En fin, todo esto viene a cuento de que tengo, como decía Gil y Gil que en gloria esté, el culo pelao de viajar en avión. Es una cosa que va por temporadas, hay periodos que no viajo nada más que en vacaciones y ha habido épocas en las que el uso de aviones era para mi algo cotidiano. Actualmente estoy en una de viajar mucho. Pero mucho, mucho. En los últimos dos meses me he marcado tres Madrid-Buenos Aires, otros tantos Madrid-Glasgow y un rosario de destinos variopintos no repetidos. Creo que la semana próxima me dan la tarjeta Iberia Oro. Hay una película, "Up in the air", protagonizada por el bello George Clooney, en la que se cuenta entre otras cosas que los clientes habituales de las líneas aéreas desarrollamos una serie de hábitos, trucos y atajos para llegar a viajar de la forma menos penosa posible. Es verdad. En mi último salto Madrid-Buenos Aires he llegado al colmo del virtuosismo apareciendo en la puerta de embarque cinco minutos antes de que este se iniciase; una optimización del tiempo muy notable. Aparte de los hábitos para pasar los siempre tediosos y pejigueros controles de seguridad, una parte fundamental del ahorro de tiempo, colas y molestias lo constituye el check-in por ordenador. Es una delicia, lo haces el día antes y te ahorras un montón de tiempo. Hoy he regresado de Buenos Aires y contaré que he pagado por todos mis ahorros temporales en una sola dosis. Ha sido terrible. Cuento.
Para empezar, tenía el regreso con Air Europa, una compañía que está muy bien sí, pero que no es Iberia ni de lejos. Así, cuando hice mi check-in por internet, el tema empezó torciéndose porque la página web de Air Europa no te genera un simpático PDF que puedes enviar a un colega para que te lo imprima, sistema habitual cuando estás por ahí de viaje. La página web de Air Europa te manda la tarjeta de embarque directamente a la impresora así es que si no hay impresora, no hay tarjeta. Esta gracia me supuso tener que llegar al nefando aeropuerto internacional de Buenos Aires con casi tres horas de antelación, prudente medida dada la proverbial incapacidad organizativa de los argentinos y su querencia a cortar calles y carreteras continuamente por las más variadas razones. Y es que en Buenos Aires te pica el culo, te juntas con otros cuatro en tu misma situación, agarras unas cacerolas con sus correspondientes cucharones y cortas el tráfico en la Avenida Libertador mientras los golpeas con saña para meter bien de ruido. Y la policía ni mu, oye, que les han prohibido ser un cuerpo represivo.
Las tres horas de antelación fueron porque me temía lo peor, que luego se confirmó. Había una cola para hacer el check-in que más que de una línea aérea parecía del reparto de comida de una ONG en Sudán. A todo esto, no lo había dicho, mi empresa que derrocha el dinero en muchas cosas, como materialización de su espíritu de ahorro, nos hace viajar en clase turista con lo cual no tengo más ventajas que las derivadas de mi veteranía aérea, así que ni facturación en bisness ni Cristo que lo fundó. Una horita haciendo cola. Después vienen los controles, el de seguridad, que en Buenos Aires son de cachondeo, y el de pasaportes, que en ese país es otra cruz. Tres funcionarios cansinos registran y sellan los pasaportes de trescientos pasajeros. Se supone que hacen una comprobación para ver si no te has colado ilegalmente en el país.
Superada la carrera de obstáculos que he relatado, llegué a la puerta número ocho, en la que debíamos acceder a la máquina voladora los felices pasajeros del vuelo UX-0047. El panorama incluía un tumulto de individuos, amantes de hacer cola, que se entregaban a su pasatiempo favorito, hacer cola de pie frente a la puerta de embarque. Ese es el momento en que el personal de tierra advierte al encantador pasaje que se procederá a embarcar por filas y que mejor que se relajen y se sienten. Como el que oye llover. Y es que el personal lleva una abundante cantidad de equipaje de mano y hay cuchilladas para pillar sitio en los maleteros. Tras permitir la subida de los pasajeros de business, las familias con niños y las personas con impedimentos físicos (a las que suben en silla de ruedas), nos llamaron a los pasajeros ocupando las filas de la 29 a la 45. Blandiendo orgulloso mi tarjeta de embarque con el asiento 40A - ventanilla- (por fin conseguía un privilegio por pírrico que fuese) me abrí paso a empujones hasta el último control porque los pasajeros de las filas anteriores no se resignaban a esperar aún más, en especial los que se habían pasado de pie los últimos 40 minutos y ahora se veían postergados. Una vez en el avión propiamente conseguí alcanzar mi asiento. El tipo que ocupaba el 40 C - pasillo- ya se había colocado. "Tranquilo" le dije amable "tengo que colocar todo esto", para que el tipo no se levantase hasta que no fuese el momento necesario. Una vez distribuido mi equipaje de mano, consistente en ordenador, libro electrónico, iPod y caja de dormidinas, le pedí al individuo que me permitiese acceder a mi asiento. Ese fue el momento en que descubrí para mi desesperación que se trataba de un individuo de estatura más bien baja, como 1,70, y no menos de 140 Kg así a ojo. Por suerte y por lo que ya comentaré, resultó ser persona amable y limpia porque la cosa podía haber sido aún peor.
