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domingo, 3 de noviembre de 2013

De comilonas varias

Estoy haciendo el italiano desde hace un par de días lo que básicamente consiste en comer y beber. Yo llevaba una temporada muy virtuoso, a saber, me levanto temprano, duermo un número razonable de horas, hago bastante ejercicio, como con mucha moderación y le doy al drinking lo menos posible, procurando reducirlo al fin de semana. Esta actitud tan espartana me ha generado algunos beneficios entre los cuales el más destacable es que el cinturón que utilizo ha pasado de ajustarme en el agujero 3 a hacerlo en el 5. Llevo en este plan unos dos meses pero esta semana me han destrozado las circunstancias. Cuento.

Yo trabajo en un proyecto que es internacional en el sentido de que somos italianos trabajando con alemanes y americanos, todo a la vez. Una de las empresas que están en esta historia la lleva un alemán que tiene una oficina en Londres, otra en Basilea y un laboratorio en San José-California. Cada cierto tiempo nos juntamos y hacemos unas reuniones sesudas que siempre van acompañadas de un sección lúdica que dada la idiosincrasia de mi jefe que es quien paga la cuenta (por delegación, no es su pasta) consiste básicamente en comer mucho y beber más. La cosa empezó el martes por la noche con la llegada del grupo anglo-americano. El primero en aparecer fue un tal Tom, un individuo al que básicamente conozco de las teleconferencias, con una entonación marcadamente nasal que habla como un cow-boy. Tom venía directamente de San Francisco y el hecho del viaje sumado a la diferencia horaria lo tenía destrozado con que a las cinco de la tarde ya estaba dando la lata para vernos, cosa que no consiguió hasta las seis y media, cuando mi jefe y yo llegamos al hotel. Como el pobre Tom estaba cansado no quería esperar al resto de la comitiva así que mi jefe, que cuando está sobrio es amable, le ofreció cenar y que nosotros le acompañábamos tomando un vino. Dicho y hecho, un vino y un “antipastou ma noun troppou aboundantei, per favore” (es que mi jefe es inglés y pronuncia el italiano fatal). El antipastou noun troppo aboundantei me pareció suficiente para saciar una bandera de legionarios recién venidos de unas maniobras en el Cerro Muriano pero bueno, ahí quedó la cosa. A eso de las nueve de la noche apareció el grueso de la tropa compuesto por una florentina, Cecilia (se dice Chechilia, N del A), un listillo de Gales que atiende por Jon y dos recientes adquisiciones de la compañía, una irlandesa que vive en Seattle y se llama Carmel y una pava que no sé de que parte de los USA es, que vive al parecer en Londres y que se llama Julia (Yulia). Julia y Carmel solicitaron cinco minutos para dejar el equipaje en la habitación. Al cabo de 15 apareció la tal Julia con un vestidito cortísimo y unos tacones altísimos. Bueno, no es que los demás fuésemos hechos unos gañanes, salvo el galés que es así, pero me pareció excesivo. Diez minutos después, es decir tras veinticinco de espera, apareció la otra con un atuendo mucho más normal. De esta guisa acabamos en nuestra segunda cena que consistió en otro antipastou nou troppo aboindantei y un muestrario  de tres tipos de pasta, todos deliciosos y grasientos a partes iguales, todo ello acompañado de abundante vino de la zona que procuré no degustar en exceso porque después tocaba Pontina y me he propuesto vivir al menos un año más. Me llamó la atención que esta Julia, a la que presumo doctorada en alguna disciplina científica, pasó la velada deshaciéndose en lisonjas con el galés, que presumo es su jefe, y con el mío, que la pobre no se debe haber dado cuenta de que es absolutamente resistente a los encantos femeninos y hasta aquí puedo leer. Tras la noche gloriosa retorné sin más a mi casa.

Al día siguiente tuvimos una sesión multitudinaria que se interrumpió con los consabidos “coffee break” y con una comida “VIP” en la que me habían incluido. La comida VIP constaba de antipastou abondantei, rissotou e carni e per finire un poucou di frutta. Te cagas.

A media digestión estábamos cuando tuvimos que coger un tren con rumbo a Florencia a donde debíamos llegar con hora porque, como no, había una mesa reservada en un restaurante. Ha sido la cena más gloriosa a la que he asistido desde que estoy en Italia.


