Vistas de página en total

jueves, 29 de agosto de 2013

Melocotones traigo

Vengo de Alemania y vengo deprimido. He estado allí haciendo un mandado que básicamente consistía en visitar la fábrica de Boheringer-Ingelheim en un villorrio que se llama Biberach, ubicado en mitad de la campiña de Baden, un Landen de esos que tienen los alemanes que son como nuestras comunidades autónomas pero sin robar ni despilfarrar la pasta. Pues eso, que he visto una industria alemana por dentro, la inversión, el cuidado, la ciencia y también y muy importante, el marketing que tienen. Me he deprimido mucho. Son muy, muy pero que muy buenos. Me cuesta pensar que podamos alcanzarlos en algún momento, antes al contrario, veo mucho más factible que toda la industria del sur, la poca que va quedando, se vaya para allá y que nosotros mejor nos especialicemos en poner copas, una tecnología que conocemos bien y que con tanto gracejo y estilo ilustraba el vomitivo Salvador Sostres en su deliciosa columna de El Mundo el lunes pasado.

En fin que para combatir la depresión he dado en escribir y es que el otro día me paso algo que no nos ocurre todos los días a la gente corriente: Conocí a un rico. Uno de verdad, de los de avión privado, palacete y servicio. Fue en un avión, claro, a mi las cosas me pasan en los aviones. Si fuera limpiador de retretes seguramente me ocurrirían las cosas en los retretes pero como soy viajante me pasan en los aviones. Pues el caso es que regresaba yo a mi dominio romano después del fin de semana madrileño cuando la Iberia tuvo a bien sorprenderme con una mejora de categoría, eso que ellos llaman “upgrade” y que es lo que hacen cuando, el billete que te han vendido, se lo venden a alguien más y tú tienes la tarjeta de viajero frecuente con más brillos y oropeles, cual era mi caso. De esta manera me cambiaron mi asiento de turista (con ventanilla, eso sí, que yo pobrete pero con estilo) por uno de Business Class en el que me acomodé con toda naturalidad y me puse a estirar las piernas para celebrarlo.

Una cosa que me gusta de la primera de los aviones es que todavía una parte de sus usuarios conserva aquel regusto de exclusividad, extravagancia y pretendido poderío que en los años setenta se veía en los aeropuertos, cuando viajar en avión era cosa de gente pudiente y sofisticada o de los que como era mi caso, teníamos familia en Tenerife. En aquel tiempo tú te sentabas en un aeropuerto y te ponías a mirar al ganao y oye, echabas el rato la mar de entretenido. Ahora ya no, ahora todos los mindundis viajan en avión y desde que hay low-cost es todavía peor; a estas alturas la diferencia entre un avión y un autobús es que cuando se accidentan uno se cae del cielo y el otro se precipita por un barranco pero más allá de eso, nada. Me ha contado un amigo que en Ryan Air hacen como unas rifas lo cual me lleva directamente a mis tiempos de usuario habitual de los trenes de cercanías en los cuales había un fulano que se dedicaba a hacer rifas. Lo que ocurre es que aquel del tren hacía la rifa para sobrevivir mientras que el personal de vuelo de Ryan Air lo hace por encargo del capullo ese de señorito que tienen, un miserable que no deja escapar un duro a ganar ni un culo de azafata a repasar.

Bueno, decía que me senté en mi asiento y eché un ojo alrededor. A mi izquierda una pareja de enamorados, tan enamorados que ella se acurrucaba sobre él y olvidaba ponerse el cinturón y eso en un avión es muy chungo porque luego hay que andar buscando los trozos en caso de accidente y es muy desagradable. A mi derecha él, el rico. Aunque si digo la verdad a primera vista sólo me pareció un hortera. El tipo calzaba un pelucón rubio (suyo según todos los indicios) y vestía un polo de Ralf Laurent, de color verde, de esos en los que la imagen de marca del jugador de polo ocupa media pechera. Cuando el avión andaba en vuelo el tipo sacó un ipad y ahí andaba, a lo suyo. Yo no le prestaba mayor atención hasta que la azafata le interpeló interesándose por la electrónica. Resulta que el tipo llevaba una aplicación que le indicaba la altitud del avión y le marcaba la ruta lo cual mosqueó a la azafata por si acaso interfería con los equipos de navegación del avión. Ahí fue cuando me cosqué del pelaje del individuo: que si yo tengo un millón de puntos de Iberia y nunca me han dicho que no lo pueda usar, que si yo lo llevo en mi avión y no pasa nada… El fulano hablaba español con un acento chileno relativamente suave pero inconfundible. Después el tipo me empezó a comentar cosas y yo me fui interesando y preguntándole. Así pude saber que era hijo de un antiguo embajador de Chile en lugares diversos, que vivía en Roma desde hace 18 años, que si pasaba temporadas en Lanzarote pero que ya no aguantaba más y se iba un rato a casa… Entre las perlas más memorables que soltó quiero compartir unas cuantas, a saber:

