Últimamente he dejado un poco de lado mi entorno diario y
eso que ha cambiado significativamente con esto de haberme venido a vivir a
Roma. Como no podía ser de otra manera en los dos meses que llevo aquí, me he
volcado en analizar la italianidad, la romanidad y todas esas cosas. Siempre
comparando con lo mío y, como buen españolito, haciendo lo posible por ver que
lo mío es mejor. Difícil tarea en este momento que lo nuestro sea mejor que cualquier
otra cosa, pero ahí vamos. Siendo los italianos una gente del sur y con esa
reputación que tienen, merecida sin ninguna duda, uno tiende a pensar que los
españoles tenemos posibilidades de estar objetivamente por encima de ellos. El
caso es que según los indicadores económicos nunca fue así, siempre estuvieron
ellos por encima de nosotros. Ahora que voy conociendo el país y los paisanos
estoy dispuesto a apostar a que los indicadores económicos están falseados y
que el que los controla ha sido engañado si es belga o sobornado si pertenece a
cualquier otra nacionalidad europea. Cuento un poco porque imagino que si bien
la mayoría de quienes me leen conocen esto, también imagino que la mayoría lo
conocen como turistas ya sea intencionados o accidentales.
Una cosa que me llama la atención desde un primer momento es
la escasa relevancia de la tecnología entre los italianos. El otro día estaba
en un café con un colega inglés y comentábamos esto mismo. Él atrajo mi
atención sobre el hecho de que nadie, absolutamente nadie, estaba sentado en
aquella terraza con su ordenador personal, i-pad, i-pod o cualquier otra
i-zarandaja de las que estamos tan colgados en España o en otros lugares de
este mundo civilizado que habitamos. Es verdad, les importa un comino. En mi
casa romana tengo una conexión a Internet que es la más potente que se puede
contratar en Italia. Ya quisiera tener la potencia que tiene mi conexión de Ono
en Madrid que no es ni mucho menos lo más potente que se puede contratar en
España. Es más, me contaban ayer que a pocos kilómetros de Roma no hay manera
de conectarse a la red y que los 3G van así, así. Esta “atecnologicidad” parece
ser que es algo que los propios italianos llevan a gala porque aquí lo
importante es la Historia, el Arte, la Historia del Arte y por supuesto, la
música. En un trabajo como el mío que tira mucho de nuevas tecnologías esta
falta de interés llega a convertirse en un problema; cuando intentas introducir
los análisis de multivariables y cosas así en un entorno que se mantiene en la
época de Camile Golgi (compartió el Nobel de medicina con Santiago Ramón y
Cajal), las cosas se ponen un poquito cuesta arriba.
Otro tema interesante es el famoso diseño, el diseño
italiano. En este campo he de decir que los italianos son bipolares, me
explico. Hacen una ropa bastante chula, la mayoría parecen tener un magnífico
gusto estético de manera natural (y no restringida a las clases pudientes). Los
coches son mayoritariamente bonitos, ahí están los Alfa Romeo (me encannnntan),
los Ferrari, Lamborghini y demás monerías automovilísticas y en estas se te
descuelgan con un engendro como el Fiat Múltipla, uno de los coches más feos
que he visto en mi vida, parece el coche del Topo Giggio. Y el caso es que es
algo universalmente aceptado que “la mutipla” es un coche horroroso pero ahí lo
tienes, circulan unos cuantos. Con las mismas, de vez en cuando te cruzas cada hortera de bolera que te puede dar algo pero no se ven chonis, ni pokeros ni esas cosas que hay por nuestros lares.
Más temas curiosos: la playa. Como soy muy de playa decidí
darme una vuelta por el Lido de Ostia, que es la playa de Roma. Yo esperaba un
paseo marítimo, una playa de arena, italianos, algún turista, el puesto de
helados… en fin, lo normal en estos casos. Para nada. Resulta que la playa de
Ostia está toda ella dividida en sectores en los que te plantan cabinas,
sombrillas y tumbonas y a los cuales se paga por acceder. Claro, como la costa
es de propiedad pública y no tener acceso franco sería un delito, cada tanto
uno de estos sectores es lo que llaman “spiaggia libera” y es el punto en el que
puede entrar cualquiera, aposentar sus reales y disfrutar de la cosa marinera.
Para que se haga uno una idea, la playa de Torrevieja un domingo de agosto,
viene a ser lo más parecido a uno de estos sectores de playa libre con la
salvedad de que esto que cuento era en mayo, no en agosto. En agosto volveré
para sacar una foto y publicarla.
Pero donde los italianos dan sin duda más juego es en ese
terreno que nos retrata tan bien a todos, italianos o no: la conducción. En la
conducción italiana intervienen dos factores, el trazado y mantenimiento de las
vías y los conductores. El trazado de las carreteras italianas, sus
indicaciones, los arcenes y demás me hacen pensar en la existencia de una
escuela de urbanismo luso-italiana porque todo recuerda muchísimo a las
horrorosas carreteras portuguesas. Ocurre que de vez en cuando te encuentras un
tramo de autopista decente o una incorporación en condiciones pero eso viene
siendo la excepción. Para completar el cuadro las vías públicas cuentan con una
espléndida colección de baches y agujeros que sugieren que no hubo tiempo de
reparar los desperfectos causados por la guerra del 39. Tampoco sería extraño
que desde entonces se encontrase reunida una comisión permanente discutiendo
sobre la manera más adecuada de reparar las vías sin que por el momento se haya
podido alcanzar el consenso, en Italia somos así. Los conductores por su parte
son un atajo de inconscientes como no había visto jamás. Los límites de
velocidad son un tema superfluo y accesorio que no respeta ni la policía, el
“ceda el paso” lo interpretan como un “aprópiese del paso”, un “stop” es un “to
palante con un par” y todo en este plan. Yo al principio me indignaba mucho
porque en mi ciudad por cualquiera de las cosas que se hacen aquí de forma
habitual tienes pitada, bronca y si pillas a uno lo suficientemente tarado te
pueden descerrajar un tiro, no sería el primer caso. Aquí no, aquí todas estas
tropelías y otras mucho más gruesas son habituales y el que no las practica es
porque no ha sido suficientemente listo. Ser listo en Italia es una virtud muy
valorada, como lo era en la Grecia Clásica. Los italianos tienen toneladas de
leyes, millones de normas y reglamentaciones exhaustivas ad nauseam y no
respetan casi ninguna, en eso consiste el juego aquí, esa es la llave de su
feliz supervivencia y la causa de que no sean capaces de acometer una empresa
grande o de tener una prosperidad nacional como los escandinavos, por ejemplo.
En fin, aquí al menos se sabe por qué es, por indisciplinados, no como lo
nuestro que es por choriceo y nada más.
Otro día escribo sobre tías.
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La playa en Ostia |