El día se había dado bien y no teníamos que conducir así que el vino empezó a correr a raudales desde el primer momento. Calculo que mi jefe, sentadito a mi izquierda, se debió trasegar el solito litro y medio de chianti por lo menos. Enfrente de mi se sentaba la tal Julia que, enfundada en otro vestidito corto y provista de tacones de aguja se trabajaba denodadamente al galés quien a su vez hablaba insistentemente con mi colega y futura consuegra Mónica B. Hablaba única y exclusivamente de ciencia porque es un tipo que parece no entender de ninguna otra cosa en absoluto y además no le gusta el fútbol. Las tías no sé si le gustan, está casado y tiene hijos pero a esta no le hacía ni caso por más que ella progresaba físicamente sobre él impulsada por los copazos de chianti. La tal Julia ha despertado la curiosidad de mis dos futuras consuegras, la mencionada Mónica B y Annamaria, que en una sesión de destilación de veneno decidieron que la chica en cuestión ha viajado a Italia en calidad de “Acompagniatricce” (acompañatriche se pronuncia). Cuando me lo dijeron me dio un ataque de risa y el caso es que le va perfecto a la muchacha, que anda siempre con vestiditos y taconazos y a quien no le he escuchado una sola palabra de ciencia hasta el momento pero la veo continuamente asaltando a aquellos varones que ella juzga importantes.

Por su parte mi jefe que tiene un vino nacionalista se puso a buscar pelea tras el segundo copazo de Chianti. Siendo inglés y provocador es relativamente fácil encontrar a quien ofender y en esta ocasión cayó en su red la incauta irlandesa. Es sabido que los irlandeses no son precisamente gente recatada en cuestiones de alcohol y esta no era una excepción así es que el inglés y la irlandesa tardaron poco en enzarzarse en una discusión en la que lo más suave que se decía de los ingleses era "mal nacidos hijos de puta" y lo más delicado respecto a los irlandeses era algo así como "inútiles borrachos y cobardes". Cuanto más progresaba el debate más se encendía la irlandesa y más se descojonaba el inglés. Entre ellos se ubicaba un italiano con cara de poker que de vez en cuando nos imploraba ayuda con la mirada. El momento culminante de la cena tuvo lugar cuando el inglés descubrió que la irlandesa cumplía años ese día. Ante tal acontecimiento el inglés no pudo dejar de montar un coro que le cantase a la otra el "Cumpleaños Feliz" en varios idiomas simultáneamente, a saber inglés, español, alemán y gaélico. Luego ya él mismo se fue calentando y se marcó unos solos en un notable registro de contratenor que le granjeó las simpatías de todos los florentinos del restaurante a juzgar por las miradas que le lanzaban. Agotado el tema onomástico se me volvió a mi y me dijo que en adelante debería acabar mis intervenciones con un "oulei salute". Me llevó un rato entender que quería decir "olé salud" que es como a los ingleses ebrios les parece que se deben rematar los parlamentos en correcto español. A todo esto la "acompagnatricce" continuaba enroscada al galés a quién la sobredosis de Chianti si bien le nublaba la mirada, no le facultaba ni para insultar a los italianos ni para meter mano a la acompagnatricce. Yo he decir que bebí con mucha moderación porque aparte de que me sientan mal los excesos, no me gusta cogérmela si no es con gente de confianza y estos no lo eran. Para acompañar el Chianti una ligera colación consistente en antipastou aboundantei, risoutou, pasta, carni asada, un pocou de dolche e frutta, todo muy ligerito, ideal antes de irse a la cama.

A la mañana siguiente desayuné con mis comadres y futuras consuegras que habían aplicado el mismo principio que yo al consumo de chianti. Mónica B me dijo que se había cruzado a Andrew y que este le había espetado un "¿por qué me dejas beber tanto?". Poco más tarde me lo encontré a él que me aclaró que no necesitaba terminar mis intervenciones con un "oulei salute" lo cual le agradecí tras confesarle que de todas formas no me lo había tomado en serio.

Transcurrió el resto del día entre reuniones y abundante comida para finalmente regresar a Roma en uno de esos trenes que se llaman "Frecha Rossa" y que son como el hermano pobre de nuestro AVE. To mu bonico. Ya he retornado a mis hábitos saludables y he de confesar que me encuentro mucho mejor, dónde va a parar.