  •       “El tráfico en Roma es terrible. Yo hace meses que tengo el ferrari en el garaje y es que no me entran ganas de sacarlo”
  •         “Mire esta fotografía. Mi hijo, que estaba en la Costa Azul y estuvo comiendo con unos amigos y va y me manda la foto de la cuenta. ¿No pretenderás que te la pague? le dije. Claro es que se ponen a pedir Champagne Rose de 20.000 € la botella que luego ni se lo beben” – La cuenta era de 107.000 €. Yo con la educación y la prudencia que me caracterizan no le dije lo que pienso de alguien capaz de gastar semejante cantidad de dinero en una comida.
  •          “Pues mi hijo que gana más de 200.000 al año quiere que le pague yo los impuestos”
  •         “Me quiero ir de Italia porque la presión fiscal empieza a ser excesiva”
  •         “Mi hijo tuvo de novia a la princesa de Leinchestain. Muy guapa pero muy sosa y muy aburrida, las alemanas es lo que tienen”
  •         “Estos de acá son rusos pobres, de los que no tienen más de treinta millones”


También habló de sus yates y otras fruslerías por el estilo. Yo le escuchaba con atención porque pensaba que la gente así no existía en el mundo real. Al llegar me dijo que ahora nos faltaba lo peor del viaje. “Y qué es” – inquirí yo. “Recoger la maleta en la cinta” me dijo él. “Yo es que procuro no facturar, estoy muy escarmentado”. En este punto me sentí tentado de ofrecerle un melocotón de los que llevaba en mi bolsa de viaje para que aliviase la espera pero una vocecilla interior me dijo que mejor lo dejase, que el señor rico no lo iba a apreciar.

Cuando salimos del avión me dirigí a él y le tendí la mano diciéndole mi nombre “Alfredo Martínez”. Él pareció sorprendido, no sé si porque reparó en que tenía que darle la mano a un pobre o porque estaba preocupado en sacar al perro de la bolsa de viaje. Me dio una mano semi-blanda y me dijo algo así como “Fulco”. Más tarde lo vi en la sala de recogida de equipajes, ya no iba solo, lo seguía un individuo de aspecto latino que acarreaba su bolsa de viaje mientras él se hacía cargo del Yorkshire.


En fin, no creo que lo vuelva a ver. Ni ganas. Para una vez que conozco a un rico me sale un bobo sin sustancia.

Y bien ricos que estaban

sábado, 24 de agosto de 2013

Mañana de domingo

En episodios anteriores...

Susana y Rubén son una pareja convencional. Ella es profesora universitaria y él trabaja para una multinacional naviera con sedes en diversos lugares, entre otros en París. Ambos y sus tres hijos viven en Madrid. Por circunstancias de  la vida Rubén ha conocido a una joven rusa en París y anda con ella de amoríos. Por su parte Susana se ha enganchado de un post-doc sevillano que está pasando un tiempo en en la ciudad en relación a un proyecto conjunto de las dos universidades. En el último episodio Rubén, en pleno apretón, poco menos que plantó a su familia y se largó a París donde Irina, su amante, no duda en dejar a su marido y a su suegra en pleno día de Navidad.

La amante rusa
El amante sevillano
Fyodorovna
Noche de amor


Era domingo por la mañana entrada la primavera y los chicos estaban con sus abuelos. La noche anterior habían salido y se habían acostado tarde. La casa estaba inundada de paz y silencio, mágica tregua que da la mañana dominical a los ciudadanos corrientes, autores involuntarios de los atascos, del estrés y en general del agobio diario. Rubén se había despertado, Susana continuaba dormida. Los rayos de sol se filtraban amables por los resquicios de la persiana a medio bajar, luz melosa de la mañana que envolvía la vista cotidiana de un cierto halo casi mágico que no podía transmitir sino paz y bienestar. Sin moverse de la cama se dedicó a observar cada uno de los elementos que componían su habitación, las cajitas que Susana almacenaba sobre la cómoda, los cojines que durante el día decoran la cama y que pasan la noche en el suelo, los zapatos dejados de cualquier manera, la ropa tirada más que depositada sobre el galán. Era bueno estar allí y era bueno sentirse vivo. No sólo vivo, también sano y joven, lleno de energía, capaz de afrontar lo que fuese. Aquella mañana Rubén se sentía bien, se sentía el Amo del Universo. Libre de ataduras la mente de Rubén se deslizó entre sus recuerdos. Impulsada por aquel inesperado bienestar sorteó con habilidad los malos episodios, la presión laboral y la mala conciencia por sus maldades y se deleitó con lo mucho bueno que con que la vida le obsequiaba: su casa, sus aficiones caras, su coche nuevo, Susana, los planes de vacaciones, Irina... La memoria de Irina le revolvió y le llevó a las evocaciones de algunas de sus amantes, de momentos tórridos en lugares que ahora resultaban lejanos y por ello mágicos, habitaciones de estudiante, hoteles, la casa de sus padres... Finalmente llegó a su esposa, a Susana, que dormía a su lado con aparente placidez. Susana era la mujer más atractiva que se había cruzado en su camino hacía ya veinte años. Inteligente, guapa y con ese carácter bravo que solía ahuyentar a los hombres que se le acercaban y que para él había sido el mayor de los alicientes. El día que besó por primera vez a Susana sintió que había coronado el Everest y la primera vez que hicieron el amor pisó la Luna.

