopista y tirarme al lago con coche y todo aun a riesgo de que deportasen el cadáver por ensuciar el lago. También comprendí que la mierda de los suizos se pongan tan bordes y tan restrictivos con la extranjería, no quieren que llegue uno de fuera, totalmente ineducado en los valores nacionales y les ensucie el local tirando al suelo una cáscara de plátano o algo peor. Para llegar a suizo, a menos que se disponga de bastante pasta, hay que echarle tiempo. No basta con nacer en suiza, hay que vivir allí y gastarse un pastón en el trámite. En fin, si lo coges todo junto y analizas la situación con una cierta visión global te darás cuenta de que el hecho de que Mary Shelley escribiese la historia del monstruo de Frankenstein a orillas del lago Leman no es casual sino una necesidad cósmica. El hecho de que el doctor Frankenstein  fuese suizo es de una lógica apabullante: Tipo de nombre alemán, que vive en una zona de habla francesa y que, incapaz de hacer amigos de manera natural, decide construírselos él mismo. Para colmo, el doctor era suizo pero no el monstruo porque no habiendo trazabilidad de los cadáveres utilizados en su confección nadie puede asegurar que fuesen suizos todos ellos. Vete a saber si no tenía el pie de un gabacho o el brazo de un italiano. Además el cerebro era de un psicópata asesino (según la peli clásica) y alguien de esas características no puede ser suizo. Los suizos no delinquen.
La estatua de Freddy Mercury en Montreux y el paisaje que tiene enfrente. Bonito de morirse.