La primera fue cuando, una vez acomodado en mi asiento, intenté bajar el reposabrazos que separa las dos plazas contiguas. Al notar que este se trababa empecé a golpearlo con ganas. Parecía topar la pieza con algo elástico, un cojín o cosa así. Fue al segundo o tercer empellón que mi compañero de viaje me indicó con una media sonrisa que es que nos había tocado el asiento estrecho lo cual me hizo caer en la cuenta de que el obstáculo que impedía la correcta colocación del adminículo era el generoso sobremuslo del individuo que desbordaba los límites de su espacio asignado y alcanzaba de lleno mi asiento. Le dediqué al fulano una sonrisa mientras pensaba "asiento estrecho, capullo, si lo que necesitas son dos asientos para ti solo". En fin, que ahí quedó el reposabrazos, con un ángulo de 35º, mientras nuestros muslos se tocaban. Concretamente su muslo se desparramaba sobre el mío. Puestas así las cosas, constaté que mejor recoger el brazo que andar machacando el muslamen del colega con el reposabrazos comprimido por el peso de mi extremidad anterior derecha. El gordazo, que como he dicho era un individuo limpio y educado, hizo lo propio por ser discreto pero al igual que el muslo, su pecho y su brazo se desparramaban y venían a sepultar parcialmente mi hombro y mi brazo. Ambos vestíamos manga corta con lo cual tuvimos íntimo contacto, piel contra piel que duró todo el viaje. Consecuencia colateral de esta intimidad fue que el tipo me transmitía su calor corporal así es que, de no ser por el frío glacial que me caía por la izquierda, me habría puesto a sudar.
Siguiendo los trucos que he ido aprendiendo para sobrellevar las 12 horas de vuelo en las que ni te paran en una gasolinera ni nada, engullí una parte mínima de la cena, o comida o lo que coño fuese aquello y me apreté una dormidina. Unos 45 minutos después de la colación la dormidina comenzó a hacer su benéfico efecto, me arropé un poco con las magras de mi compañero de asiento y me entregué a un sueño liviano, intermitente y poblado de incomodidades físicas motivadas por la rigidez del asiento y el muslo invasor. Una delicia.
En mi pertinaz e intermitente duermevela, protegido de la luz por un antifaz procedente de tiempos mejores (de cuando me pagaban los viajes en business class) he sido despertado por mi encantador compañero para avisarme de que estaban repartiendo una especie de sandwich al que he renunciado, quedándome no obstante con la bebida para paliar mínimamente la sequedad de garganta y el mal sabor de boca, pruebas de que debía haber dormido en algún momento y de que es posible incluso que haya roncado. Yo también tengo derecho a dar por culo ¿no?
Cuatro horas después de eso me movía por el centro de Madrid con P que ha venido a buscarme, con la intención de desayunar unos churritos. A las seis de la mañana el centro de mi ciudad es básicamente un lugar repugnante poblado por borrachos/as y gente gritando a pleno pulmón las estupideces que ha hecho durante la noche. También hay mucha policía y múltiples regueros de vómitos y meos, una delicia. Con San Ginés poblado por semejante chusma y el resto de los locales cerrados hasta horas más gentiles, hemos enfilado hacia nuestro barrio. Los churritos, muy ricos por cierto, los he comprado en una churrería del barrio regentada por unos polsovios de escaso sentido del humor.
Las tres horas de antelación fueron porque me temía lo peor, que luego se confirmó. Había una cola para hacer el check-in que más que de una línea aérea parecía del reparto de comida de una ONG en Sudán. A todo esto, no lo había dicho, mi empresa que derrocha el dinero en muchas cosas, como materialización de su espíritu de ahorro, nos hace viajar en clase turista con lo cual no tengo más ventajas que las derivadas de mi veteranía aérea, así que ni facturación en bisness ni Cristo que lo fundó. Una horita haciendo cola. Después vienen los controles, el de seguridad, que en Buenos Aires son de cachondeo, y el de pasaportes, que en ese país es otra cruz. Tres funcionarios cansinos registran y sellan los pasaportes de trescientos pasajeros. Se supone que hacen una comprobación para ver si no te has colado ilegalmente en el país.