Se acercó a ella con el recuerdo de sus embates amorosos, presa de un deseo creciente. Podía rememorar cada centímetro de su piel, su olor, su calor, su expresión al hacer el amor. El recuerdo fue abriéndose al deseo y este le llevó a posar su mano derecha sobre la cadera de ella y comenzar a acariciarla suavemente. Susana le demostró la salida suave de su sueño acercándose a él, invitándole a extender el área de sus caricias. El lenguaje silencioso de los amantes que se conocen bien fue abriendo puertas con el orden y la cadencia adecuados. Besos, susurros, suspiros, contactos, fueron sucediéndose y haciéndose poco a poco más intensos. No por conocidos resultaban aquellos cuerpos menos interesantes y no por envejecidos menos atractivos. La humedad, los abrazos, el choque de las pasiones, sentirse uno dentro de otro, la respiración profunda, los gemidos, la desinhibición que les producía saberse solos en la casa. Una orgía de sensaciones, un deseo no contenido y una explosión final comenzada en uno de los cuerpos entrelazados y transmitiéndose al otro. Así comenzó aquella soleada mañana de domingo de primavera.


Exhaustos por el esfuerzo del amor, agotados por aquella liberación de pasiones, los dos quedaron tirados, desnudos, sobre las sábanas revueltas de la cama, en silencio. Susana boca abajo, con la cabeza vuelta hacia él, cerrando los ojos. Él boca arriba, mirando el techo de la habitación, sin fuerzas siquiera para pensar, cogiendo con su mano izquierda la mano izquierda de ella que acariciaba amoroso. Se sentía en paz, junto a la mujer más bella y más buena de la Tierra, el hombre más feliz del mundo. No hablaban, no hacía falta. Entonces fue cuando Susana, lentamente, sin abrir los ojos, con la voz grave de quien lleva horas sin hablar dijo: “La puta esa que te estás follando cuando vas a París, ¿es mucho más joven que yo?”


El orgullo nacional y otros relativismos

Estaba leyendo alguna información sobre Fabian Picardo, Ministro Principal de Gibraltar, y se me han venido a la cabeza algunas cosas que últimamente, o no tan últimamente he aprendido.

En mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo, parafraseando al Capitán Tan, he tenido ocasión de descubrir que esos malditos franceses malparidos no nos odian a los españoles. No nos odian en absoluto. Es más, incluso nos tienen algo de cariño. Los franceses no saben nada o casi nada de las guerras napoleónicas en España, no tienen ni puñetera idea de lo que pasó en Madrid el 2 de mayo de 1808, ni saben del sitio de Cádiz ni nada. Esto para cualquier español con un mínimo sentimiento nacionalista, que no es lo mismo que sentimiento nacional, resulta tremendamente frustrante. Que un francés te pregunte inocentemente si el 2 de mayo les dimos una zurra considerando la que nos metieron ellos a nosotros que nos dejó marcados para 200 años es muy duro. Bueno, una parte de los gabachos, los de mi edad o algo más, lo más que te dicen de los españoles es que se acuerdan de una mujer que los cuidaba de niños, que los trataba muy bien y que les enseñó algunas palabras del idioma pero que ya no se acuerdan. Ya digo, frustrante.

