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lunes, 6 de enero de 2014

A casa por Navidad

He vuelto. Lo he hecho una vez más, he sobrevivido a la navidad del emigrante. Es jodido, no es broma. En los anuncios de El Almendro te sacan sólo la parte bonita, cuando llegas y abrazas a mamá, pero no te cuentan el resto y el resto es tremendo. Pero yo lo voy a contar, que se sepa la verdad.

Cuando uno vuelve a casa por navidad confluyen dos hechos, inocentes por separado pero que juntos resultan mortales como el nitrógeno y la glicerina, como Laurel y Hardy o como Pin y Pon, a saber: Uno viaja por un periodo corto, una semana o cosa así y, por otro lado, es una época en la que todos quieren reunirse porque así nos lo han inculcado desde hace generaciones; por algún motivo reunirse a finales de diciembre tiene una significación cabalística ausente el resto del año. El resultado es que uno va llamando a gente:

- ¡Hola MariFlor! ¡Qué voy a Madrid por navidad, como el turrón! (siempre se hace la misma broma gilipollas que ni tiene gracia ni nada de puro manida).

- ¡Ay qué bien! Pues ya nos veremos ¿no?

- ¡Faltaría! ¿Cuándo quedamos?

Y así, poco a poco y como quien no quiere la cosa, uno se junta con docena y media de MariFlores aparte el peaje familiar que es al fin y al cabo la excusa para volver a casa por navidad. Entonces empieza el sudoku de organizar el plan de actividades. Ni que decir tiene que a las amistades siempre se las ve frente a un plato de comida o al menos un bebercio, qué menos. Así acaba uno configurándose una agenda diabólica que incluye cerveza mañanera con Antonio, comida con Manolo, una copa por la tarde con Gertrudis, cena con Enriqueta y partida de bridge en casa de Carlota y Luis María. Y así uno a uno se van llenando todos los días que quedan libres entre la navidad y el año nuevo. El resultado es que te pasas aproximadamente siete días comiendo y bebiendo sin mesura, que si un polvoroncito, que si unas cervecitas, que si unas ricas patatas revolconas con sus torreznos (cómo estaban de buenas las jodías). Al cabo de los siete días te has convertido en una especie de larva borracha que deglute sin parar y entre bocado y bocado y vapores alcohólicos comparte alguna vaga información con amigos que se han convertido a su vez en larvas borrachas porque están haciendo lo mismo que tú. A mi estas cosas me dejan al final un cierto regustillo raro porque evidentemente me agrada ver a los míos pero me queda siempre una impresión de superficialidad que no me acaba de convencer. Aparte claro, de los que uno se deja porque no hay tiempo para todos.

Yo de todas formas tengo suerte porque estoy menos aprisionado por las tradiciones pero amigos y familiares las pasan canutas porque tienen al menos dos celebraciones más que yo. Una es la comida de navidad. Yo de esa me libro. La Nochebuena me toca comer y beber como si no hubiese un mañana pero al día siguiente me dan opción a reponerme. Algún caso conozco que se reúnen a cenar como poseídos el día 24 y, prácticamente las mismas personas, se reúnen otra vez para ensilarse otro corderito o un cochinillo al día siguiente. Se te debe poner la sangre de la consistencia del tomate frito Solís con semejante overdose de colesterol. Yo esto digamos que lo acato aunque no lo comparta, como hacen los políticos cuando les meten una sentencia en contra por corruptos, pero lo que ya me tiene completamente desenfocado es que se repita la faena con Nochevieja y Año Nuevo. Esa es mentira, lo del atracón de navidad sí que me suena de la infancia pero el 1 de enero, no, eso es un invento moderno para fomentar los infartazos así hacer hueco a los que vienen empujando por detrás. El 1 de enero se queda uno en su casa recobrando el sentido (común entre otros) y si se ha sido bueno y no se han cometido excesos el día anterior, te subes a la sierra a ver Madrid desde La Bola del Mundo que es un espectáculo bonito y gratis, no te dedicas a seguir cocinando y tragando, no señor.

Luego está la cosa de los reyes y los regalos. Yo de esta también me libro. En parte de puro rancio, no tengo habito de intercambiar regalos con familiares y amigos, y por otra porque el número de jóvenes de la familia es bastante limitado, hace bastantes años que dejó de aumentar y ya han llegado todos al estadio de preferir dinero a otras cosas y oye, regalar dinero igual no tine gracia ni encanto pero la de sufrimientos que te ahorras es indecible. Yo me vuelvo a Roma el 1 de enero pero me han dicho que pasar el 5 de enero por El Corte Inglés es lo más cercano a la experiencia que vivieron los soldaditos españoles durante el Desastre de Anual. Yo no me lo quiero ni imaginar, de verdad te lo digo.

Finalmente acaban las vacaciones y uno se encuentra exhausto, resacoso, fondón y sin ganas de vivir. Prueba de que lo que digo es cierto como la luz del día es que jamás en la vida se oye una palabra a cerca del "síndrome postvacacional" después de la navidad ¿a que no? Pues por eso, porque todo el mundo está deseando que se terminen las vacaciones para volver a su saludable rutina volver a comer para alimentarse y a beber para celebrar un poquito de vez en cuando, nada más.

En fin, seguirá ocurriendo y que así sea por muchos años. Al fin y al cabo si no fuese lo echaríamos de menos.

Devastadores efectos de las cenas navideñas





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