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sábado, 29 de junio de 2013

Sábado chungo

Estoy en casa. En mi casa de Roma, en la Via di Monteverde. Este fin de semana no me toca ir a Madrid. Mi criaturita pequeña (13 añitos) se va a un campamento de baloncesto que por lo que nos describen en los folletos es como una mili en Cerromuriano pero condensada en una semana y encima pagando. La criaturita grande (17 añitos) no sabemos que hará y preferimos no saber. En cuanto a la santa se viene para acá porque la semana que viene tiene vacaciones y ha decidido pasarlas en Roma, como una marquesa. Eso sí, mañana por la mañana arreando hacia Sorrento, a una pensión fina. El viaje de la santa es esta noche, sale de Madrid a las 19:50 y aterriza en Fiumiccino a las 22:20 así es que me he encontrado con un sábado inesperadamente solitario. ¿Y qué se hace en Roma cuando se está solo un sábado? Pues los demás no sé pero yo he empezado por intentar hacer ejercicio. He querido irme a mi Gimnasio, que está un poco lontano, en Pomezia que es donde trabajo. Lo he intentado pero resulta que Pomezia está camino de la especie de playa que gastan aquí así es que me he tenido que volver por el atasco de romanos a la caza de la playa. He de decir que haberme faltado el canto de un euro para verme involucrado en un pavoroso accidente en cadena en la vía Pontina también me ha ayudado a resolver sobre la conveniencia de la vuelta. Espectacular oye, con chirridos de ruedas, quemazos de neumáticos y resbalón del coche incluidos. Ya digo, el canto de un euro y porque uno, pese a integrarse bien en la cultura local, aún conserva reflejos de civilización como mantener la distancia de seguridad con el coche y esas cosas...

Tras el fracaso gimnástico me he ido a correr. En esto no he fracasado, el parque estaba donde siempre y he tenido ocasión de complacerme con algo más de seis hermosos kilómetros. Por cierto, por el camino me he tropezado y me he ido al suelo lo que me ha dejado unas pupas muy penosas en la mano derecha y un leve raspón en la pierna.

Después me he venido a casa donde me ha dado por comer. He comido sano y equilibrado pero al final he acabado por tener un enfrentamiento con una botella de Gewurtztraminer italiano que tenía en la nevera y que voy ganando a todas luces. A todo esto con la musiquita, fresquito, como que he entrado en una situación de decir qué cómodo estoy y qué poco me importa todo en general. Ante semejante zenitud me he puesto a ayudar a una amistad en apuros con la búsqueda de empleo y planeo marchar a resolver la tarde-noche en la zona de Piazza Navona o quizás una visita al Panteón o con una pizza en el Trastevere o vaya usted a saber. Ha sido entonces cuando he reparado en el nivel de bienestar que me estaba deparando el momento y he dicho, qué carajo, esto al blog. Y aquí está.

Supongo que esto mismo sufrido de manera sistemática y sin quererlo debe ser bastante chungo pero como para mi es la excepción pues la verdad es que lo estoy disfrutando y no va uno a compartir sólo penas. Espero poder acordarme de estas cosas cuando el panorama no sea tan plácido, lo cual, sin duda, ocurrirá.


El Panteón de Agripa. Me encanta, es una maravilla y tiene algo menos de turistas que otros monumentos de la ciudad.

No paro

1. Pulsar el link
2. Situar el cursor sobre el muñequito que se situa en Italia
3. Hacer click sobre el muñequito

Sale un tío guapísimo que cuenta cosas interesantísimas.


http://www.cadenaser.com/static/especiales/mapa_expatriados/index.html




La paella de encargo y el Master Chef

Tengo para mi que los platos regionales consisten básicamente en un base compuesta por el cereal local condimentado con más o menos alegría con una serie de componentes de índole proteica propios de la región o vecindario. Tal es la hechura del cocido madrileño, la fabada, el cocido montañés y tantos otros platos típicos, entre ellos la paella. La paella tiene dos características peculiares, la primera es que el cereal es el arroz, algo poco frecuente en nuestra tierra, dada a cosas más contundentes y aerofágicas como las judías, los garbanzos o la lentejas. La segunda es que es muy internacional y que ha alcanzado la popularidad gracias a variaciones que se han producido sobre la fórmula original. De hecho recuerdo alguna ocasión en que el restaurante de El Corte Inglés ofrecía "paella valenciana" y los camareros advertían del contenido a quien la pedía. El contenido incluía caracoles y alguna otra cosa de las huertas. Yo no la pedí porque los caracoles son unos bichejos muy interesantes pero no los identifico como comida.