Pues con Gibraltar ocurre algo un tanto paralelo. Nuestra reivindicación nacional, nuestro grito de arrebato “¡Gibraltar español!”, resulta que a los británicos les chupa un pie (esta vez parafraseando al genial Manolito Gafotas). La gran mayoría de los británicos ni sabe donde se encuentra el peñón ni quiere saberlo. Los que son ilustrados sí que saben donde está y lo consideran literalmente un grano en el culo. Les cuesta dinero y saben que es un nido de ladrones que encima les genera mal rollo con España, un país al que le sacan bastante más beneficio que una posición militar estratégica que dejó de serlo en 1945. Gibraltar es un problema por definición, para los británicos y para los españoles. Un lugar donde cada niño que va a la guardería es estadísticamente propietario de dos sociedades comerciales no puede ser, no es, trigo limpio. Está lo del contrabando de tabaco, tan cacareado en estos días, pero creo que no es ni mucho menos lo único que se contrabandea por allí. La soberanía es una excusa vil en la que la banda de ladrones que habita oficialmente el lugar se escuda para llevar a cabo sus tropelías y sus choriceos. ¿Y a todo esto los ingleses qué? Pues esos son rehenes de sus herencias imperiales que les obligan a mantener vivo un tratado del siglo XVIII. España no puede recuperar Gibraltar por la fuerza, el último intento fallido fue durante el reinado de Carlos III, porque carecemos del poder económico y militar que les sirvió a los chinos para recuperar nada menos que Hong-Kong y los británicos están obligados por su palabra - We will stand for our principles or we will not stand at all - que además se soporta muy bien en su arsenal nuclear y su economía mucho más robusta y seria que la nuestra. Pero la cosa va un poco más allá: ellos han heredado Gibraltar con lo que los gibraltareños son de los suyos, como lo son los canadienses o los australianos y si hay que defenderlos de alguien lo harán a cualquier precio por más que quisieran librarse de semejante chusma. 

Gibraltar es un tema a resolver, no por orgullos nacionales heridos, sino porque es un nido de delito y de irracionalidad. No hay que quedarse de brazos cruzados cuando hacen alguna canallada, de ninguna manera pero además de darles por saco, para que se enteren, hay que mantener una acción continuada para que las cosas cambien. Los gibraltareños continuarán siendo británicos mientras ellos quieran y ellos querrán mientras su renta per capita duplique la de España y el Union Jack les sirva de cobertura a sus sinvergonzonerías. El día que España consiga cortarles esas fuentes su renta disminuirá y entonces les dará lo mismo ser británicos que cualquier otra cosa. Lo malo es que para que España consiguiera eso tendría que tener políticos listos y honrados y eso a fecha de hoy parece francamente complicado.

En realidad creo que son andaluces de Cádiz


sábado, 17 de agosto de 2013

Compulsivamente hablando

Dice mi amigo que necesito vacaciones porque últimamente todo lo hago de manera compulsiva y yo le contesto que no, que lo único que necesito es apretarle el cuello con mis manos desnudas a un cierto individuo que trabaja conmigo hasta que la cara se le ponga morada y deje de patalear. Y eso lo digo desde el bien entendido que nunca he sido una persona violenta. En fin, mi amigo es listo así que vamos a darle cuando menos el beneficio de la duda.

Este fin de semana ha sido el ferragosto. Ya he comentado algo del shock cultural asociado al ferragosto pero es que no me puedo parar. Me ha dado por trabajar. ¿Para llevar la contraria a la humanidad italiana? No. ¿Para olvidar que estoy solo, sin amigos, sin familia, en una ciudad extraña y lejos de mi casa? No. Me ha dado por trabajar porque me gusta y me lo paso bien. No es la única cosa, ni mucho menos, que me hace disfrutar de la vida pero mira, me ha dado por eso esta semana y hay que aprovechar. También me ha dado por correr y por comer verdura pero tranquilos, seguro que pronto se me pasa todo y regreso a la molicie, al alcoholismo aficionado y al consumo desproporcionado de grasas saturadas y con ello a la casilla de salida.

Preocupado por mi salud mental, una preocupación, todo hay que decirlo, sugerida por el comentario de mi amigo, he decidido entregarme a las actividades lúdicas hoy sábado así es que me he levantado a las 6:30, me he ido un par de horitas al laboratorio, de regreso he hecho la compra que tenía la nevera como la biblioteca de Belén Esteban, me he venido a casa, he leído un par de emailes y le he mandado un correo asesino al tipo que antes refería con la saludable intención de que si lo lee este fin de semana, ya no pegue ojo hasta el lunes. Sí, soy el cabrón de su jefe, qué se le va a hacer. Que deje de buscarme el odio y seremos todos más felices.

Tras finalizar el programa mañanero y deglutirme unas pechugas de pollo a la plancha, he decidido irme de aventuras. Concretamente he decidido agarrar el coche e irme a descubrir la ubicación del Ikea de Roma y si se terciaba, hacerme un cine. Se terciaba, ciertamente, porque el Ikea está en un centro comercial llamado Porta di Roma, que es muy grande y tiene de todo. Por tener tiene hasta romanos, eso que no se ve en el centro de la ciudad.

