Estoy haciendo el italiano desde hace un par de
días lo que básicamente consiste en comer y beber. Yo llevaba una temporada muy
virtuoso, a saber, me levanto temprano, duermo un número razonable de horas,
hago bastante ejercicio, como con mucha moderación y le doy al drinking lo
menos posible, procurando reducirlo al fin de semana. Esta actitud tan
espartana me ha generado algunos beneficios entre los cuales el más destacable
es que el cinturón que utilizo ha pasado de ajustarme en el agujero 3 a hacerlo
en el 5. Llevo en este plan unos dos meses pero esta semana me han destrozado
las circunstancias. Cuento.
Yo trabajo en un proyecto que es internacional en
el sentido de que somos italianos trabajando con alemanes y americanos, todo a
la vez. Una de las empresas que están en esta historia la lleva un alemán que
tiene una oficina en Londres, otra en Basilea y un laboratorio en San
José-California. Cada cierto tiempo nos juntamos y hacemos unas reuniones
sesudas que siempre van acompañadas de un sección lúdica que dada la
idiosincrasia de mi jefe que es quien paga la cuenta (por delegación, no es su
pasta) consiste básicamente en comer mucho y beber más. La cosa empezó el
martes por la noche con la llegada del grupo anglo-americano. El primero en
aparecer fue un tal Tom, un individuo al que básicamente conozco de las
teleconferencias, con una entonación marcadamente nasal que habla como un
cow-boy. Tom venía directamente de San Francisco y el hecho del viaje sumado a
la diferencia horaria lo tenía destrozado con que a las cinco de la tarde ya
estaba dando la lata para vernos, cosa que no consiguió hasta las seis y media,
cuando mi jefe y yo llegamos al hotel. Como el pobre Tom estaba cansado no
quería esperar al resto de la comitiva así que mi jefe, que cuando está sobrio
es amable, le ofreció cenar y que nosotros le acompañábamos tomando un vino.
Dicho y hecho, un vino y un “antipastou ma noun troppou aboundantei, per
favore” (es que mi jefe es inglés y pronuncia el italiano fatal). El antipastou noun troppo aboundantei me
pareció suficiente para saciar una bandera de legionarios recién venidos de
unas maniobras en el Cerro Muriano pero bueno, ahí quedó la cosa. A eso de las
nueve de la noche apareció el grueso de la tropa compuesto por una florentina,
Cecilia (se dice Chechilia, N del A), un listillo de Gales que atiende por Jon
y dos recientes adquisiciones de la compañía, una irlandesa que vive en Seattle
y se llama Carmel y una pava que no sé de que parte de los USA es, que vive al
parecer en Londres y que se llama Julia (Yulia). Julia y Carmel solicitaron
cinco minutos para dejar el equipaje en la habitación. Al cabo de 15 apareció
la tal Julia con un vestidito cortísimo y unos tacones altísimos. Bueno, no es
que los demás fuésemos hechos unos gañanes, salvo el galés que es así, pero me pareció
excesivo. Diez minutos después, es decir tras veinticinco de espera, apareció la otra con un atuendo mucho más normal. De esta guisa acabamos en nuestra segunda cena que consistió en otro antipastou nou troppo aboindantei y un muestrario de tres tipos de pasta, todos deliciosos y grasientos a
partes iguales, todo ello acompañado de abundante vino de la zona que procuré
no degustar en exceso porque después tocaba Pontina y me he propuesto vivir al
menos un año más. Me llamó la atención que esta Julia, a la que presumo
doctorada en alguna disciplina científica, pasó la velada deshaciéndose en
lisonjas con el galés, que presumo es su jefe, y con el mío, que la pobre no se
debe haber dado cuenta de que es absolutamente resistente a los encantos
femeninos y hasta aquí puedo leer. Tras la noche gloriosa retorné sin más a mi casa.
Al día siguiente tuvimos una sesión multitudinaria
que se interrumpió con los consabidos “coffee break” y con una comida “VIP” en
la que me habían incluido. La comida VIP constaba de antipastou abondantei, rissotou e carni e per finire un poucou di
frutta. Te cagas.
A media digestión estábamos cuando tuvimos que
coger un tren con rumbo a Florencia a donde debíamos llegar con hora porque,
como no, había una mesa reservada en un restaurante. Ha sido la cena más
gloriosa a la que he asistido desde que estoy en Italia.