Yo hago paellas de vez en cuando y como no tengo vergüenza ni modestia, debo decir que de vez en cuando me salen bastante bien, en particular si tengo ocasión de dedicarles tiempo y mimo y hacer un buen fumé, porque como todo el mundo sabe, el secreto de la paella está en un buen fumé. Yo al principio hacía las paellas como mi santa (madre), es decir, con una curiosa mezcla de carnes, chirlas, verduras, gambas, etcétera. Mi santa (esposa) se quejaba mucho y me decía que eso era "arroz con cosas" lo cual viene a ser en mi opinión, una buena definición de la paella. En fin, el caso es que para ella la paella era lo que se suele vender como "paella de marisco", algo que no se parece ni por el forro  a la paella valenciana pero bueno, como uno es un blando, fui reduciendo el repertorio de ingredientes hasta situarlo en lo que se me demandaba más o menos. Últimamente paro poco por casa. Por la familiar de Madrid y por la particular de Roma. El día que no me dan las tantas en el curro me voy al gimnasio y llego igualmente tardísimo al hogar con lo cual no me queda ni tiempo ni ganas de cocinar. Además "manejo" así que cuando se me apetece comer voy de restaurante y arreglado. Es por esto que cuando ando por Madrid a veces me da por el guisoteo y últimamente me dio por el arroz. Me dio así en plan fino y me casqué un arroz con carabineros que me salió divino de la muerte. Por el fumé, claro, que estaba hecho con los caparazones de los carabineros, unos huesos de rape y alguna cosilla más. Muy rico me salió y mucho me lo festejaron. Me sobró una cantidad importante de fumé así que decidí congelarlo para repetir la faena en otra ocasión y esto surgió el domingo pasado.

Se dio la circunstancia el día de autos de que yo andaba con mi agobio habitual teniendo que hacer trescientas cincuenta cosas antes de coger el avión a Roma así es que me levanté pronto y dejé apañado el arroz lo que incluí entre otras cosas la pelada de mariscos varios que actuarían como "tropezones"  y la subsecuente elaboración de un fumé adicional. Hice lo que pude pero como me tenía que ausentar, dejé el sofrito y cada ingrediente dispuesto en un platito y le pedí a la Santa que me procediese con la mezcla. Mientras le daba yo una detallada explicación del procedimiento paellil ella hacía círculos con los ojos y adoptaba una posición de suficiencia mientras me advertía que había visto todos los episodios de "Master Chef" y que estaba al cabo de la calle con la elaboración de una paella o incluso de un Vol-au-vent de bogavante si es preciso así es que la dejé hacer y marché a mis cosas que incluían un bebercio con los amigotes como no podía ser de otra manera.

Al regreso me encontré la paella en sus últimos momentos de cocción junto con una serie de quejas: que si el arroz está duro, que si es demasiada cantidad de arroz y no cabe en la sartén... Ni que tuviera yo la culpa, en fin. Tras los trámites de rigor acabaron paella y comensales acoplados a la mesa y a mi me tocó servir. Sirvo un plato y algo me resulta extraño. Sirvo otro y aumenta la extrañeza. Tras servir el tercero me dirijo a la cocina, abro la nevera y ahí estaban, mis gambitas, mis chirlitas, mis cigalitas, todo pelado, tomando el fresco. La paella esta vez no era arroz con cosas, era arroz a secas. Encima con el color heterogéneo y soso.