Por supuesto el maricaplaya del GPS no sabía nada del centro comercial en cuestión pero cuando a mi se me mete algo en la mollera es difícil bajarme del burro. Sobre todo últimamente que ando un pelín hiperactivo. Debe ser por el capullo ese del trabajo. Pues el caso es que me he metido en el coche y Gran Racordo Anulare p'alante kilómetros y kilómetros. Ya pensaba que me había pasado cuando he visto a lo lejos una torre con el nombre de Ikea en todo lo alto. Autofelicitándome por mi capacidad como navegante (si no lo hago yo no lo hace nadie, voy solo) he enfilado el centro comercial siendo rechazado en mi primera aproximación porque en lugar de entrar por la entrada del parking he tomado la de entrega de mercancías y de ahí sólo había salida a la autopista. Tras el vueltón correspondiente he atacado nuevamente y con decisión y esta vez sí, he alcanzado el parking y he dejado exitosamente la máquina en el seno del mismo.

Me he entrado en el Ikea a observar las novedades y rápidamente he concluido que es un comercio más bien para mujeres. Lo notas al primer vistazo, ellas dirigiendo y ellos con cara de seta cuando esperan o con la expresión de angustia del mal estudiante que busca la suerte que le conduzca a la respuesta correcta cuando ellas les interrogan sobre el color más adecuado para los cojines del salón o el remate más elegante para la barra de las cortinas. El caso es que el Ikea con toda su exposición ha debido llenar unos 12 minutos de mi vida con lo cual he tomado la senda del centro comercial. Parece muy completito, tiene una tienda Apple así que para que queremos más. También venden ropa y eso. Como me seguía resonando lo de que estoy compulsivo me he cuidado mucho de no comprar nada, no fuera a darme un ataque. Como al cabo de veinte minutos le había dado tres vueltas completas al centro comercial, opté por ir al cine. Aparte de la razón natural de pasar el rato y de mi gusto general por el Séptimo Arte, aunque hoy la cartelera se merecía más bien ser el Séptimo Bodrio, quería yo educarme en los usos y costumbres italianos y como no, en el idioma. Nada como hacer cosas de "gente corriente" para impregnarse de cultura local.

El programa de los cines UCI de la Galleria Porta di Roma era tan lamentable que he elegido la película por la hora a la que comenzaba. La agraciada ha sido "La notte del guidizio" que en USA se llama "The purge" y en España sospecho que la han titulado "La noche de las bestias". La película estaba doblada al italiano y comenzaba a las cinco de la tarde con lo que me presenté en la puerta a las cinco menos diez, como habríamos hecho cualquiera. ¡Error! Un individuo que seguro que alterna el control de la entrada del cine con un trabajo en el pasaje del terror y que sale de casa ya maquillado me ha indicado que no se puede entrar antes de las cinco y que la película empieza media hora después. A la segunda sí que lo he conseguido, he entrado, he encontrado mi sala y en la oscuridad más absoluta he hallado acomodo donde me ha parecido bien pese a que las entradas eran numeradas. Desde luego la sala no se puede decir que se viniese abajo por el exceso de público.

La película me ha recordado mucho, por su consistencia argumental y sus valores artísticos, a "Abraham Lincoln, cazador de vampiros" que ya tuve oportunidad de chafar al respetable desde estas páginas. Efectivamente la proyección empezó a las cinco y media, desde las cinco estuvieron poniendo anuncios. Para mi sorpresa, no llevábamos una hora de película cuando han improvisado un intermedio de cinco minutos. No sé si será para que el público salga a mear, si para que salga a consumir palomitas y refrescos o si simplemente será para cortarte el rollo y sacarte de la película, no sé, tendré que analizarlo con cuidado, no quiero equivocarme.

A la salida del cine, desbordado de sensibilidad artística tras ver desbarrigar a tiros y cuchilladas a unas quince personas, me he pasado por el Media Markt que aquí se llama Media World, a ver lo que costaba una cafetera y eso. Las cafeteras muy bien, lo malo ha sido que me he pasado por el están de los cedés y no me ha quedado otra que arrear con tres, concretamente Gianna Naninni, Eros Ramazzoti y Franco Batiato, por supuesto todos en italiano. La Naninni me la he tragado en el coche y mientras escribo esta historia estoy medio orgasmado escuchando a Eros Ramazzotti cantar duetos en italiano. Batiato para más tarde. También me estoy cepillando, como quien no quiere la cosa, unas alcachofas a la plancha, concretamente 450 gramos, es que me he puesto a hacer alcachofas y tampoco podía parar, pero están bastante incomibles así que me las voy a dejar y la voy a emprender con la sandía-brontosaurio que me compré esta mañana. Espero que no se me coma ella a mi primero.


Seguro que este bodrio tendrá más éxito en taquilla que "Una pistola en cada mano", por ejemplo.

jueves, 15 de agosto de 2013

El día más festivo del mundo

Refugiado en casa al abrigo del aire acondicionado y mientras espero la llegada del vehículo que me tiene que transportar al aeropuerto de Fiumicino pienso que nada mejor para llenar el tiempo que hablar de algunas italianadas que me tienen un tanto perplejo y que espero que desde esta tribuna se conviertan en aviso para navegantes.

