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jueves, 19 de septiembre de 2013

La estación de Santa Justa

(Continúo otro poquito con la historia de mis vecinos)



Rubén había regresado a casa el domingo antes de la vuelta al colegio lo cual le había supuesto a Susana un nivel de malestar notable que había decidido quitarse con un viaje de tres días a Sevilla esa misma semana que finalmente no se produjo. Tratándose de temas laborales a Susana le quedaba poco espacio para el reproche, nada mucho más allá de sugerir alguna mejora en la gestión de su tiempo, particularmente en época de vacaciones navideñas. A los niños les gusta estar con su padre y cosas de ese estilo que sin duda le resultarían incómodas de escuchar a Rubén. Una mínima venganza por lo que se había tenido que tragar. Un mínimo pago por haberse quedado ella de madre soltera eventual de nada menos que tres criaturas. Había meditado sobre eso, quizás en otras circunstancias habría optado por ser madre soltera pero de uno por Dios, no de tres; eso es de mártir además de madre. Por si fuera poco se habían ido a esquiar. Afortunadamente había contado con la ayuda de su hermana Esther y la de su cuñado quién, a diferencia de Rubén, se ocupaba muy activamente de los hijos y parecía dotado de una paciencia infinita. Así, los tres adultos y los cinco niños habían pasado unos días en una estación de esquí mientras que el adulto que faltaba para completar el grupo se dedicaba a resolver problemas supuestamente en el Golfo Pérsico.

El reencuentro, frío, dio paso a unos días bastante rutinarios. La tercera semana de enero Susana comunicó que se ausentaba los cinco días laborables por motivos de la ciencia. Rubén le hizo saber que probablemente tendría que estar haciendo viajes a París con frecuencia durante los próximos meses porque el proyecto en el que andaba metido estaba entrando en una fase muy activa que requería mucha atención por su parte.

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Estuvo nerviosa todo el viaje. Al llegar a Santa Justa ya no podía más. Hacía más de un mes que no veía a Carlos y se preguntaba sobre su propia reacción frente a él y por la de él cuando la viese. Por teléfono había parecido encantado con la visita pero cualquiera sabe qué se puede una encontrar. Los hombres resultan en general bastante impredecibles y una nunca se puede fiar completamente. La verdad es que encontrar uno que exprese abiertamente sus sentimientos y que lo que dice y lo que hace resulten coherentes es en general tarea complicada. Carlos es un hombre encantador, alto y atractivo. Se le nota que se cuida, sin duda le dedica un tiempo todos los días a mantenerse bien. Además es muy inteligente lo cual le hace divertido. Susana no había tenido oportunidad de aburrirse con él que, además de todo, había resultado ser un magnífico amante, delicado, considerado y al mismo tiempo fuerte e incansable. Habían pasado noches enteras sin parar de las que Susana salía canturrenado una canción de Sabina: “olvídate del reloj/nadie se ha muerto por ir/sin dormir/una vez al currelo”.

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- ¡Qué barbaridad, como estáis los de la Ciencia! Le había comentado Rubén por la mañana cuando la vio en el baño, vestida y empeñada en el maquillaje. ¿Vas de congreso o a un pase de modelos?

- Oye, los tiempos cambian y ya el look “rata de laboratorio” o “empollón de la clase” están muy pasaditos. Ahora somos gente normal- bromeó Susana mientras se perfumaba. “Quizás me he pasado” debatía consigo misma mientras se extendía la sombra de ojos. “Lo va a notar, nadie va así a ver a unos colegas universitarios”.

Rubén se asomó al cuarto de baño y acercándose a ella por detrás le besó suavemente el cuello y le dijo bajito “qué guapa estás empollona, qué voy a hacer yo cinco días sin una chica tan guapa a mi lado”. “Gracias hombretón, seguro que sabes consolarte tú solito” respondió Susana con una calculada provocación que le hacía todavía más atractiva a los ojos de Rubén. Al mismo tiempo empezó a notar el batir de las alas de las mariposas en su estómago mientras su cabeza generaba deseos encontrados de huida hacia delante y hacia atrás. O cancelaba de súbito el viaje a Sevilla y se quedaba con su familia o se marchaba de inmediato.