Me sigue gustando más el Matarromera pero reconozco que este no está mal

San Miniato y otras historias

Mis hijos tienen suerte. Particularmente mi hijo menor que es el varoncito. La suerte consiste en que sólo recientemente he descubierto a San Miniato que si esto me ocurre hace quince años le encasqueto el nombrecito seguro. Si Dios tiene a bien enviarme otro hijo le llamaré Miniato. Quizás un nombre compuesto como Miniato José o Gabriel Miniato, acaso un poquito pijo como digamos Miniato Luis. Puede que tradicional, antecedido por un nombre familiar: Salvador Miniato. O simplemente Miniato, así a secas o, por qué no, Miniato Aurelio para que empiece a llevar hostias a edad bien temprana y eso que los colegios ya no son lo que eran, ahora creo que en lugar de ponerse a parir por el nombre los chicos se hacen una cosa muy rara que se llama "moving" y que se hace con Internet y que por lo visto no se cura con un par de hostias bien dadas.

El caso es que descubrí a San Miniato como de casualidad y quedé prendado con el nombre. Como se debe hacer en estos caso me puse a indagar sobre San Miniato y qué queréis que os diga, es mucho más sencillo encontrar información sobre Chiara Petacci o el mismo payaso Fofó que de este mártir de la Iglesia. Pero como nada se resiste a la perseverancia y a la búsqueda en idiomas varios finalmente he conseguido saber quien era San Miniato. Tampoco es que se sepa mucho a decir verdad. Se sabe de seguro que vivía en la zona de Florencia, que le dieron boleta de forma poco gentil allá por el año 265 y que pertenecía a alguna comunidad cristiana establecida en la zona. Luego ya la cosa se confunde sobre si era un ermitaño, un príncipe armenio o un viajante de comercio de la misma región (Armenia). El caso es que andaba Miniato por Florencia cuando los romanos decidieron montar un guateque de esos que organizaban ellos de vez en cuando de cortar cabezas y crucificar y cosas de esas tan divertidas que al fin y al cabo eran como las que hacemos ahora pero con la sangre de verdad porque los muy burros no habían descubierto el cine y claro, todo era en directo. Pues eso, que agarraron los romanos a Miniato y le dieron matarile en forma de decapitación, no se sabe si con o sin tortura previa pero siendo mártir digamos que al pobre Miniato le hicieron de todo. Por lo visto, acabada la fiesta, Miniato se levantó, agarró su cabeza y se volvió andandito con ella bajo el brazo al Monte Florentius que actualmente y por razones obvias se llama Mote San Miniato, donde al parecer se alojaba. No hay más, no se sabe si Miniato se reimplantó la cabeza, si llegado allí se murió del todo o qué leches pasó. A mi como currículum de santo he de decir que me pone bastante, no tiene nada que envidiarle al de San Lorenzo que es otro de mis santos favoritos como recuerdo haber explicado en alguna ocasión.

Todo esto viene a cuento de que este encantador puente de Todos los Santos nos hemos ido de excursión familiar. Hemos estado en Toscana que es una región de Italia que básicamente empezó produciendo comida y consumiéndola después y que así sigue. En Toscana se cocina mucho y se come una barbaridad. Está todo muy rico. Tanta era la comida que tuvieron que montar unas industrias para conservarla y unas universidades para hacer médicos que les tratasen las indigestiones. También hacían guerras contra los españoles, los franceses, el papa (siempre que el papa no fuese familia del señor duque, claro) y contra otros vecinos de la península. Así, además se veían en la tesitura de construir fortalezas y murallas para zurrarse la badana bien con propios y extraños pero ni aún así conseguían que se acabase la comida y tener una buenas miserias y hambrunas que era lo que se llevaba en Europa en aquel tiempo. Los muy tontos, en lugar de gastárselo en montar un imperio como hacíamos otros y no sabiendo ya en qué invertir, se pusieron a comprar arte contemporáneo. Así todos los artistillas y aspirantes de la época acudieron a Florencia, capital de la Toscana, como moscas a la miel y todo se llenó de pinturas absurdas con una cosa aberrante que se llamaba perspectiva, de esculturas de gente en pelotas y de edificios ultramodernos que les dio por forrar con mármol de colores que era una cosa que hacía daño a los ojos. Particularmente sonado un tal Buonarotti, que empezó muy jovencito y al final el tipo montó un estudio tremendo que trabajaba para todos los señoritos de la época. Muy célebre la discusión que tuvo con uno de sus propios, un jefe de turno, que terminó en el celebrado "¡Por mis cojones te digo que las manos de este David están bien proporcionadas y no quiero escuchar una palabra más de este asunto! ¡Hostias ya!" Y así fue que se llenó tantísimo de esculturas y artes varios todo aquello que hasta un techado han tenido que poner a la puerta del palacio del duque para dejarlas allí en la calle sin que se echen a perder.

