Vistas de página en total

sábado, 31 de marzo de 2012

Up in the Air (under the fat)

Entre los muchos privilegios de los que he disfrutado en mi vida se encuentra el de haber viajado en avión desde temprana edad. Esto, que ahora puede resultar algo vulgar e irrelevante era algo notorio en los años sesenta y setenta. En aquella época viajar en avión era algo inusual. La gente guapa viajaba en avión, los plebeyos iban en coche o en tren, no se sabe que era peor. El personal se vestía para la ocasión y paseaba "los guapos" por el cutre aeropuerto de Barajas, con paso cadencioso, esparciendo generosamente muestras de sofisticación y de dominio de los asuntos mundanos. Nada que ver con lo de ahora. Yo, también mis hermanas, viajaba en avión porque mis abuelos vivían en Tenerife y alguna vez pasábamos allí parte de las vacaciones de verano. No sé decir si mucho o poco porque a esas edades dos semanas pueden ser un mundo. A juzgar por lo que cuesta ahora organizar un viaje familiar que incluya vuelos no quiero ni imaginarme la ingeniería financiera que tendrían que hacer mis padres considerando que tenían un niño más que yo ahora y que probablemente sus finanzas eran más precarias que las mías.

En fin, todo esto viene a cuento de que tengo, como decía Gil y Gil que en gloria esté, el culo pelao de viajar en avión. Es una cosa que va por temporadas, hay periodos que no viajo nada más que en vacaciones y ha habido épocas en las que el uso de aviones era para mi algo cotidiano. Actualmente estoy en una de viajar mucho. Pero mucho, mucho. En los últimos dos meses me he marcado tres Madrid-Buenos Aires, otros tantos Madrid-Glasgow y un rosario de destinos variopintos no repetidos. Creo que la semana próxima me dan la tarjeta Iberia Oro. Hay una película, "Up in the air", protagonizada por el bello George Clooney, en la que se cuenta entre otras cosas que los clientes habituales de las líneas aéreas desarrollamos una serie de hábitos, trucos y atajos para llegar a viajar de la forma menos penosa posible. Es verdad. En mi último salto Madrid-Buenos Aires he llegado al colmo del virtuosismo apareciendo en la puerta de embarque cinco minutos antes de que este se iniciase; una optimización del tiempo muy notable. Aparte de los hábitos para pasar los siempre tediosos y pejigueros controles de seguridad, una parte fundamental del ahorro de tiempo, colas y molestias lo constituye el check-in por ordenador. Es una delicia, lo haces el día antes y te ahorras un montón de tiempo. Hoy he regresado de Buenos Aires y contaré que he pagado por todos mis ahorros temporales en una sola dosis. Ha sido terrible. Cuento.

Para empezar, tenía el regreso con Air Europa, una compañía que está muy bien sí, pero que no es Iberia ni de lejos. Así, cuando hice mi check-in por internet, el tema empezó torciéndose porque la página web de Air Europa no te genera un simpático PDF que puedes enviar a un colega para que te lo imprima, sistema habitual cuando estás por ahí de viaje. La página web de Air Europa te manda la tarjeta de embarque directamente a la impresora así es que si no hay impresora, no hay tarjeta. Esta gracia me supuso tener que llegar al nefando aeropuerto internacional de Buenos Aires con casi tres horas de antelación, prudente medida dada la proverbial incapacidad organizativa de los argentinos y su querencia a cortar calles y carreteras continuamente por las más variadas razones. Y es que en Buenos Aires te pica el culo, te juntas con otros cuatro en tu misma situación, agarras unas cacerolas con sus correspondientes cucharones y cortas el tráfico en la Avenida Libertador mientras los golpeas con saña para meter bien de ruido. Y la policía ni mu, oye, que les han prohibido ser un cuerpo represivo.

Las tres horas de antelación fueron porque me temía lo peor, que luego se confirmó. Había una cola para hacer el check-in que más que de una línea aérea parecía del reparto de comida de una ONG en Sudán. A todo esto, no lo había dicho, mi empresa que derrocha el dinero en muchas cosas, como materialización de su espíritu de ahorro, nos hace viajar en clase turista con lo cual no tengo más ventajas que las derivadas de mi veteranía aérea, así que ni facturación en bisness ni Cristo que lo fundó. Una horita haciendo cola. Después vienen los controles, el de seguridad, que en Buenos Aires son de cachondeo, y el de pasaportes, que en ese país es otra cruz. Tres funcionarios cansinos registran y sellan los pasaportes de trescientos pasajeros. Se supone que hacen una comprobación para ver si no te has colado ilegalmente en el país.