Hoy es 15 de agosto y eso en mi pueblo se solía llamar "la virgen de agosto". En Madrid son fiestas menores, se celebra la famosa (famosa por las zarzuelas) Verbena de La Paloma que permite a los sufridos indígenas capitalinos la conmemoración de sus santos de segunda línea, San Cayetano, San Lorenzo y La Virgen de La Paloma. Ojo porque estos santos, siendo menos universales que San Isidro, son tan relevantes para la ciudad como al PP sus secretarios generales y sus tesoreros. Ya no sé decir si están tan a por uvas como aquellos porque siendo yo poco de pedir a los santos no me siento capaz de juzgar la eficacia de los mismos. Son en todo caso unos santos que a mi me resultan simpáticos. San Lorenzo es un tipo al que unos malotes decidieron cocinar a la parrilla pero sin previa muerte o anestesia; carne fresca. Yo que soy de imaginación viva me imagino como se debe pasar amarrado a una parrilla con unas buenas brasas debajo y es que me dan mareos. El caso es que San Lorenzo, haciendo gala de un sentido del humor que para sí lo quisiera el campeón mundial de monólogos, no tuvo más salida que decir a sus cocineros "dadme la vuelta que por este lado ya estoy hecho". Impresionante, le faltó recomendar que le añadiesen un poco de tomillo y un chorrete de vino tinto. No sé si la historia será correcta pero así me la contaban en mi colegio tardofranquista y ciertas historias a ciertas edades marcan de por vida. La Virgen de La Paloma es ni más ni menos que la Madre de Dios, la de siempre, pero que la llaman así por el descubrimiento de un cuadro en el que aparece la susodicha rodeada de palomas blancas, las otras, las de color gris rata, no son adecuadas para la cosa sacro-decorativa. Este es el motivo de que haya en Madrid y sólo en Madrid, mujeres y niñas que responden al nombre de Paloma. San Cayetano no tengo la más remota idea de lo que hizo pero debió dejar boquiabiertos y patidifusos a los Duques de Alba, muy de Madrid ellos, porque anda que no le dan uso al nombrecito, con lo feo que es.

Pero bueno, yo iba a hablar de italianadas. Es que me ha sorprendido la reacción general del país en esta semana. Para mi el 15 de agosto, igual que el 15 de julio, eran días festivos básicamente en el calendario porque pillando en época tan vacionada son como menos relevantes. Pues aquí no. Aquí esta semana la llaman el ferragosto y es el momento de dejarse morir o desaparecer. Ayer sufrí una concatenación de cabreos por este motivo. El primero me vino al descubrir que el gimnasio estaba cerrado ¡Un gimnasio cerrado toda una semana! Eso en Madrid es impensable pero aquí pasa. Lo más grave fue que lo descubrí a las ocho de la mañana, con sudor de 5 Km de carrera encima y sin posibilidad de volver a casa a ducharme porque estaba en la hermosísima y sin par localidad de Pomezia, a treinta y tantos kilómetros de la Vía di Monteverde y a dos de mi oficina, donde me presenté con una facha infame, muy impropia de un señor dottore. Así pasa luego, que no me respeta ni la señora de la limpieza. Pero no era esta la única alegría que me deparaba el ferragosto. Unas horas después me encontraba discutiendo con dos individuos sobre la necesidad de venir al laboratorio el día festivo para "controlar el ganao". En fin, no quiero hablar aquí de detalles laborales pero lo cierto es que cuando uno trabaja con cosas vivas las fiestas del calendario no se tienen en cuenta, así solía ser en cuantos lugares he trabajado pero en Italia no resulta tan obvio.

Unas horas después tuve una procesión de personal despidiéndose de mi porque se iban de vacaciones. Creo que las próximas dos semanas estaremos la de la limpieza y yo como únicos habitantes de la fábrica. Como el respeto ya me lo ha perdido le voy a sugerir que nos vayamos a beber juntos hasta enfermar.

Como soy así de cabezón, esta mañana me he levantado a las siete y me he ido a trabajar, a controlar mi ganao. La ciudad está desierta como nunca la había visto. Creo que no pasan matojos de esos rodantes de las pelis del oeste porque no hay viento en absoluto, que si no seguro. Yo debía ser la única persona en todo el campus esta mañana y eso que hay un edificio entero de animalario pero ya les habrán explicado a los bichos que hoy es festivo, que procuren ser contenidos con el pis y la caca y les habrán dejado una estampita de San Antón. Bueno, está la excepción de los de seguridad pero yo creo que esos pertenecen a otra casta y han sido privados de derechos básicos.