Está haciendo mucho daño el Master Chef ese.


sábado, 22 de junio de 2013

Las reglas del juego

Últimamente he dejado un poco de lado mi entorno diario y eso que ha cambiado significativamente con esto de haberme venido a vivir a Roma. Como no podía ser de otra manera en los dos meses que llevo aquí, me he volcado en analizar la italianidad, la romanidad y todas esas cosas. Siempre comparando con lo mío y, como buen españolito, haciendo lo posible por ver que lo mío es mejor. Difícil tarea en este momento que lo nuestro sea mejor que cualquier otra cosa, pero ahí vamos. Siendo los italianos una gente del sur y con esa reputación que tienen, merecida sin ninguna duda, uno tiende a pensar que los españoles tenemos posibilidades de estar objetivamente por encima de ellos. El caso es que según los indicadores económicos nunca fue así, siempre estuvieron ellos por encima de nosotros. Ahora que voy conociendo el país y los paisanos estoy dispuesto a apostar a que los indicadores económicos están falseados y que el que los controla ha sido engañado si es belga o sobornado si pertenece a cualquier otra nacionalidad europea. Cuento un poco porque imagino que si bien la mayoría de quienes me leen conocen esto, también imagino que la mayoría lo conocen como turistas ya sea intencionados o accidentales.

Una cosa que me llama la atención desde un primer momento es la escasa relevancia de la tecnología entre los italianos. El otro día estaba en un café con un colega inglés y comentábamos esto mismo. Él atrajo mi atención sobre el hecho de que nadie, absolutamente nadie, estaba sentado en aquella terraza con su ordenador personal, i-pad, i-pod o cualquier otra i-zarandaja de las que estamos tan colgados en España o en otros lugares de este mundo civilizado que habitamos. Es verdad, les importa un comino. En mi casa romana tengo una conexión a Internet que es la más potente que se puede contratar en Italia. Ya quisiera tener la potencia que tiene mi conexión de Ono en Madrid que no es ni mucho menos lo más potente que se puede contratar en España. Es más, me contaban ayer que a pocos kilómetros de Roma no hay manera de conectarse a la red y que los 3G van así, así. Esta “atecnologicidad” parece ser que es algo que los propios italianos llevan a gala porque aquí lo importante es la Historia, el Arte, la Historia del Arte y por supuesto, la música. En un trabajo como el mío que tira mucho de nuevas tecnologías esta falta de interés llega a convertirse en un problema; cuando intentas introducir los análisis de multivariables y cosas así en un entorno que se mantiene en la época de Camile Golgi (compartió el Nobel de medicina con Santiago Ramón y Cajal), las cosas se ponen un poquito cuesta arriba.

Otro tema interesante es el famoso diseño, el diseño italiano. En este campo he de decir que los italianos son bipolares, me explico. Hacen una ropa bastante chula, la mayoría parecen tener un magnífico gusto estético de manera natural (y no restringida a las clases pudientes). Los coches son mayoritariamente bonitos, ahí están los Alfa Romeo (me encannnntan), los Ferrari, Lamborghini y demás monerías automovilísticas y en estas se te descuelgan con un engendro como el Fiat Múltipla, uno de los coches más feos que he visto en mi vida, parece el coche del Topo Giggio. Y el caso es que es algo universalmente aceptado que “la mutipla” es un coche horroroso pero ahí lo tienes, circulan unos cuantos. Con las mismas, de vez en cuando te cruzas cada hortera de bolera que te puede dar algo pero no se ven chonis, ni pokeros ni esas cosas que hay por nuestros lares.

Más temas curiosos: la playa. Como soy muy de playa decidí darme una vuelta por el Lido de Ostia, que es la playa de Roma. Yo esperaba un paseo marítimo, una playa de arena, italianos, algún turista, el puesto de helados… en fin, lo normal en estos casos. Para nada. Resulta que la playa de Ostia está toda ella dividida en sectores en los que te plantan cabinas, sombrillas y tumbonas y a los cuales se paga por acceder. Claro, como la costa es de propiedad pública y no tener acceso franco sería un delito, cada tanto uno de estos sectores es lo que llaman “spiaggia libera” y es el punto en el que puede entrar cualquiera, aposentar sus reales y disfrutar de la cosa marinera. Para que se haga uno una idea, la playa de Torrevieja un domingo de agosto, viene a ser lo más parecido a uno de estos sectores de playa libre con la salvedad de que esto que cuento era en mayo, no en agosto. En agosto volveré para sacar una foto y publicarla.