El día se había dado bien y no teníamos que
conducir así que el vino empezó a correr a raudales desde el primer momento.
Calculo que mi jefe, sentadito a mi izquierda, se debió trasegar el solito
litro y medio de chianti por lo menos. Enfrente de mi se sentaba la tal Julia que, enfundada
en otro vestidito corto y provista de tacones de aguja se trabajaba
denodadamente al galés quien a su vez hablaba insistentemente con mi colega y
futura consuegra Mónica B. Hablaba única y exclusivamente de ciencia porque es
un tipo que parece no entender de ninguna otra cosa en absoluto y además no le
gusta el fútbol. Las tías no sé si le gustan, está casado y tiene hijos pero a
esta no le hacía ni caso por más que ella progresaba físicamente sobre él
impulsada por los copazos de chianti. La tal Julia ha despertado la curiosidad
de mis dos futuras consuegras, la mencionada Mónica B y Annamaria, que en una
sesión de destilación de veneno decidieron que la chica en cuestión ha viajado
a Italia en calidad de “Acompagniatricce” (acompañatriche se pronuncia). Cuando
me lo dijeron me dio un ataque de risa y el caso es que le va perfecto a la
muchacha, que anda siempre con vestiditos y taconazos y a quien no le he
escuchado una sola palabra de ciencia hasta el momento pero la veo
continuamente asaltando a aquellos varones que ella juzga importantes.
Por su parte mi jefe que tiene un vino nacionalista se puso a buscar pelea tras el segundo copazo de Chianti. Siendo inglés y provocador es relativamente fácil encontrar a quien ofender y en esta ocasión cayó en su red la incauta irlandesa. Es sabido que los irlandeses no son precisamente gente recatada en cuestiones de alcohol y esta no era una excepción así es que el inglés y la irlandesa tardaron poco en enzarzarse en una discusión en la que lo más suave que se decía de los ingleses era "mal nacidos hijos de puta" y lo más delicado respecto a los irlandeses era algo así como "inútiles borrachos y cobardes". Cuanto más progresaba el debate más se encendía la irlandesa y más se descojonaba el inglés. Entre ellos se ubicaba un italiano con cara de poker que de vez en cuando nos imploraba ayuda con la mirada. El momento culminante de la cena tuvo lugar cuando el inglés descubrió que la irlandesa cumplía años ese día. Ante tal acontecimiento el inglés no pudo dejar de montar un coro que le cantase a la otra el "Cumpleaños Feliz" en varios idiomas simultáneamente, a saber inglés, español, alemán y gaélico. Luego ya él mismo se fue calentando y se marcó unos solos en un notable registro de contratenor que le granjeó las simpatías de todos los florentinos del restaurante a juzgar por las miradas que le lanzaban. Agotado el tema onomástico se me volvió a mi y me dijo que en adelante debería acabar mis intervenciones con un "oulei salute". Me llevó un rato entender que quería decir "olé salud" que es como a los ingleses ebrios les parece que se deben rematar los parlamentos en correcto español. A todo esto la "acompagnatricce" continuaba enroscada al galés a quién la sobredosis de Chianti si bien le nublaba la mirada, no le facultaba ni para insultar a los italianos ni para meter mano a la acompagnatricce. Yo he decir que bebí con mucha moderación porque aparte de que me sientan mal los excesos, no me gusta cogérmela si no es con gente de confianza y estos no lo eran. Para acompañar el Chianti una ligera colación consistente en antipastou aboundantei, risoutou, pasta, carni asada, un pocou de dolche e frutta, todo muy ligerito, ideal antes de irse a la cama.
A la mañana siguiente desayuné con mis comadres y futuras consuegras que habían aplicado el mismo principio que yo al consumo de chianti. Mónica B me dijo que se había cruzado a Andrew y que este le había espetado un "¿por qué me dejas beber tanto?". Poco más tarde me lo encontré a él que me aclaró que no necesitaba terminar mis intervenciones con un "oulei salute" lo cual le agradecí tras confesarle que de todas formas no me lo había tomado en serio.
Transcurrió el resto del día entre reuniones y abundante comida para finalmente regresar a Roma en uno de esos trenes que se llaman "Frecha Rossa" y que son como el hermano pobre de nuestro AVE. To mu bonico. Ya he retornado a mis hábitos saludables y he de confesar que me encuentro mucho mejor, dónde va a parar.
Me sigue gustando más el Matarromera pero reconozco que este no está mal |