Como esta tarde salgo de viaje, de viaje de trabajo no se me vayan a creer, hice amago de parar en mi centro comercial de cabecera, que está de camino a casa, con ánimo de comprar algún útil de aseo de pequeñas dimensiones, de esos que nos hacen llevar en los aviones para asegurarse de que no los hacemos explotar en vuelo. Bueno, en la vida había visto un centro comercial más cerrado. No se podía ni entrar al garaje, lo habían cerrado con unas persianazas de acero. Mira que los centros comerciales siempre están abiertos, al menos las cafeterías y restaurantes. Pues aquí nada, el ferragosto se respeta por encima de todo. Lo bueno es que ya sé donde tengo que buscar refugio el día de la epidemia zombi, no todo iba a ser malo.

En fin, aquí sigo, escuchando los grandes éxitos de Eros Ramazzoti mientras llega mi teki, otro desgraciado que tiene que trabajar el día más festivo del mundo, pobre.


El Trastevere desierto en ferragosto. Foto sin trucar.


lunes, 5 de agosto de 2013

La Turistosfera

Según la RAE turista es el que hace turismo. Así de explícitos son ellos cuando se ponen. Para aclarar las cosas un poco más le he preguntado a la RAE qué cosa es según ellos el turismo. Sin dudar un instante la RAE me ha respondido que turismo es viajar por placer. ¡Ajá! Ahí quería yo llegar, viajar por placer. Mi amigo J odia el turismo. Lo odia tanto que a veces dan ganas de despanzurrarle un merengue en la cara cuando se pone a denostarlo de lo pesado que se pone el tío. Yo he hecho turismo, de hecho, he hecho turismo con él entre otros, y bien que nos hemos reído y bien putas que las hemos pasado con los viajecitos de placer, sobre todo él que es un tiquis miquis, un delicadito y un malcome. Debe ser por eso que le tiene tanta manía al turismo.

En fin, todo esto viene a cuento de que he estado observando a los turistas. Dicen que mi nueva ciudad es la segunda del mundo en turistas. Al parecer en París hay todavía más pero debe ser que como es más desparramado no se aprecia tanto la cantidad. Aquí como están las colinas pues el turismo va como más encajonado. Para colmo los 37 grados húmedos que caen hoy impulsan al flujo de turistas a desplazarse preferentemente por la acera de la sombra lo que viene a inhabilitar entre uno y tres cuartos del espacio disponible generando grandes aglomeraciones en el resto dependiendo de la hora. Como biólogo que soy, amamantado para más INRI (famosa marca de crucifijos) por los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente y gran paseador de la Ciudad Eterna, no puedo dejar de mirar a los turistas con ojos de científico. A fin de cuentas conforman una masa de características definidas y con intereses y comportamientos comunes que genera todo un ecosistema a su alrededor, con sus parásitos, sus predadores, sus simbiontes… Yo llamo a esto la turistosfera. La turistosfera es una capa discontinua de densidad variable en función de la zona geográfica, que posee dinámica y características morfológicas propias y definidas. Aunque en algunas zonas es muy tenue, la turistosfera se encuentra en casi todos los lugares de la Tierra. Aquí en Roma, sobre todo en determinadas áreas de la ciudad, la turistosfera es especialmente densa. Así por ejemplo cabe decir que la célebre Fontana de Trevi es una fuente que sale en una película que se titula “La dolce vita” y que actualmente se cree que se encuentra bajo una capa de turistas de elevada densidad y consistencia. Es broma, en realidad sí que es posible ver la fontana, siempre y cuando sea uno capaz de llegar al lugar a través del tumulto. Esto es mérito exclusivo de la policía de Roma que se bate el cobre bravamente con la masa turística que, desesperada por el calor, intenta denodadamente abrevar y refrescarse con el agua de la fuente.


La turistosfera es algo verdaderamente interesante de observar. Hay que resaltar de ella dos elementos fundamentales, la variedad dentro de su homogeneidad y su tenacidad atroz. Aquellos que forman parte de la turistosfera, no nos engañemos que todos hemos sido turistosfera alguna vez, tienen unos objetivos muy claros, a saber, descubrir la maravillosa ciudad en la que se encuentran, vivir experiencias inolvidables a ser posible cubiertas de un halo de romanticismo, sacar fotos demostrativas de su estancia en lugares tan notables y comprarse algún recuerdito que colocar en el salón de casa a la vuelta para no olvidar aquel viaje de ensueño. El buen turista no cejará en su empeño ni escatimará esfuerzos para alcanzar estos objetivos, así caiga un sol de justicia y tengan que caminar quince kilómetros diarios, comer porquerías y dormir en lugares incómodos. Los que van de viaje por que sí y no tienen estos objetivos no son turistas sino viajeros y esos hoy no me interesan, no hacen risa.