Pero donde los italianos dan sin duda más juego es en ese terreno que nos retrata tan bien a todos, italianos o no: la conducción. En la conducción italiana intervienen dos factores, el trazado y mantenimiento de las vías y los conductores. El trazado de las carreteras italianas, sus indicaciones, los arcenes y demás me hacen pensar en la existencia de una escuela de urbanismo luso-italiana porque todo recuerda muchísimo a las horrorosas carreteras portuguesas. Ocurre que de vez en cuando te encuentras un tramo de autopista decente o una incorporación en condiciones pero eso viene siendo la excepción. Para completar el cuadro las vías públicas cuentan con una espléndida colección de baches y agujeros que sugieren que no hubo tiempo de reparar los desperfectos causados por la guerra del 39. Tampoco sería extraño que desde entonces se encontrase reunida una comisión permanente discutiendo sobre la manera más adecuada de reparar las vías sin que por el momento se haya podido alcanzar el consenso, en Italia somos así. Los conductores por su parte son un atajo de inconscientes como no había visto jamás. Los límites de velocidad son un tema superfluo y accesorio que no respeta ni la policía, el “ceda el paso” lo interpretan como un “aprópiese del paso”, un “stop” es un “to palante con un par” y todo en este plan. Yo al principio me indignaba mucho porque en mi ciudad por cualquiera de las cosas que se hacen aquí de forma habitual tienes pitada, bronca y si pillas a uno lo suficientemente tarado te pueden descerrajar un tiro, no sería el primer caso. Aquí no, aquí todas estas tropelías y otras mucho más gruesas son habituales y el que no las practica es porque no ha sido suficientemente listo. Ser listo en Italia es una virtud muy valorada, como lo era en la Grecia Clásica. Los italianos tienen toneladas de leyes, millones de normas y reglamentaciones exhaustivas ad nauseam y no respetan casi ninguna, en eso consiste el juego aquí, esa es la llave de su feliz supervivencia y la causa de que no sean capaces de acometer una empresa grande o de tener una prosperidad nacional como los escandinavos, por ejemplo. En fin, aquí al menos se sabe por qué es, por indisciplinados, no como lo nuestro que es por choriceo y nada más.


Otro día escribo sobre tías.

La playa en Ostia

domingo, 16 de junio de 2013

Modestia aparte

A mis cincuenta tacos he descubierto algo completamente revolucionario y aquí y ahora lo voy a ejercer. Soy guapo. Me encanta decirlo porque además es verdad. Soy guapo, bastante guapo. Es normal que sea guapo porque mi padre feo no es y mi madre, con setenta y tantos, es una señora de buen ver por no decir que a sus veintitantos era un pedazo de perica de las de perturbarle a uno la concentración.

Me encanta decirlo porque he descubierto que es algo bastante rechazado socialmente. Me refiero a hablar bien de uno mismo. Si yo hago referencia a mi nariz torcida, a mi alopecia galopante o a mi sobrepeso, la gente trata de quitarle importancia y de consolarme: como eres alto no se te nota la calva, estás hermoso pero nadie te definiría como obeso, lo de la nariz porque lo dices pero no llama para nada la atención... Pero cuando digo que soy guapo todos quedan desconcertados a mi alrededor. Me miran así como preguntándose si les estoy tomando el pelo, si espero que me den la razón o si lo correcto es manifestar una radical opinión en contra. Ante la duda se callan y ponen unas caras rarísimas.

¡Ay si hubiera sabido yo esto a mis veinte...!

Este además de guapo es inteligente. Seguro que lo sabe.