Pues eso, que he estado paseando por Florencia que es muy hermoso. Mucho más recogido y más limpio que Roma, dónde va a parar. Y la gente mucho más civilizada, no hay motos locas ni conductores suicidas. Yo voy bastante por Florencia pero voy a trabajar así es que mi mundo florentino se reduce a la estación de Campo di Marte, la estación de Santa María Novella, el hotel Roma y el curioso complejo industrial de Menarini. Es curioso porque esto como que era "el taller" que lo pusieron en las afueras a principios del siglo XX. Ahora "el taller" es un complejo industrial de cinco o seis edificios, donde trabajan como mil personas si no más, ubicado en mitad de la ciudad que lo ha rodeado. Por supuesto mover todo aquello a un lugar cómodo y seguro, de esos que se llaman polígonos industriales, es algo que ni se plantea. Aunque sean florentinos no dejan de ser italianos.

También he estado en Siena que es una ciudad que se llama igual que una heladería italiana que hay en la calle Narváez de Madrid, casi esquina con la calle Ibiza. Siena es un sitio muy hermoso, lleno de edificios medievales y con una catedral grande y suntuosa. En Siena hacen un San Fermín parecido a lo de Pamplona pero que lo hacen con caballos en lugar de hacerlo con toros bravos. La falta de cuernos no impide que sea una bestialidad comparable. La cosa consiste en que montan una pista de carreras de caballos a base de echar albero por un paseo cerrado que tienen allí en la plaza del pueblo. Luego los mozos se suben "a pelo" en los caballos y a toque de clarín salen galopando como desesperados por el albero y entonces se comportan como auténticos motoristas napolitanos, lo que contrasta con la pompa y la exhibición de colorines y usos medievales que precede al evento. Lo importante es que el caballo entre primero, si lo hace con el mozo a cuestas bien, si lo hace sólo gana igual y los trozos del mozo ya aparecerán, no preocuparse. La verdad es que uno piensa que una carrera de caballos no es para tanto pero si ves la pista la observación es "¿y por aquí se lanzan estos tipos a galope tendido? Madre de Dios". Para colmo la disputa es entre vecinos de los barrios de Siena lo cual le da a todo ese regustillo de guerra civil que tanto nos complace a los latinos y por si fuera poco, nadie suele morir, lo que es tan del gusto de los italianos.

El viaje bien. A la ida tomamos el camino de la Via Salaria, que es la que se dirige a Florencia. Como quiera que al cabo de tres horas habíamos recorrido kilómetros treinta y seis nos dimos media vuelta y la emprendimos con al Via Aurelia que va pegadita a la costa y no tiene atascos. Parece ser que el atasco de la Salaria era continuo y que cubría los 248 Km que median de Roma a Florencia. Vista la experiencia decidimos regresar por el mismo camino con una parada en un pueblo que si no fuese por el nombre no valdría gran cosa porque es feo como Benidorm. El pueblo se llama Follonica, que tiene un punto. Es que los italianos tienen palabras mu graciosas y no lo saben, como por ejemplo la cebolla. Los italianos escriben "cipolla". Claro, yo la primera vez que leí lo de la cipolla me partí el pecho de la risa, soy así de simple, pero luego ya me enteré que ellos la llaman "chipola" y claro, se pierde toda la gracia.

En fin, nada como viajar para ver cosas originales.


Aquí un icono de San Miniato. Obsérvese qué regio y señorial. En las viñetas laterales se ve el martirio del pobre Miniato.