Los componentes de la turistosfera se ajustan a unos cánones y estándares bien conocidos de todos pero dentro de esto varía su actitud y morfologíaa. Aquí en Roma he visto grupos de chicas jóvenes americanas, americanas del todo, que al caer la tarde se desplazan hacia el centro con un aire y unas maneras innegables de “aquí estoy yo, que he venido a follármelo to”. Lo juro, hay auténticas bandadas. Luego se ven grupos que vienen a Roma por la cosa religiosa, del Vaticano y eso. Sin ir más lejos, hace poco me crucé por el Trastévere con una bandada de portugueses que andaban dispersos y se estaban reagrupando frente a Santa Maria in Trastevere. Supe que eran portugueses porque identifiqué la parla pero sobre todo porque la guía alzaba un palito con una pequeña bandera rojiverde. Poco después me los crucé por el barrio cuando ya reagrupados avanzaban como manada orgullosa y compacta tras el estandarte nacional cantando a coro alegres canciones de su tierriña. ¿Y cómo se yo que estaban en Roma por la cosa religiosa? Pues porque de putas no tenían pinta de ir lo mismo que las americanas de antes no iban vestidas para entrar en San Pedro precisamente.

He hablado hasta ahora del componente principal de la turistosfera pero no necesariamente del más interesante. A mi me llaman mucho la atención los entes locales que se desplazan entre los turistas y a su alrededor con el interés claro de sacar algún provecho. Aquí en Roma, ya lo he dicho alguna vez, tenemos muchos pakis, nombre xenófobo de cuño anglosajón que designa a los ciudadanos de Pakistán y que en este caso podemos hacer extensivo también a los de Bangladesh. Hay pakis a espuertas y muchos de ellos se dedican a parasitar turistas si bien creo que lo hacen bajo las directrices de algún turbio cerebro chino porque según que cosas sólo se le pueden ocurrir a un chino. Yo que nunca pondría objeciones a que mi hija se casase con un árabe siempre y cuando este me riese francamente los chistes sobre Mahoma debo admitir que los pakis de aquí me cuestan porque los encuentro ruidosos, ordinarios y escasamente educados, al menos desde nuestro concepto de educación. Que sí, que soy un racista de mierda, que le vamos a hacer. Yo es que para lo de la urbanidad soy muy mío.

Los pakis intentan vender a los turistas unos cacharros fosforescentes que tiran al alto por la noche y que por lo visto es muy hermoso de ver. En cierta ocasión me calló uno encima cuando cruzaba por la plaza Navona y a punto estuve de pisarlo. También venden unos muñecajos de goma blanda que arrojados contra una superficie se despanzurran y vuelven poco a poco a su forma original. Durante el día venden flores y paraguas que son paraguas cuando llueve y sombrillas cuando luce el sol. Yo que no soy turista sino romano no dejo de ser acosado por estas bandas de vendedores espontáneos, no sé como no se dan cuenta de que soy de aquí, con este aire latino que me envuelve. Realmente me pregunto que proceso mental les lleva a pensar que pueda yo tener algún interés en sus absurdas mercancías. Alguno me ha llegado a incomodar severamente metiéndome las putas florecitas por las narices, “¡qué no, coño, que no, que me dejes en paz! Lo del “coño” debe ser muy internacional porque el personal recula cuando lo escucha. O eso o el aire de gorila cabreado que se me pone y conste que yo tengo tamaño de gorilón así que debe resultar convincente el asunto.

El caso es que me he estado fijando y he visto gente que había comprado el cacharro ese de lanzar a lo alto, una especie de fuentes de madera extensibles, paraguas-sombrilla y en el colmo de la paranoia, he visto turistas encantados cargando con unas pinturas de imágenes típicas de la ciudad que unos orientales, tengo para mi que coreanos o vietnamitas, pintan en la calle con espráis de pintura acrílica y que son tan meritorios en cuanto a ejecución técnica como horteras en su resultado final. He concluido que esto viene a ser como esos correos spam en los que te piden un número de cuenta para transferirte una fortuna que un ricacho africano quiere sacar del país: Si entre un millón de corros encuentran tres panolis ya tienen el negocio hecho. Pues esto igual, con los millones de turistas que andan por aquí, encontrar dos o tres que te compren la horterada no parece misión imposible.

En fin, los turistas serán lo que sean pero se dejan una pasta y son fuente de prosperidad y, aunque no lo parezca, de cultura también. Si no tuviésemos aquí la casa de Dios habría muchos menos turistas y por lo tanto menos prosperidad porque el Foro Imperial tiene gancho pero no tanto, así que benditos sean los turistas y bendito sea el Santo Padre y su corte de capullos. Yo seguiré echándole una mano a aquel turista en apuros que me lo solicite y charlando con Dios ahí en su casa cuando la densidad de la turistosfera en San Pedro lo permita. En realidad me gusta.


La famosa Fontana di Trevi que asoma entre los turistas. Hay menos que de costumbre, probablemente por los 37 ºC húmedos que azotaban la ciudad.