Guerra y paz

Acabo de terminarme la novela “Guerra y Paz”, de León Tolstoi. Me puse con ella siguiendo el consejo de una amistad mía que tengo yo aunque mi amistad me recomienda que me lea “Anna Karenina”. Lo consideraré pero no prometo nada porque la siguiente que he decido ensilarme, y yo puedo ser muy cabezota, es “Los hermanos Karamazov” que si no me equivoco es de Dostoievski, otro ruso. Yo nunca destaqué por ser un gran lector. Me gusta, claro, y siempre he mantenido una cierta actividad en este terreno, pero no soy un empedernido bibliófilo de los que se despachan un par de volúmenes por semana, ni mucho menos. Además debo de tener algún impedimento psicomotriz que me hace leer despacio. O lo mismo es que paladeo las palabras y me recreo construyendo las imágenes en mi cabeza, vaya usted a saber. Cuando era mocito sí que leía más, cuando me acostaba por sistema a las tres o las cuatro y me levantaba a medio día, pero ya hace años que no me puedo permitir esos lujos. A eso debo añadirle un gusto malsano hacia la televisión, gran consumidor de tiempo, del que me estoy tratando a mi mismo con un resultado razonablemente bueno he de decir. Pues andaba yo en este limbo intelectual cuando mi santa que debutó hace unos años con una querencia notable hacia la tecnología y que lleva ya tiempo en una Santa Cruzada contra el libro de papel, dio en regalarme un libro electrónico. Yo andaba un poco escéptico al respecto aunque debo reconocer que era fundamentalmente para dar por saco con la mamarrachada de la cosa romántica del papel y demás; además así le doy otra oportunidad más a mi amigo J de ponerme a caer de un burro con mi “trogloditismo tecnológico”. A raíz de tener el libro electrónico como que me dio por leer. Como no pesa y no estorba, me lo llevaba a todas partes. Me pegaba unas leídas espectaculares en los aviones que me llevaban y me traían de Buenos Aires, en la piscina de casa, esperando el autobús… Mi libro me lo llenaron de novelas, unas elegidas por mi y otras recomendadas, y me las empecé a deglutir una tras otra con lo que se viene a identificar como el ansia viva. Cuando leía libros de papel y se me acababan me daba así como una pena y una sensación de que había perdido algo que tardaría tiempo en reponer pero con el libro electrónico no, con el libro electrónico termino la novela, guardo cinco segundos de duelo recordando los buenos ratos que pasamos juntos y me abalanzo a por la siguiente.

Este verano, cuando andaba yo escribiendo historias de vecinos imaginados con amantes rusas, presa de mi habitual despiste, estaba yo en la piscina y dejé mi libro electrónico bajo la pata de la sillita de playa en la que me instalo a leer (otra mala influencia de mi santa que me está convirtiendo en un jodido burgués). Al regresar del chapuzón de ordenanza me senté en mi sillita y espachurré mi electrolibro que tenía en plena lectura de “El abuelo que saltó por la ventana y se largó”, una novela muy recomendable de un sueco que ahora no recuerdo. Aquello fue un drama. Media pantalla dejó de verse y por más que intentaba, la historia quedaba como descafeinada leyendo sólo medias páginas. Así empecé a mendigar primero y a apropiarme después el libro electrónico de la compañera que ante mi amenaza de que me iba a empezar a comprar las novelas en papel llenando así la casa de trastos, cedió. Algún tiempo después mis amigos me regalaron un nuevo libro electrónico último modelo con motivo de mi cumpleaños. Es en este que me he cepillado “Guerra y paz”. Creo que es un ladrillo bastante gordo pero no puedo saberlo y mejor porque siendo mal lector como soy, los libros gordos siempre te echan un poco para atrás. Encima puedo regular el tamaño de la letra lo cual me da un poco de tregua antes de tener que contrarrestar los efectos de la presbicia con unas simpáticas gafas.