Superada la carrera de obstáculos que he relatado, llegué a la puerta número ocho, en la que debíamos acceder a la máquina voladora los felices pasajeros del vuelo UX-0047. El panorama incluía un tumulto de individuos, amantes de hacer cola, que se entregaban a su pasatiempo favorito, hacer cola de pie frente a la puerta de embarque. Ese es el momento en que el personal de tierra advierte al encantador pasaje que se procederá a embarcar por filas y que mejor que se relajen y se sienten. Como el que oye llover. Y es que el personal lleva una abundante cantidad de equipaje de mano y hay cuchilladas para pillar sitio en los maleteros. Tras permitir la subida de los pasajeros de business, las familias con niños y las personas con impedimentos físicos (a las que suben en silla de ruedas), nos llamaron a los pasajeros ocupando las filas de la 29 a la 45. Blandiendo orgulloso mi tarjeta de embarque con el asiento 40A - ventanilla-  (por fin conseguía un privilegio por pírrico que fuese) me abrí paso a empujones hasta el último control porque los pasajeros de las filas anteriores no se resignaban a esperar aún más, en especial los que se habían pasado de pie los últimos 40 minutos y ahora se veían postergados. Una vez en el avión propiamente conseguí alcanzar mi asiento. El tipo que ocupaba el 40 C - pasillo- ya se había colocado. "Tranquilo" le dije amable "tengo que colocar todo esto", para que el tipo no se levantase hasta que no fuese el momento necesario. Una vez distribuido mi equipaje de mano, consistente en ordenador, libro electrónico, iPod y caja de dormidinas, le pedí al individuo que me permitiese acceder a mi asiento. Ese fue el momento en que descubrí para mi desesperación que se trataba de un individuo de estatura más bien baja, como 1,70, y no menos de 140 Kg así a ojo. Por suerte y por lo que ya comentaré, resultó ser persona amable y limpia porque la cosa podía haber sido aún peor.

La primera fue cuando, una vez acomodado en mi asiento, intenté bajar el reposabrazos que separa las dos plazas contiguas. Al notar que este se trababa empecé a golpearlo con ganas. Parecía topar la pieza con algo elástico, un cojín o cosa así. Fue al segundo o tercer empellón que mi compañero de viaje me indicó con una media sonrisa que es que nos había tocado el asiento estrecho lo cual me hizo caer en la cuenta de que el obstáculo que impedía la correcta colocación del adminículo era el generoso sobremuslo del individuo que desbordaba los límites de su espacio asignado y alcanzaba de lleno mi asiento. Le dediqué al fulano una sonrisa mientras pensaba "asiento estrecho, capullo, si lo que necesitas son dos asientos para ti solo". En fin, que ahí quedó el reposabrazos, con un ángulo de 35º, mientras nuestros muslos se tocaban. Concretamente su muslo se desparramaba sobre el mío. Puestas así las cosas, constaté que mejor recoger el brazo que andar machacando el muslamen del colega con el reposabrazos comprimido por el peso de mi extremidad anterior derecha. El gordazo, que como he dicho era un individuo limpio y educado, hizo lo propio por ser discreto pero al igual que el muslo, su pecho y su brazo se desparramaban y venían a sepultar parcialmente mi hombro y mi brazo. Ambos vestíamos manga corta con lo cual tuvimos íntimo contacto, piel contra piel que duró todo el viaje. Consecuencia colateral de esta intimidad fue que el tipo me transmitía su calor corporal así es que, de no ser por el frío glacial que me caía por la izquierda, me habría puesto a sudar.

Siguiendo los trucos que he ido aprendiendo para sobrellevar las 12 horas de vuelo en las que ni te paran en una gasolinera ni nada, engullí una parte mínima de la cena, o comida o lo que coño fuese aquello y me apreté una dormidina. Unos 45 minutos después de la colación la dormidina comenzó a hacer su benéfico efecto, me arropé un poco con las magras de mi compañero de asiento y me entregué a un sueño liviano, intermitente y poblado de incomodidades físicas motivadas por la rigidez del asiento y el muslo invasor. Una delicia.

