La lavadora es un artefacto, como decía el maestro Eduardo Mendoza, de sencillo diseño pero complicadísimo manejo. Tanto más la mía que está en francés porque vino de ese país. El frontal de la lavadora presenta un cajetín con tres secciones. Una se utiliza para el detergente, otra para el suavizante (una poción mágica que cuesta una pasta pero que no se sabe para qué es pero que hay que usarla para que no te riñan) y la tercera no tengo la más remota idea de qué utilidad pueda tener, debe estar ahí en reserva. Además del cajetín hay cuatro teclas teclas, una que pone el programa en marcha o que genera una pausa, otra que controla la velocidad angular del tambor a la hora del centrifugado, otra que regula la temperatura del proceso y una tercera que, no sin quebranto, logré descubrir que permitía retrasar el comienzo del proceso lavatorio; esto sirve para que puedas poner el chisme a trabajar a una hora tal que el final del proceso coincida con tu retorno a casa. Por lo visto eso es importante. Por si esto no fuera suficiente el tablero de control se completa con una rueda que es donde reside la complicación del equipo porque es la que te permite elegir el programa. La auténtica complicación reside en la cantidad ingente de programas que hay y que dependen de si la ropa es blanca, si de color si sintética, si algodón, que si natural... Pienso que si fuese estricto en la aplicación de programas tendría que cargar la lavadora con tres prendas por lavado así es que por un principio básico de economía utilizo un programa que se llama "Express" y que en una hora me tiene la colada lista sin más cavilaciones. Eso sí, cada vez me aseguro de poner la temperatura en la posición "Cold" porque creo que el lavado caliente en general le sienta mal a la ropa.
La primera vez que puse la máquina en marcha no tuve problema en encontrar la vía de aplicación del suavizante, en la sección central del cajetín donde aparecía ese curioso símbolo del suavizante, pero para el detergente tenía que escoger entre izquierda o derecha. Elegí la izquierda porque me pareció que era más grande. Sufrí un susto inicial porque el agua empezó a salir por la derecha y me dije "ya la hemos cagao, Menelao, a ver cómo haces ahora para arrastrar el detergente al tambor". Me disponía a añadir el primer vaso de agua por el cajetín de la izquierda cuando el caprichoso chorro de agua cambió de vía de acceso y me hizo el trabajo sin más. Ahí ya me desentendí y no regresé hasta que el proceso de lavado hubo terminado. Así lo he venido haciendo desde entonces sin hacer más separación que la ropa de color y la blanca. Lo que me produce mucha angustia e inquietud son las camisetas blancas con mangas negras y no digamos ya una cosa rara que tiene mi santa que es riguroso blanco y negro al 50%. Muy inquietante.
El caso es que últimamente habían aparecido en el cubo de la ropa unos jerseys, ambos dos de mi santa. Yo al principio los evité como elemento prometedor de complicaciones pero mi deseo de vaciar el cubo pudo con mi prudencia y la persistente presencia de la prenda en el cubo me llevó a la conclusión - errónea- de que la propietaria realmente deseaba que yo lavase el jersey. Un jersey verde, de Benetton, nuevo, muy aparente. Buen cuidado puse en que se lavase con agua fría.
Ya cuando lo tendí a secar me pareció que el jersey era notablemente más pequeño que al principio del proceso pero pensé que habiéndose lavado con agua fría, aquello no podía ser más que un efecto óptico, una jugarreta cruel de los sentidos. Mis temores se vieron no obstante confirmados cuando días más tarde escuché un grito desgarrador pronunciando mi nombre seguido por la presencia de mi santa que portaba, cual retrato de La Piedad, el jibarizado jersey en sus manos. Creo que una carga de caballería pesada no me habría impresionado más. Sugerí planchar el jersey, intenté ponérmelo para darlo de sí (conseguí meter un brazo pero la cabeza apenas me entraba en el cuerpo de la prenda). Nada. El jersey perdido.
Para deshacerme de la sofocante sensación de culpa que me atenaza la garganta y ensombrece las horas de mi vida hoy le he sugerido a mi santa que fuésemos a que se comprase un jersey nuevo. Provisto de beatitud, paciencia y un libro electrónico me he ido con ella a visitar unas cuantas tiendas. Sinceramente lo digo y sin ningún deseo de ofender, ir de compras con una mujer es tan desesperante como tragarse un festival de Eurovisión. Algunas tiendas cuentan con un parking para esposos, un detalle que permite a las clientas dejar a sus maridos e hijos varones a buen recaudo mientras ellas recorren el comercio mirando y tocando todas y cada una de las prendas expuestas. Yo, donde no había aparcamaridos, me buscaba un rinconcito discreto y me sumergía en "El tango de la guardia vieja" que en estos días llena mis ocios tras haber acabado del tirón con todas las novelas protagonizadas por Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro. Finalmente P se ha aprovisionado a satisfacción de diversas prendas y ya de camino al aparcamiento ha manifestado su disposición a perdonarme lo del jersey.
Ya en casa, un nuevo grito desgarrador articulando mi nombre ha sido el preludio de una nueva aparición de La Piedad, esta vez en forma de camisa negra.
La ropa de mujer es muy complicada.
No me lo explico |
Deja de poner la lavadora o te saldrá caro (en todos los sentidos).
ResponderEliminarPues verás, el caso es que cuando encontré la foto que figura ahí, descubrí también una receta para volver la ropa a su ser. La estoy probando y publicaré el resultado de la manera más científica que sepa. Por otra parte si estoy en paro y ni siquiera pongo lavadoras ¿qué me queda en la vida? Me veré reducido a una especie de zángano sobrecrecido.
ResponderEliminarjajaja por diosssss, parece que estés hablando de una nave espacial !!!! seguro que a la mayoría de hombres se les daría mejor pilotar una aunque las instrucciones estuvieran en marciano y encriptadas.
ResponderEliminarTe aconsejo lo mismo que Maria José, déjalo, seguro que encuentras otras ocupaciones más que dignas y que no te acarrearán tantos problemas. Poca broma con el tema lavar y secar la ropa.
Ánimo!!!
Gina
Estoy pensando en un vehículo que me haya dado más problemas que la jodida lavadora. No se me ocurre. En todo caso que sepas que los hombres de verdad no leemos las instrucciones de nada.
ResponderEliminarEfectivamente .. Los manuales no se leen
EliminarYa !!! por eso os cuesta tanto montar un sencillo mueble de Ikea jajajaja. Es coña; eso sí es difícil de narices.
ResponderEliminarGina
Ni mucho menos. Yo los muebles de Ikea los monto con una mano atada a la espalda pero la ropa de mujer cada día me parece más complicada, engorrosa y retorcida. Un día de estos hablaré de planchar blusitas.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo preferiría que nos hables de lo que sientes al doblar la ropa interior femenina :-)
ResponderEliminarUn poco reiterativo el comentario... Tendría mucho gusto en hablar del tema pero mi hija lee el blog y hay ciertas cosas de su padre que prefiere no saber. (Aquí va el emoticono ese del ojito guiñado pero no sé como se hace así que te lo imaginas). Besos.
ResponderEliminarNo viene a cuento pero es que me he hecho un jarton de reir y lo quiro compartir.
ResponderEliminarHttp://vimeo.com/61275290
Para loz amantes del papel, como yo.
Gina
Es muy bueno sí señora. Seguro que a mi amigo Carlos, que no sé si pasa por aquí últimamente, le encanta. Es que el es muy contrario al papel en general.
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