A todo esto yo lo que quería era hablar de la novela de Tolstoi, no de mis intimidades. Es que siempre acabo igual. Pues eso, que la he disfrutado mucho leyendo sobre esos pedazos de salones en los que se reunía la buena sociedad de la Rusia Imperial, de sus pasiones y de su constreñimiento social. Empecé sufriendo con la pobre “pequeña princesa”, la esposa del atormentado príncipe Andrei Nikolaievich Blonski, que termina pasando su embarazo en la finca campestre de los Blonski, con el capullo integral de su suegro, el viejo príncipe, su pobre atormentada cuñada María, que la quiere mucho pero que se encuentra completamente anulada por su padre que la trata como una auténtica mierda y que la tiene completamente comida la moral y con damas de compañía y servicio en general. Toda la historia gira en torno a las familias Rostov y Blonski, con la participación de Pedro, hijo natural del conde Bezhukov que llega a Moscú como un pobre chaval, un poco zafio él, y termina convertido en el hombre más rico de Rusia al ser reconocido como hijo legítimo y único heredero de su padre. El libro entero es una sucesión de fiestas, bailes, batallas y alguna que otra miseria cuando los ricachos protagonistas empiezan a darse de bruces con la realidad. Sufrí mucho con la muerte por sobreparto de la pequeña princesa, con el compromiso tan débil entre Nicolás Rostov y su prima Sonia, con el sentimiento de culpa de María Blonski ante la muerte de su insufrible padre… Y finalmente a gozar como una bestia cuando se me casan los buenos de la historia, a saber, Pedro con Natacha Rostov y la princesa María Blonski con el pobre conde Nicolás Rostov, este último un casamiento muy sufrido por cuanto el joven conde ha tenido que asumir la ruina económica de la familia acarreada por su padre, el viejo conde Ilia, y se ha tenido que poner a currar en lugar de seguir de militar que es lo que a él le gustaba. Pero ya digo, acaba todo bien y da mucha alegría.

Lo he estado pensando y he llegado a la conclusión de que “Guerra y paz” es en realidad un culebrón que te puede dar algo. Eso sí, como se escribió hace 200 años ha pasado de culebrón a clásico. Y esto se debe a que lo que nos gusta son los culebrones. Antes los escritos y ahora los que dan en la tele. En fin, yo me lo he pasado como un indio con el culebrón y lo recomiendo mucho. Encima he aprendido un montón de cosas de cómo se vivía en la Rusia Imperial, sobre las diferencias sociales (los nobles y la plebe parecían especies distintas) y muchos otros elementos interesantes para mi extensa colección de saberes inútiles.

El príncipe Andrei Blonski intentado hacerse matar en la batalla de Austerliz

sábado, 8 de junio de 2013

Muy cabreante

Indignado, cabreado, asqueado, irritado. Ya me ha ocurrido al menos tres veces y es que no lo puedo soportar. ¡Un viaje en avión con el tipo de la lado tirándose pedos! ¿Pero cómo puede ninguna persona decente y honrada tirarse pedos en un avión para que nos los respiremos los demás?

La primera vez fue viajando a Bruselas con un corte de digestión estupendo producido por consumo inadecuado de chimichurri en un restaurante argentino. Un capullo leyendo El jueves y venga a tirarse pedos. Encima silenciosos que si hubiesen sido con ruido habría tenido la excusa para vomitarle encima.

La segunda en una clase business camino de Buenos Aires. La azafata pasaba con un espray ambientador para mitigar las flatulencias anónimas que inundaban la clase noble del avión.

La última ayer. Presumiblemente uno de los alegres turistas que regresaban a casa tras unos días en Roma ahítos de monumentos y de bendición papal. ¡Qué ascazo!

Pensadlo. El olfato consiste en unos receptores a los que se fijan las moléculas que producen el olor y que proceden de la fuente que lo genera. Es decir, moléculas procedentes de lo profundo del culo de aquel individuo ¡se me han introducido por la nariz! ¡Puajjj!

Mira, tengo visto que esto de aliviarse en el avión es cosa de hombres así que en la línea de los consejos que daba aquel personaje de "Up in the air", procurad sentaos junto a mujeres cuando viajéis en avión.


Encima de esto que se te tiren un pedo...

viernes, 7 de junio de 2013

Ritos de apareamiento

Los muchos años trabajando en ciencia y reprimiendo mis emociones así de manera general, me han permitido desarrollar una cierta capacidad para abstraer algún que otro aspecto de la realidad y analizarlo. Tal suele ser mi pasatiempo cuando tengo que dejar la mente en blanco, cosa que sólo consigo de manera efectiva mirando la televisión. Si no, estoy dándole a la "pelota" con abstracciones u otras chorradas por el estilo.

Hoy estaba yo en mi gimnasio haciendo por no atocinarme en exceso y como quiera que el gimnasio supone la realización de movimientos repetitivos con una demanda física sostenida a uno le suele quedar espacio vital para poco. Yo rellenaba el hueco que me quedaba de existencia entre mancuerna y carrera, con la contemplación. Un poco con la contemplación del personal y un mucho con la contemplación de las múltiples pantallas que abarrotan cada rincón de la sala de pesas.