En mi pertinaz e intermitente duermevela, protegido de la luz por un antifaz procedente de tiempos mejores (de cuando me pagaban los viajes en business class) he sido despertado por mi encantador compañero para avisarme de que estaban repartiendo una especie de sandwich al que he renunciado, quedándome no obstante con la bebida para paliar mínimamente la sequedad de garganta y el mal sabor de boca, pruebas de que debía haber dormido en algún momento y de que es posible incluso que haya roncado. Yo también tengo derecho a dar por culo ¿no?

Cuatro horas después de eso me movía por el centro de Madrid con P que ha venido a buscarme, con la intención de desayunar unos churritos. A las seis de la mañana el centro de mi ciudad es básicamente un lugar repugnante poblado por borrachos/as y gente gritando a pleno pulmón las estupideces que ha hecho durante la noche. También hay mucha policía y múltiples regueros de vómitos y meos, una delicia. Con San Ginés poblado por semejante chusma y el resto de los locales cerrados hasta horas más gentiles, hemos enfilado hacia nuestro barrio. Los churritos, muy ricos por cierto, los he comprado en una churrería del barrio regentada por unos polsovios de escaso sentido del humor.

Obesos en los aviones. Estas cosas pasan. Los aviones no están preparados y yo tampoco

lunes, 19 de marzo de 2012

Paseos en bicicleta

Nunca he sido muy amigo de las bicicletas. Un rato vale pero eso de hacer kilómetros y kilómetros subido en uno de esos trastos no me hace mucha gracia. Me parece muy admirable esa gente que a bordo de su velocípedo tira carretera adelante y se remonta los 1800 metros de desnivel hasta el Puerto de Navacerrada. Yo no lo haría ni de coña. Recuerdo que en su momento F intentó iniciarme y me llevó a hacer alguna excursión en bicicleta por la zona de Tres Cantos. Yo para empezar no conseguía hacerme a la idea de que las bicicletas no tienen freno-motor, es decir, que por más que tú reduzcas la marcha, la bicicleta no afloja su ritmo infernal, cuesta abajo y derecha al fresno o zarzal más próximo. Luego está lo del sillín. En fin, yo no pretendo que a la bicicleta se la dote de un sillón de orejas para hacerla más grata pero ¿era necesario ponerle eso que llaman "sillín"? Un artilugio duro, que está continuamente amagando introducirse por tu ano, que te hace que se te escuezan desde las ingles hasta las carrilleras del culo... Comodísimo. Ya me explicaron que es que como no llevaba culotte, palabra que además de significar "bragas" en francés también hace referencia al pantalón de los ciclistas, que por lo visto es acolchadito por las partes mencionadas y les evita los atentados a su dignidad y bienestar. No obstante me imagino yo que el culo de un ciclista profesional debe estar más encallecido que el de un babuino. La segunda vez que probé, a falta de culotte me puse varias capas concéntricas de ropa para protegerme del sillín y aunque algo mejor me fue, resultó ser la última salida ciclista, mi culo o yo.

Años después de estas experiencias, viviendo en Bélgica, en Flandes, un país plano donde los haya, nos compramos unas bicicletas para toda la familia en una maravillosa oferta del Carrefour. Para mi una enorme, negra, con una ruedecita que le permite siete posiciones distintas de piñones para graduarlas según la pendiente. P se hizo con una de aspecto tremendo, muy montañera, con no sé que barbaridad de marchas, lo menos 25 ó más que no sabe qué hacer con ellas. A las criaturas les compramos unas bicicletas pequeñitas, tambien con cambio, con las que casi se deja la vida el abuelo enseñándoles a montar. Así las cosas, un plan habitual para el fin de semana venía a consistir en un paseo en bicicleta a la orilla del canal o, en ocasiones, por los carriles ciclistas que suelen comunicar las localidades flamencas. La experiencia estaba bien si bien daba lugar a alguna que otra pelotera porque según P íbamos o muy deprisa o muy lejos o de manera muy temeraria o todo junto.