- ¿Te preparo café? Preguntó Rubén desde la cocina.

- ¡No gracias. No tengo tiempo, Concha me está esperando ya para ir a Atocha. Por supuesto que el esófago de Susana estaba sellado en aquel momento y la sola idea de ingerir cualquier cosa, líquida o sólida, le inducía al vómito.

Como un esposo ejemplar, Rubén ayudó a Susana con la maleta. Efectivamente Concha estaba aparcada a la entrada de la urbanización. Al ver aparecer a Rubén se bajó del coche y le saludó afectuosa. Sus pantalones vaqueros contrastaban un tanto con el elegante vestido recto y los tacones de Susana pero Rubén no prestó atención al detalle. Tras unas palabras correctas entre viejos conocidos y las habituales recomendaciones del tipo de sed buenas, no hagáis mucho el loco en Sevilla y otras bobadas por el estilo las dos mujeres desaparecieron calle de San Romualdo adelante en dirección a la estación de Atocha.

Ya en el coche, relajada la tensión del inesperado encuentro entre Concha y Rubén, esta comenzó a hablar.

- Maja estás loca. ¿Pero cómo se te ocurre bajártelo sin avisar? Me va a dar un mal.

- Pero si fue él- protestó Susana. Lleva todo el fin de semana súper amorosito y mira que yo he estado cardo. Lo que pasa es que hoy ya no lo he podido aguantar y he relajado un poco la barrera.

- Ya. Que te sientes culpable, vaya.

- No, culpable no. Un poco mal pero por los niños, no por él, que la que me hizo esta navidad con la historia de Omán no se me olvida.

- Y qué discreta te veo- continuó Concha. Esto que llevas qué es ¿una bata de laboratorio de Carolina Herrera? Yo tenía una parecida, de Dior, pero me la cargué haciendo una extracción de quitina. Eran otros tiempos, ya sabes.

- ¡Ay Conchita, pero qué borde que te pones! Que sabes que lo paso muy mal yo con estas cosas.

- Es la envidia tonta, que me corroe. Bien contenta que estaría yo en tu lugar. La verdad es que no se te da mal esto de los tíos, entre el titular de Madrid y el reserva de Sevilla… Me podías prestar a Rubén estos días, que ya me ocupaba yo de tenerlo entretenido.

Las dos horas y media hasta Sevilla se hicieron interminables. Intentó leer algún artículo científico – siempre cargaba dos o tres como mínimo- pero fue incapaz de concentrarse. Lo intentó con una novela pero obtuvo idéntico resultado. La película era insufrible así es que finalmente se abandonó a sus pensamientos mientras contemplaba el paisaje a través de la ventana de su asiento de clase “Club”. ¿Estaba haciendo una estupidez? ¿Cabía realmente esperar algo de Carlos? ¿No habría sido más lógico y prudente quedarse en casa y dejarse de aventuras estúpidas? Entreverados con los malos pensamientos surgían los recuerdos de sus encuentros con él, la pasión, las sensaciones, el recuerdo de su sonrisa y de su tacto. ¿Pero por qué tenía que ser toda tan difícil?

El AVE llegó a Sevilla a la hora prevista, ni un minuto más tarde. Susana tragó saliva, agarró su maleta y saltó al andén que empezó a recorrer en dirección a la salida de la estación. Finalmente lo vio, allí estaba, esperándola tal y como había prometido. Nada más pasar la salida se abrazaron, se besaron y salieron a la calle como dos enamorados.

- Te advierto – dijo él – que esto no es como Madrid. Aquí te encuentras conocidos por la calle por menos de nada.

- No me importa. No me importa nada -  mintió ella mientras se abrazaba con fuerza a su brazo y miraba de reojo para asegurarse de que ningún conocido de la universidad la estuviese viendo.



2 comentarios:

  1. Muy cierto cuando dices que encontrar a un hombre que exprese abiertamente sus sentimientos y que sea coherente lo que diga y lo que haga es muuuy complicado.
    Por ejemplo no se puede comer que Rubén le suelte un "no sé que voy a hacer 5 días...." a Susana; vaya morro.
    Gina

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    1. Un morro importante pero reconocerás que ella también va fina: "No me importa, no me importa nada" y vaya si le importa.

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