Susana y Rubén son una pareja convencional. Ella es profesora universitaria y él trabaja para una multinacional naviera con sedes en diversos lugares, entre otros en París. Ambos y sus tres hijos viven en Madrid. Por circunstancias de la vida Rubén ha conocido a una joven rusa en París y anda con ella de amoríos. Por su parte Susana se ha enganchado de un post-doc sevillano que está pasando un tiempo en en la ciudad en relación a un proyecto conjunto de las dos universidades. En el último episodio Rubén, en pleno apretón, poco menos que plantó a su familia y se largó a París donde Irina, su amante, no duda en dejar a su marido y a su suegra en pleno día de Navidad.
La amante rusa
El amante sevillano
Fyodorovna
Noche de amor
Era domingo por la mañana entrada la primavera y los chicos estaban con sus abuelos. La noche anterior habían salido y se habían acostado tarde. La casa estaba inundada de paz y silencio, mágica tregua que da la mañana dominical a los ciudadanos corrientes, autores involuntarios de los atascos, del estrés y en general del agobio diario. Rubén se había despertado, Susana continuaba dormida. Los rayos de sol se filtraban amables por los resquicios de la persiana a medio bajar, luz melosa de la mañana que envolvía la vista cotidiana de un cierto halo casi mágico que no podía transmitir sino paz y bienestar. Sin moverse de la cama se dedicó a observar cada uno de los elementos que componían su habitación, las cajitas que Susana almacenaba sobre la cómoda, los cojines que durante el día decoran la cama y que pasan la noche en el suelo, los zapatos dejados de cualquier manera, la ropa tirada más que depositada sobre el galán. Era bueno estar allí y era bueno sentirse vivo. No sólo vivo, también sano y joven, lleno de energía, capaz de afrontar lo que fuese. Aquella mañana Rubén se sentía bien, se sentía el Amo del Universo. Libre de ataduras la mente de Rubén se deslizó entre sus recuerdos. Impulsada por aquel inesperado bienestar sorteó con habilidad los malos episodios, la presión laboral y la mala conciencia por sus maldades y se deleitó con lo mucho bueno que con que la vida le obsequiaba: su casa, sus aficiones caras, su coche nuevo, Susana, los planes de vacaciones, Irina... La memoria de Irina le revolvió y le llevó a las evocaciones de algunas de sus amantes, de momentos tórridos en lugares que ahora resultaban lejanos y por ello mágicos, habitaciones de estudiante, hoteles, la casa de sus padres... Finalmente llegó a su esposa, a Susana, que dormía a su lado con aparente placidez. Susana era la mujer más atractiva que se había cruzado en su camino hacía ya veinte años. Inteligente, guapa y con ese carácter bravo que solía ahuyentar a los hombres que se le acercaban y que para él había sido el mayor de los alicientes. El día que besó por primera vez a Susana sintió que había coronado el Everest y la primera vez que hicieron el amor pisó la Luna.
Se acercó a ella con el recuerdo de sus embates amorosos, presa de un deseo creciente. Podía rememorar cada centímetro de su piel, su olor, su calor, su expresión al hacer el amor. El recuerdo fue abriéndose al deseo y este le llevó a posar su mano derecha sobre la cadera de ella y comenzar a acariciarla suavemente. Susana le demostró la salida suave de su sueño acercándose a él, invitándole a extender el área de sus caricias. El lenguaje silencioso de los amantes que se conocen bien fue abriendo puertas con el orden y la cadencia adecuados. Besos, susurros, suspiros, contactos, fueron sucediéndose y haciéndose poco a poco más intensos. No por conocidos resultaban aquellos cuerpos menos interesantes y no por envejecidos menos atractivos. La humedad, los abrazos, el choque de las pasiones, sentirse uno dentro de otro, la respiración profunda, los gemidos, la desinhibición que les producía saberse solos en la casa. Una orgía de sensaciones, un deseo no contenido y una explosión final comenzada en uno de los cuerpos entrelazados y transmitiéndose al otro. Así comenzó aquella soleada mañana de domingo de primavera.
Exhaustos por el esfuerzo del amor, agotados por aquella liberación de pasiones, los dos quedaron tirados, desnudos, sobre las sábanas revueltas de la cama, en silencio. Susana boca abajo, con la cabeza vuelta hacia él, cerrando los ojos. Él boca arriba, mirando el techo de la habitación, sin fuerzas siquiera para pensar, cogiendo con su mano izquierda la mano izquierda de ella que acariciaba amoroso. Se sentía en paz, junto a la mujer más bella y más buena de la Tierra, el hombre más feliz del mundo. No hablaban, no hacía falta. Entonces fue cuando Susana, lentamente, sin abrir los ojos, con la voz grave de quien lleva horas sin hablar dijo: “La puta esa que te estás follando cuando vas a París, ¿es mucho más joven que yo?”
Nunca se debe subestimar a quien te acompaña durante años.
ResponderEliminarSobre todo si es mujer...
EliminarMe alegra ver recuperadas las aventuras de Sansón y Dalila
ResponderEliminarTengo más en la cabeza, el caso es ponerse. Igual este fin de semana que ando solo me animo.
Eliminarpues ánimo
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