Tras haber pasado varios años en trasteros por el mundo, con una pequeña resurrección en Nantes, ayer volvieron a ver la luz las bicicletas. No las de los hijos porque ellos han crecido y como las bicicletas seguían igual iban a parecer Maguila Gorila subidos en ellas, así es que las regalamos. Las nuestras no, las nuestras seguían ahí, así es que a instancias de P, las sacamos del trastero para hacer un recorrido por el anillo ciclista, por aquello de disfrutar también del déficit del ayuntamiento de Madrid. Como procuro observar la vida con mente analítica he comprendido que la bicicleta es un deporte mucho más completo de lo que parece, en el cual se ejercitan todos los músculos además de la inteligencia. Sí, sí, sorprendente. La cosa empieza por sacar la bicicleta del trastero sin destrozar nada. Todo un desafío a la lógica porque los mudanceros han conseguido meter en el reducido espacio disponible el mobiliario de un apartamento terciadito y todo eso lo han trenzado con las bicicletas. Sacas una caja, liberas unos pedales, otra caja, la rueda de atrás, mete la caja anterior para que sirva de soporte a la otra y así poder desincrustar el manillar, etcétera. Terminada la extirpación de las bicicletas viene la pregunta "¿Tienen aire las ruedas?" Por supuesto la respuesta es no. Mi bicicleta, la de señor mayor, tiene unas ruedas con un pitorrito fino que requiere arduas operaciones de ingeniería y no poca destreza para poder conectar de manera efectiva la bomba de aire, la cual apareció milagrosamente y sin oponer resistencia en la primera caja que abrimos. Conectar la bomba a la rueda y conseguir que entre aire en la misma es una operación que consume unos 25 minutos y que me deja sudando copiosamente y con el humor algo alterado, relatando en memoria de los progenitores del ingeniero que diseñó tan bonito mecanismo de inflado de ruedas.

Finalmente conseguimos salir a la calle con nuestras bicicletas a punto y nos ponemos en camino. el día soleado y agradable, el camino despejado, todo ideal de la muerte. P insiste en quedarse detrás de mi y perderse cada poco en la distancia, no me explico cómo lo consigue porque vamos cuesta abajo. La velocidad punta es tal que no acabamos de adelantar a un fulano que va corriendo en nuestra misma dirección. A unos tres kilómetros y medio paramos a recuperar el resuello y allí es donde P empieza a quejarse de que ha sufrido un accidente al parar. Yo no sé cómo lo ha hecho, el caso es que lleva la espinilla arañada amén de otros daños que no cuento para que no se cabree conmigo más de lo imprescindible. Juro que no sé como lo ha hecho, ni la bici ha caído, ni ella estaba patas arriba por los suelos ni nada de nada. Un misterio más grande que el de la Santísima Trinidad o incluso más que las caras de Belmez. A partir de este momento hemos iniciado el camino de retorno desandando lo andado y completando un recorrido total de siete kilometrazos por lo menos. Es más, puede que hayan sido ocho. Creo que habrá que repetir a ver si llegamos a diez.

Excursiones en bicicleta, un clásico.

Besos

Tengo que decir que no soy un individuo excesivamente efusivo. Siento cariño más o menos intenso hacia una serie de personas, no pequeña, pero nunca me he caracterizado por las grandes efusiones. Yo es algo que atribuyo a la educación de mi casa. En mi casa somos en general de poca efusión, ni mucho llanto, ni mucha palabra cariñosa, ni mucho beso ni mucho grito. Bueno, gritos un poco más pero sin mucho exceso tampoco. De hecho yo algunas veces me siento más británico que mediterraneo. En fin, no creo que sea ni bueno ni malo, simplemente es así y punto. Debe venir por vía familiar porque no sólo se transmiten las secuencias de ADN, también los usos y costumbres, gestos, reacciones a determinados estímulos...