Respecto del personal he observado que los italianos son más dados a limitar la mortificación de la carne a edades tempranas de su existencia. Abuelos como yo se ven pocos, casi diría que ninguno. Abuelas equivalentes a mi no existen, supongo que de haber alguna estará en el spa, un lugar al que nunca iré porque me parece una ridiculez y no me provoca la más mínima relajación. Abundan por el contrario los jóvenes de torsos potentes y brazos torneados trabajándose la musculatura y las jóvenes de culos prietos y pechos generosos. A todos estos los miro un poco de pasada porque no quiero ofender a nadie con mi curiosidad. Por ese motivo me he dedicado a mirar pantallas que, como no podía ser de otra manera, se centran en la emisión de vídeos musicales. Precisamente ha sido la contemplación de estos vídeos lo que me ha encaminado rápidamente hacia la observación de un hecho común a todos ellos absolutamente: tienen un alto, altísimo contenido sexual. No se me mal interprete, no eran vídeos de parejas realizando prácticas amatorias pero estaban poblados de cantantes y bailarines de muy buenas hechuras que realizaban movimientos insinuantes. Las historias, que se entendían sin necesidad de escuchar, también iban de eso.

He concluido pues que se trataba de vídeos en los que se vienen a narrar diversos rituales de apareamiento y que los jóvenes humanos, y entiéndase en este caso que los jóvenes son aquellos individuos que no han avanzado en su madurez intelectual más allá de un cierto límite, los observan para imitar lo que ven. Al fin y al cabo somos primates, oye. Además de esto he observado varias cosas que me gustaría compartir, a saber:

1. Parece un hecho tácitamente aceptado que los negros son sexualmente superiores a los blancos. Esto aplica especialmente a los hombres negros que, en los vídeos mencionados, manifiestan actitudes agresivas y exitosas con toda clase de hembras.

2. Los blancos hacen lo que pueden por imitarlos: visten igual, realizan movimientos parecidos... Viene a ser lo mismo pero sin gracia. Como la cerveza sin alcohol o las lentejas viudas.

3. Las mujeres blancas no muestran el mismo interés por imitar a las mujeres negras como los hombres blancos por imitar a los hombres negros. Esto podría deberse a:
  • Que los hombres negros son igualmente exitosos entre las mujeres blancas que entre las mujeres negras y por lo tanto da igual.
  • Que los hombres en general y como es bien sabido llegados a un cierto punto pierden el discernimiento y les da igual blanco que negro que carne que pescado y por lo tanto no hay caso en imitar a las negras.
  • Que el interés de las mujeres blancas por el apareamiento es menos obsesivo y omnipresente que el de los hombres blancos.
Me encuentro en este momento desarrollando protocolos experimentales para aceptar o descartar las hipótesis precedentes.

En fin, no sé si todo lo dicho hasta ahora tiene mucha gracia. Lo cierto es que el reclamo sexual, los ritos de apareamiento y el uso de la imagen de las personas como reclamo sexual con fines crematísticos no es cosa novedosa pero hace unos días, paseando por Roma, me llamó la atención que la iglesia haga esto mismo. El caso es que me provoca sentimientos encontrados. Me refiero a unos calendarios de curas que igual que los clásicos de bomberos o demás profesionales, generalmente justitos de ropa, están tan de moda desde hace unos años, se venden en la vecindad del Vaticano. Digo que me provocan sentimientos encontrados porque el hecho de recurrir al reclamo sexual por parte de una institución que tiene la desfachatez de decir a los más ignorantes entre sus fieles que no usen condones y que sean castos me parece un despropósito. Sin embargo los tipos del calendario, que están completamente vestidos y con alzacuellos, son hombres guapos, realmente guapos y atractivos y las fotos están hechas con mucho gusto; digamos que son de un erotismo insinuado e inteligente que juega con la ambigüedad y eso es una cosa que me gusta. Es lo que yo digo, los vaticanenses estos pueden ser muchas cosas pero en absoluto tontos...

Para que las feligresas sueñen con chupetearles los dedos cuando se los acercan a la boca sujetando la Sagrada Forma