Superada la carrera de obstáculos que he relatado, llegué a la puerta número ocho, en la que debíamos acceder a la máquina voladora los felices pasajeros del vuelo UX-0047. El panorama incluía un tumulto de individuos, amantes de hacer cola, que se entregaban a su pasatiempo favorito, hacer cola de pie frente a la puerta de embarque. Ese es el momento en que el personal de tierra advierte al encantador pasaje que se procederá a embarcar por filas y que mejor que se relajen y se sienten. Como el que oye llover. Y es que el personal lleva una abundante cantidad de equipaje de mano y hay cuchilladas para pillar sitio en los maleteros. Tras permitir la subida de los pasajeros de business, las familias con niños y las personas con impedimentos físicos (a las que suben en silla de ruedas), nos llamaron a los pasajeros ocupando las filas de la 29 a la 45. Blandiendo orgulloso mi tarjeta de embarque con el asiento 40A - ventanilla- (por fin conseguía un privilegio por pírrico que fuese) me abrí paso a empujones hasta el último control porque los pasajeros de las filas anteriores no se resignaban a esperar aún más, en especial los que se habían pasado de pie los últimos 40 minutos y ahora se veían postergados. Una vez en el avión propiamente conseguí alcanzar mi asiento. El tipo que ocupaba el 40 C - pasillo- ya se había colocado. "Tranquilo" le dije amable "tengo que colocar todo esto", para que el tipo no se levantase hasta que no fuese el momento necesario. Una vez distribuido mi equipaje de mano, consistente en ordenador, libro electrónico, iPod y caja de dormidinas, le pedí al individuo que me permitiese acceder a mi asiento. Ese fue el momento en que descubrí para mi desesperación que se trataba de un individuo de estatura más bien baja, como 1,70, y no menos de 140 Kg así a ojo. Por suerte y por lo que ya comentaré, resultó ser persona amable y limpia porque la cosa podía haber sido aún peor.
La primera fue cuando, una vez acomodado en mi asiento, intenté bajar el reposabrazos que separa las dos plazas contiguas. Al notar que este se trababa empecé a golpearlo con ganas. Parecía topar la pieza con algo elástico, un cojín o cosa así. Fue al segundo o tercer empellón que mi compañero de viaje me indicó con una media sonrisa que es que nos había tocado el asiento estrecho lo cual me hizo caer en la cuenta de que el obstáculo que impedía la correcta colocación del adminículo era el generoso sobremuslo del individuo que desbordaba los límites de su espacio asignado y alcanzaba de lleno mi asiento. Le dediqué al fulano una sonrisa mientras pensaba "asiento estrecho, capullo, si lo que necesitas son dos asientos para ti solo". En fin, que ahí quedó el reposabrazos, con un ángulo de 35º, mientras nuestros muslos se tocaban. Concretamente su muslo se desparramaba sobre el mío. Puestas así las cosas, constaté que mejor recoger el brazo que andar machacando el muslamen del colega con el reposabrazos comprimido por el peso de mi extremidad anterior derecha. El gordazo, que como he dicho era un individuo limpio y educado, hizo lo propio por ser discreto pero al igual que el muslo, su pecho y su brazo se desparramaban y venían a sepultar parcialmente mi hombro y mi brazo. Ambos vestíamos manga corta con lo cual tuvimos íntimo contacto, piel contra piel que duró todo el viaje. Consecuencia colateral de esta intimidad fue que el tipo me transmitía su calor corporal así es que, de no ser por el frío glacial que me caía por la izquierda, me habría puesto a sudar.
Siguiendo los trucos que he ido aprendiendo para sobrellevar las 12 horas de vuelo en las que ni te paran en una gasolinera ni nada, engullí una parte mínima de la cena, o comida o lo que coño fuese aquello y me apreté una dormidina. Unos 45 minutos después de la colación la dormidina comenzó a hacer su benéfico efecto, me arropé un poco con las magras de mi compañero de asiento y me entregué a un sueño liviano, intermitente y poblado de incomodidades físicas motivadas por la rigidez del asiento y el muslo invasor. Una delicia.
En mi pertinaz e intermitente duermevela, protegido de la luz por un antifaz procedente de tiempos mejores (de cuando me pagaban los viajes en business class) he sido despertado por mi encantador compañero para avisarme de que estaban repartiendo una especie de sandwich al que he renunciado, quedándome no obstante con la bebida para paliar mínimamente la sequedad de garganta y el mal sabor de boca, pruebas de que debía haber dormido en algún momento y de que es posible incluso que haya roncado. Yo también tengo derecho a dar por culo ¿no?
Cuatro horas después de eso me movía por el centro de Madrid con P que ha venido a buscarme, con la intención de desayunar unos churritos. A las seis de la mañana el centro de mi ciudad es básicamente un lugar repugnante poblado por borrachos/as y gente gritando a pleno pulmón las estupideces que ha hecho durante la noche. También hay mucha policía y múltiples regueros de vómitos y meos, una delicia. Con San Ginés poblado por semejante chusma y el resto de los locales cerrados hasta horas más gentiles, hemos enfilado hacia nuestro barrio. Los churritos, muy ricos por cierto, los he comprado en una churrería del barrio regentada por unos polsovios de escaso sentido del humor.
Obesos en los aviones. Estas cosas pasan. Los aviones no están preparados y yo tampoco |