Con estos antecedentes nadie se sorprenderá si digo que soy de poco besar. De mi familia únicamente beso regularmente a mi madre. A mis hermanas ahora ya más pero cuando vivíamos juntos es que ni nos mirábamos. Besar a otros parientes como tías-abuelas o primos segundos (yo tengo una familia poco numerosa pero con unos niveles de parentesco muy enrevesados) siempre me ha costado un triunfo y por supuesto, jamás he besado a hombres y eso incluye a mi padre. Así de sieso soy. Nunca me ha gustado tener que besar a la gente que me presentan. Cuando entras nuevo en un trabajo y, todavía peor, cuando un representante comercial es mujer y se te presenta con un beso, lo llevo regular nada más; a más de una la he parado en seco tendiéndole la mano cuando se me aproximaba - una variedad de "la cobra" que hasta donde yo sé carece de nombre. Mi mundo-beso se restringe a mi madre y hermanas, mujer e hijos y a mis amigas. Amigas hembras. O así era hasta hace poco. Un día, así con la tontería, empezamos a saludarnos con besos F, J (también conocido como Carlos) y yo. Nos besábamos tras periodos de separación prolongados y con el ánimo de escandalizar, cosa que alguna vez conseguíamos porque en nuestra cultura hay quien se escandaliza viendo a hombres hechos y derechos saludarse con unos besos en las mejillas cuando no son familia. Eso pasa. El caso es que a lo tonto, a lo tonto, la costumbre del beso se ha ido intensificando y ahora nos besamos siempre que nos encontramos, aún cuando no haya público. Tiene su gracia lo de besar a J y a F porque son tíos limpios y siempre huelen bien, a colonia cara y eso, y además pinchan con la barba lo cual le da al tema un componente que no se presenta cuando besas a una mujer (salvo en algunas ocasiones), que a mi me gusta. Además qué coño, es una forma de expresar aprecio. El cretino de J no me quiso besar ayer y me tiene muy ofuscado por ello, le dio la vergüenza y se puso tontón porque nos iban a ver unos amigos de F. Él se lo pierde.

Así las cosas, me sorprendió un día ver en la oficina que mi jefe, un chico bien parecido pero de 1,60, se cruzaba con su jefe, otro chico bien parecido como de 1,80 y le encasquetaba un beso en la mejilla derecha haciendo una simpática maniobra de estiramiento corporal, imprescindible para alcanzar el objetivo. Pensé que lo hacía porque me consta que son amigos de la infancia así que no le di más importancia al asunto. Importante detalle, mi jefe y su jefe son argentinos.

En mi nueva e intensa actividad viajera a la argentina pude observar que lo del beso en la mejilla derecha viene a ser allí algo corriente. Tardé un poco en reparar en ello pero finalmente me percaté de que se besan todos, tíos y tías, y que además lo hacen todas las mañanas al llegar a trabajar. Claro, yo llegué allí y la primera vez, en un ambiente de cordialidad un tanto forzada, di la mano a los hombres y me besé con Analía. Un poco lioso porque el segundo beso, costumbre española, se quedó en el aire y hubo que repetir. Así fue unos días pero como aquella gente y yo conectamos bien, la cordialidad era cada día menos forzada y más sincera. En este estado de cosas, durante mi segundo viaje a Buenos Aires, hubo un momento de titubeo y finalmente Lucas, un colega argentino, se soltó la melena y besó al gallego (yo). Los demás siguieron el ejemplo así es que ahora cada jornada de trabajo en argentina la empiezo besando tíos (y a analía también, claro).

Besos.

Judas, que no era argentino, besaba en la mejilla izquierda

domingo, 18 de marzo de 2012

Querida cuñada:

Sabes que eres frecuentemente objeto y tema de este mi humilde blog. Yo lo hago desde el cariño y respeto que te tengo, jugando con tu proverbial sentido del humor, diga lo que diga el joven S de que me van a sacar las tripas un día en cualquier callejón. No, tú no eres así. Yo quiero decir aquí, desde esta tribuna pública, para aquellos que no te conocen, que eres una mujer inteligente y atractiva, que eres alta y delgada, de presencia elegante y que, pese a que tienes casi mi misma edad, aparentas mucha menos. Todo eesto lo digo, y lo digo bien alto y bien claro, para que todo el mundo comprenda la dictadura a la que la imagen nos somete en estos tiempos, que no basta con tener una magnífica presencia. Además de eso la cámara te ha de querer. Claro que en tu caso concreto ayudaría bastante que dejases de hacer gestitos cada vez que te apunta un objetivo, guapa.

Vea aquí el respetable unas instantáneas de mi cuñada Provencio favorita tomadas por su hermana en el viaje a Baqueira de esta semana. Insisto, ella es muy mona pero sólo cuando no sabe que la están mirando.

Con cariño,

A

PS: Puedes publicar las fotos de mi calva que quieras, soy lo bastante alto como para que no se me note fácilmente y además me pienso trasplantar.

Mañana como con ella. Con un poco de suerte no lo ha leído todavía cuando nos veamos y no me desfigura la cara...